La leyenda de don Pelayo y la batalla de Covadonga, el inicio de la reconquista

Brumas y ecos de heroicidad

Imagen meramente ilustrativa.

La leyenda de don Pelayo y la batalla de Covadonga son de esos episodios de la Historia de España que, aunque envueltos en brumas y ecos de heroicidad, han llegado a simbolizar el inicio de la denominada reconquista. Como en tantas otras ocasiones, la Historia y el mito se entrelazan aquí con una destreza que haría sonreír a Homero, pero no por ello deja de ser un punto de inflexión en la península Ibérica tras la invasión musulmana.


Las raíces del mito: un caudillo en tiempos oscuros

Corría el año 711 cuando los ejércitos musulmanes, al mando de Tariq ibn Ziyad, cruzaron el Estrecho de Gibraltar y, como un alud imparable, derrotaron al rey visigodo Rodrigo en la batalla de Guadalete. Lo que siguió fue una marea expansiva que, en apenas unos años, sometió a casi toda Hispania. Pero mientras la mayoría de los nobles visigodos optaron por la sumisión o por la huida, en las tierras indómitas del norte de la península, en las escarpadas montañas de Asturias, un hombre se alzó en armas. Ese hombre era don Pelayo, un noble visigodo que, tras la caída del reino, se refugió en las montañas junto a otros que se resistieron a aceptar el dominio musulmán.

Don Pelayo no era precisamente un rey al uso, ni tampoco un general formado en la guerra. Lo más probable es que fuera uno de esos caudillos locales, con escasa influencia en la antigua nobleza visigoda y sin grandes pretensiones de poder. Pero en momentos como aquel, en el que el mundo parecía desmoronarse, figuras como él, hombres de acción más que de palabra, adquirían un brillo especial. Su victoria en Covadonga, a pesar de lo que pudieran pensar los grandes estrategas, cambiaría el curso de la Historia.


La batalla de Covadonga: ¿milagro o estrategia?

Si uno lee las crónicas posteriores, la batalla de Covadonga parece salida de un romance épico, con un grupo reducido de cristianos resistiendo en la cueva de Covadonga contra las fuerzas musulmanas, mucho más numerosas. Aquí se apareció la Virgen, según el relato cristiano, protegiendo a Pelayo y los suyos, desviando las flechas enemigas y arrojando rocas desde las alturas para aplastar a los soldados musulmanes. No obstante, las versiones musulmanas de este acontecimiento describen algo menos épico: una escaramuza sin importancia frente a unos bandidos que, si acaso, lograron escapar a las montañas.

Es difícil discernir la verdad entre ambas versiones. Lo que está claro es que, en algún momento alrededor del año 722, las tropas musulmanas se enfrentaron a Pelayo y a sus seguidores en la zona de Covadonga, y fueron derrotadas. Esta victoria no fue ni mucho menos decisiva desde un punto de vista militar. Los musulmanes siguieron controlando casi toda la península, y Asturias, reducido a un pequeño bastión cristiano, no suponía ninguna amenaza seria para el califato de Córdoba.

Pero la importancia de Covadonga radicaba en algo mucho más simbólico. En una época en la que la resistencia cristiana parecía condenada al fracaso, la figura de Pelayo y su victoria representaron una chispa de esperanza, un primer paso hacia la recuperación de la tierra perdida. La batalla de Covadonga fue el germen de la resistencia que, siglos después, culminaría con la expulsión de los musulmanes de la península.


¿El inicio de la reconquista o una revuelta local?

Conviene recordar que la idea de la reconquista como un proyecto unificado y continuo, desde Covadonga hasta Granada, es más una construcción posterior que una realidad contemporánea. En tiempos de Pelayo, la península era un mosaico de pequeños reinos cristianos y musulmanes, cada uno luchando por sobrevivir en un entorno caótico. El propio reino de Asturias, fundado tras la victoria de Pelayo, era poco más que un refugio de montaña, y los sucesores de Pelayo, aunque con el tiempo consolidaron su poder, no parecían tener un plan a largo plazo para recuperar Hispania.

El término "reconquista", de hecho, no se utilizó hasta siglos después, cuando los cronistas medievales comenzaron a mirar hacia atrás, buscando un hilo conductor en la lucha contra los musulmanes. En ese relato retrospectivo, Pelayo fue elevado a la categoría de héroe nacional, y su victoria en Covadonga se convirtió en el primer eslabón de una cadena que, según esta visión, se extendería durante más de 700 años.

No obstante, lo cierto es que en los años inmediatamente posteriores a Covadonga, los cristianos del norte no hicieron grandes avances hacia el sur. Las montañas asturianas, con su terreno accidentado y sus pasos difíciles, ofrecían una ventaja defensiva natural, pero no proporcionaban la base necesaria para lanzar una campaña ofensiva. Durante varias generaciones, los reyes asturianos se contentaron con resistir y consolidar su posición, mientras los califas de Córdoba se preocupaban más por las disputas internas y las fronteras orientales que por una región que consideraban poco más que una molestia periférica.


El legado de don Pelayo: de caudillo a mito

Con el paso de los siglos, la figura de don Pelayo fue adquiriendo dimensiones casi míticas. Los monarcas de los reinos cristianos del norte, especialmente en el reino de León, heredero directo del reino asturiano, vieron en él el símbolo de la resistencia cristiana frente al Islam. En Covadonga se erigió un santuario, y la leyenda de la Virgen que protegió a Pelayo se convirtió en una pieza central de la devoción religiosa de la región.

La historia de Pelayo y Covadonga fue manipulada y embellecida, como tantas otras historias de héroes fundacionales. En el siglo XIX, durante la época romántica, los escritores nacionalistas españoles redescubrieron la figura de Pelayo y la convirtieron en el arquetipo del héroe que defiende la cristiandad frente al invasor extranjero. En esta versión de la historia, la batalla de Covadonga dejó de ser una escaramuza local y se transformó en el primer acto de una epopeya nacional que culminaría con la caída de Granada en 1492.

Pero más allá de los mitos y las leyendas, lo que queda de la figura de don Pelayo es el ejemplo de un líder que, en un momento de desesperación, se negó a rendirse.

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