El fenómeno de los castrati
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El fenómeno de los castrati es uno de los episodios más singulares y estremecedores de la historia de la música occidental, especialmente vinculado al período del Barroco, cuando la obsesión por la perfección vocal llevó a prácticas inimaginables. El término "castrato" se refiere a los cantantes masculinos que, con el fin de preservar su voz infantil y lograr una tesitura muy elevada, eran sometidos a una castración antes de llegar a la pubertad. Este sacrificio físico era visto como una inversión en una futura carrera artística de enorme éxito, ya que las voces de los castrati eran altamente apreciadas en las óperas y las iglesias. Estos individuos podían llegar a convertirse en auténticas estrellas de la música.
El origen y la justificación del sacrificio
El arte de la castración con fines musicales alcanzó su punto álgido en el siglo XVII, pero sus raíces se hunden en la historia antigua. La castración, como castigo o como medio de manipular el destino de los individuos, ya existía en el Imperio Romano, donde los eunucos desempeñaban papeles en las cortes imperiales, tanto como consejeros como servidores. Sin embargo, la práctica se refinó y se introdujo en el ámbito musical con el auge de la ópera y la música sacra en Europa. El Concilio de Trento (1545-1563), que restringió la participación de las mujeres en las representaciones teatrales y eclesiásticas, fomentó indirectamente la aparición de los castrati, ya que la Iglesia necesitaba mantener las voces agudas en sus coros, pero sin permitir la participación de las féminas.
El Barroco, con su énfasis en lo dramático, lo ornamental y lo sublime, fue el caldo de cultivo perfecto para la explosión del fenómeno castrati. En ese contexto, las voces potentes y puras de los castrati encontraron su lugar tanto en la iglesia como en los teatros de ópera. Su capacidad para alcanzar las notas más altas, combinada con la fuerza y la resonancia de un tórax masculino, ofrecía un sonido inigualable, imposible de lograr por otras vías naturales. Pero el precio que pagaban estos cantantes por su don era altísimo, pues implicaba la pérdida de su virilidad y, en muchos casos, una vida llena de sufrimiento y humillación.
El auge de los castrati y su apogeo en la ópera
Con la popularización de la ópera en la Italia del siglo XVII, la demanda de castrati se disparó. El Teatro San Cassiano en Venecia, inaugurado en 1637, fue uno de los primeros en explotar este fenómeno, y pronto los castrati se convirtieron en las estrellas de los escenarios más importantes de Europa. Compositores como Händel, Vivaldi o Alessandro Scarlatti escribieron roles específicos para ellos, fascinados por la versatilidad y el poder emocional que estas voces podían transmitir.
El proceso de castración, llevado a cabo en la clandestinidad y con métodos rudimentarios, no siempre garantizaba el éxito. Sólo unos pocos elegidos conseguían alcanzar el reconocimiento que buscaban, mientras que otros quedaban marginados y condenados a una existencia miserable. Pero aquellos que triunfaban, como Farinelli, Senesino o Carestini, alcanzaban niveles de fama y fortuna que rivalizaban con la de los príncipes de la época. Farinelli, el más famoso de todos, fue una auténtica leyenda en vida. Sus giras por Europa fueron apoteósicas, y llegó incluso a ser llamado a la corte española para cantar cada noche al rey Felipe V, quien creía que sólo la voz del castrato podía calmar su melancolía.
El éxito de los castrati no se limitaba únicamente a la ópera. En las iglesias, sus voces también dominaban los coros, y los papas y cardenales competían por tener a los mejores castrati en sus capillas. Incluso se llegó a justificar la castración desde un punto de vista teológico, argumentando que esas voces tan puras y angelicales eran el instrumento perfecto para alabar a Dios.
La decadencia y el ocaso de los castrati
El siglo XVIII marcó el comienzo del declive de los castrati. Con la Ilustración y el auge de nuevas corrientes filosóficas que abogaban por los derechos humanos, la castración empezó a ser vista con recelo y como un acto bárbaro y retrógrado. Además, el cambio de gustos en la música y en la sociedad hizo que las voces de los castrati perdieran poco a poco su atractivo. Aunque los castrati más famosos siguieron actuando hasta bien entrado el siglo XIX, su época dorada había pasado.
El último castrato que alcanzó cierto renombre fue Alessandro Moreschi, el cual murió en 1922 y cuyas grabaciones, aunque rudimentarias, ofrecen un testimonio de ese pasado glorioso y trágico. Con él se cerró el capítulo de una era que, pese a toda su crueldad, dejó una huella imborrable en la historia de la música.
Una vida de dolor y gloria
El sacrificio personal que estos hombres pagaban por su arte era inmenso. Muchos de ellos vivían aislados, separados de la sociedad por su condición física y sus limitaciones emocionales. La castración no solo les privaba de una vida sexual plena, sino también de la posibilidad de tener descendencia, algo que en una sociedad patriarcal como la del Barroco era visto como una tragedia personal.
Sin embargo, para muchos castrati, su carrera musical fue también una vía de escape de la pobreza y la marginalidad. En la Italia rural del siglo XVII, las familias humildes veían en la castración de sus hijos una posibilidad de ascenso social. Aunque la mayoría de los castrati no llegaban a alcanzar la fama de figuras como Farinelli, el éxito de unos pocos servía de inspiración para otros muchos.
Al final, los castrati quedaron inmortalizados no solo por su música, sino también como un símbolo de la obsesión humana por la perfección y la inmortalidad, un símbolo de hasta dónde puede llegar el ser humano en su búsqueda de lo sublime, incluso a costa de su propia humanidad.
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