Entre la Historia y la leyenda
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Hay ciertos episodios que se abren paso en la memoria colectiva de un pueblo no tanto por lo que realmente sucedió, sino por lo que se quiso contar de ellos. Entre las montañas pirenaicas, donde el eco de los cascos de caballos aún parece resonar entre la niebla, se ubica la Batalla de Roncesvalles, uno de esos momentos que oscilan entre la historia tangible y la leyenda fantástica. No es simplemente una batalla; es el embrión de una de las más grandes leyendas del mundo medieval y, a la vez, un suceso históricamente significativo que, durante siglos, ha sido moldeado y reescrito por juglares, reyes, poetas y cronistas.
Las crónicas: el hecho histórico
El 15 de agosto del año 778, Carlomagno, el emperador de los francos, se retiraba a través de los Pirineos tras una desastrosa campaña en la península Ibérica. Su intención inicial había sido conquistar Zaragoza, pero el fracaso de esta empresa lo obligó a una retirada poco gloriosa. Y fue en ese regreso, en la encrucijada que atraviesa el puerto de Roncesvalles, donde se produjo la emboscada que la historia oficial recuerda como la gran derrota del ejército carolingio.
El ejército franco, formado por la élite militar de su tiempo, incluido Rolando, prefecto de la Marca de Bretaña y sobrino del emperador, avanzaba en columna, con la retaguardia más expuesta. Aprovechando el terreno montañoso y las estrechas gargantas del Pirineo, los vascones—o quizá un conglomerado de pueblos locales—prepararon una emboscada perfecta. La Crónica del Eginhardo, biógrafo de Carlomagno, ofrece el único testimonio contemporáneo del acontecimiento: “El ejército fue atacado en el desfiladero de los Pirineos mientras regresaba, y Rolando, junto con muchos otros, pereció en la lucha.”
No fue una gran batalla campal, como la que la épica medieval posteriormente narraría. Fue más bien una emboscada rápida y brutal, típica de las guerras de guerrillas que los pueblos de las montañas, habituados a las escaramuzas y a la vida dura, sabían manejar con destreza. Los atacantes no dejaron supervivientes entre los altos mandos del ejército franco, y saquearon las ricas cargas que traían consigo. Carlomagno, impotente desde la vanguardia, no pudo más que seguir su marcha hacia Aquitania, con una vergonzosa derrota a cuestas.
La Chanson de Roland: la forja de la leyenda
Pero si la Historia oficial se ciñe a lo breve y conciso, la leyenda haría su trabajo con meticulosidad. A lo largo de los siglos, la memoria de Roncesvalles dejó de ser una simple escaramuza en la que un puñado de vascones derrotaron a la retaguardia de Carlomagno. En lugar de eso, se transformó en la cúspide de la épica cristiana medieval. La Chanson de Roland, escrita en el siglo XI, sería el vehículo a través del cual se narraría una nueva versión de los hechos, mucho más acorde con las necesidades de su tiempo.
En este poema épico, Rolando, convertido en el paladín de la cristiandad, es traicionado por Ganelón, un caballero del propio ejército de Carlomagno, lo que provoca que el ejército franco quede desprotegido ante una gran emboscada de sarracenos. Aquí, los vascones se diluyen, sustituidos por el arquetípico enemigo musulmán. Y Roncesvalles deja de ser un simple paso montañoso para convertirse en un campo de batalla en el que la cristiandad enfrenta el mal en su forma más pura.
Rolando, el héroe trágico, lucha con valor descomunal, pero es abrumado por la marea enemiga. En lugar de pedir ayuda a Carlomagno, sopla su cuerno de marfil, el famoso Olifante, solo cuando ya es demasiado tarde, buscando una muerte heroica antes que la deshonra. Esta versión, popularizada por los trovadores y celebrada en todas las cortes de Europa, cimentaría la figura de Rolando como uno de los grandes héroes literarios, un ejemplo de valor y sacrificio.
La Chanson de Roland no solo distorsionó la naturaleza del enemigo, sino que elevó el episodio a una escala mítica. La derrota se convirtió en victoria moral, una forma de redimir el fracaso militar transformándolo en un ejemplo de virtud cristiana y lealtad, muy en sintonía con los ideales de la caballería medieval que empezaban a tomar forma en esa época.
Las huellas en la cultura popular
Este contraste entre historia y leyenda ha perdurado en la memoria colectiva, y el eco de Roncesvalles aún resuena en la cultura popular. Siglos después, el Camino de Santiago, que atraviesa el puerto de Roncesvalles, acoge a miles de peregrinos, muchos de los cuales desconocen que caminan por el mismo paso que viera la tragedia de Rolando y su ejército. La pequeña iglesia de Roncesvalles, con su sobria austeridad, es hoy un santuario para caminantes, pero también un lugar de memoria para quienes siguen soñando con los días de Carlomagno.
Los monarcas franceses posteriores, especialmente durante la Edad Media, encontraron en Roncesvalles una fuente inagotable de inspiración, convirtiéndola en un símbolo de resistencia ante el enemigo musulmán, aun cuando la realidad histórica distaba de aquella visión. En el Renacimiento, se volvieron a escribir versiones de la leyenda, y en pleno siglo XX, la influencia de la épica medieval y de la Chanson de Roland todavía se puede rastrear en películas, novelas y cómics.
Pero la fascinación por Roncesvalles no es patrimonio exclusivo de Francia. En España, la figura de Rolando ha sido reivindicada por movimientos nacionalistas, especialmente en el País Vasco, donde la batalla es recordada como un triunfo de los antiguos vascones sobre los invasores francos. Aquí, el enemigo no es sarraceno, sino el imperialismo franco, y Rolando se convierte en un símbolo de la resistencia local, aunque su recuerdo no sea tan venerado como en el otro lado de los Pirineos.
Un conflicto de mitos
La Batalla de Roncesvalles se mantiene, pues, en una nebulosa donde la historia y la leyenda se entrelazan constantemente. Lo que realmente sucedió en aquel paso montañoso ha sido objeto de debate durante siglos, y probablemente nunca se conozca con certeza toda la verdad. Sin embargo, esa incertidumbre es precisamente lo que ha permitido a este episodio convertirse en mucho más que una simple escaramuza militar.
El mito de Roncesvalles es un recordatorio del poder que tienen las narraciones para moldear la percepción de la historia. Lo que en un principio fue una derrota humillante para Carlomagno se transformó en una epopeya heroica, y lo que fue una victoria para los vascones terminó eclipsado por el fulgor de la leyenda literaria. En última instancia, la Batalla de Roncesvalles nos habla tanto de la naturaleza humana como del propio transcurrir de la historia: a menudo, no recordamos lo que fue, sino lo que quisiéramos que hubiera sido.
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