El gran terremoto de Lisboa de 1755

La tierra comenzó a temblar de manera violenta

Imagen meramente ilustrativa.

El 1 de noviembre de 1755, el día de Todos los Santos, Lisboa despertaba con una calma engañosa. En pleno apogeo del Imperio portugués, la ciudad vibraba con el bullicio de la gente, los cantos religiosos resonaban en las iglesias, y los comerciantes atendían a sus clientes. Nadie imaginaba que el destino de la capital lusa estaba a punto de cambiar de forma irreversible, cuando, a las 9:40 horas de la mañana, la tierra comenzó a temblar de manera violenta. En cuestión de minutos, Lisboa, una de las ciudades más ricas y vibrantes de Europa, quedó reducida a escombros, presa de uno de los terremotos más destructivos de la historia europea, conocido como el gran terremoto de Lisboa.


La secuencia de la devastación

El seísmo duró entre seis y diez minutos, una eternidad para cualquier persona atrapada en el caos. Testigos de la época describen cómo las calles se abrieron bajo los pies de los lisboetas y los edificios, incluso los más robustos, cayeron como castillos de naipes. Pero el terremoto no fue el único enemigo de la ciudad. En una cruel ironía, cuando los supervivientes pensaron que lo peor había pasado, el océano Atlántico, que tan fielmente había servido a Portugal como su puerta al mundo, se convirtió en su verdugo.

Apenas 40 minutos después del primer temblor, un tsunami con olas de hasta 15 metros arrasó la costa. La fuerza del agua fue devastadora. Barrios enteros fueron arrastrados, y miles de personas que habían huido a las playas o al puerto, buscando escapar de los escombros, fueron tragadas por el mar. Lisboa, golpeada por la tierra y el mar, era un infierno. Sin embargo, el destino aún tenía una última prueba. Con la ciudad en ruinas, el fuego, alimentado por las velas encendidas en las iglesias para el día de Todos los Santos, y por la madera que dominaba las construcciones, comenzó a propagarse sin control. Durante días, el incendio consumió lo poco que quedaba en pie. La tragedia era total.


Una Europa conmocionada: impacto del terremoto

Lisboa, el corazón palpitante de un imperio global, quedó devastada, pero las ondas de choque del terremoto llegaron mucho más allá de la capital portuguesa. Las sacudidas se sintieron desde Argelia hasta Finlandia, e incluso cruzaron el Atlántico, donde las islas del Caribe reportaron niveles anormales del mar. En España, especialmente en Andalucía, se sintieron las réplicas y los efectos del tsunami. En Sevilla, las olas inundaron la ciudad, y en Cádiz, las fortificaciones apenas resistieron el embate del agua.

El terremoto no solo destruyó infraestructuras, sino que también afectó profundamente a la psique de la Europa ilustrada. En un siglo dominado por la razón y el auge de las ciencias, el desastre fue interpretado como un castigo divino por unos, y como un fenómeno natural por otros. El filósofo Voltaire, en su famosa obra Cándido, se refiere al desastre de Lisboa con ironía, cuestionando el optimismo filosófico de Leibniz, que sostenía que vivimos en el mejor de los mundos posibles. La iglesia, por otro lado, interpretó el desastre como una advertencia del cielo. En todo el continente, el terremoto de Lisboa fue visto como una advertencia sobre los límites del poder humano ante las fuerzas de la naturaleza.


La reconstrucción: Marques de Pombal y la nueva Lisboa

Mientras la magnitud de la catástrofe sacudía a la sociedad portuguesa y europea, el rey José I de Portugal y su primer ministro, el enérgico Sebastião José de Carvalho e Melo, conocido como el Marqués de Pombal, comprendieron rápidamente la necesidad de actuar. Pombal, un hombre pragmático y decidido, quedó a cargo de la recuperación de la ciudad y se enfrentó al desafío con una famosa frase: "Enterremos a los muertos y cuidemos de los vivos". Y fue precisamente lo que hizo.

La ciudad se reconstruyó bajo las directrices de Pombal, quien implementó una serie de reformas urbanísticas innovadoras. Las calles de la nueva Lisboa fueron diseñadas en un patrón geométrico y racional, con amplias avenidas y espacios abiertos, para evitar el caos de los viejos barrios medievales que habían resultado tan vulnerables al fuego. Además, los nuevos edificios fueron construidos con un sistema pionero de protección antisísmica, conocido como la gaiola pombalina, una estructura de madera en el interior de las paredes que permitía absorber las vibraciones de futuros terremotos.

La reconstrucción de Lisboa fue, sin duda, uno de los logros más impresionantes del siglo XVIII. En menos de una década, la ciudad resurgió de las cenizas, más moderna y mejor equipada para resistir futuros desastres. Sin embargo, el coste humano fue enorme. Se estima que murieron entre 30.000 y 50.000 personas solo en Lisboa, y muchas más en las zonas costeras afectadas por el tsunami.


Consecuencias religiosas, filosóficas y científicas

El terremoto de Lisboa también tuvo profundas repercusiones religiosas y filosóficas. La iglesia, ya debilitada por la Ilustración, interpretó el desastre como una prueba de la ira divina. El propio Pombal, un hombre de la Ilustración, utilizó la catástrofe para debilitar aún más el poder de los jesuitas en Portugal, acusándolos de fomentar supersticiones entre la población. En contraste, los pensadores ilustrados vieron el desastre como un fenómeno natural, y la pregunta de por qué una calamidad tan brutal había golpeado una ciudad devota como Lisboa se convirtió en un tema central de debate en los círculos filosóficos.

Voltaire, como digo, utilizó el terremoto para satirizar la teodicea y el optimismo filosófico de Leibniz, que sostenía que todo lo que sucede es parte del mejor de los mundos posibles. En su Cándido, Voltaire pintó una imagen sombría del sufrimiento humano, ridiculizando la idea de que el mal y el dolor sirvan siempre a un propósito mayor. El terremoto de Lisboa fue un golpe devastador para la fe en una explicación optimista y racional del mundo.

Científicamente, el terremoto también marcó un punto de inflexión. Fue uno de los primeros acontecimientos sísmicos en ser estudiado de manera sistemática. El propio Marqués de Pombal encargó a los científicos portugueses de la época que investigaran la catástrofe, enviando cuestionarios a parroquias de todo el país para obtener datos sobre la intensidad del seísmo, la duración y los efectos del tsunami. Estos esfuerzos son considerados los primeros pasos hacia la sismología moderna.


Un desastre con eco en la memoria

El terremoto de Lisboa no solo devastó físicamente la ciudad, sino que, como vemos, también sacudió los cimientos de la fe, la filosofía y la ciencia en Europa. Fue un recordatorio brutal de la vulnerabilidad humana ante la naturaleza, pero también demostró la capacidad de resiliencia y recuperación del ser humano. Lisboa se levantó de las ruinas más fuerte y mejor preparada, mientras el resto de Europa reflexionaba sobre los límites del conocimiento y el poder humano.

En la actualidad, el terremoto de 1755 sigue siendo un símbolo de catástrofe, pero también de renacimiento. Los vestigios del desastre todavía se pueden ver en algunos de los edificios históricos que sobrevivieron, y el diseño de la gaiola pombalina se mantiene como un testimonio de la innovación arquitectónica que surgió del desastre. Portugal, y especialmente Lisboa, recuerdan aquel día de Todos los Santos no solo por la destrucción, sino por la determinación de una nación para reconstruirse y avanzar hacia el futuro.

Comentarios