Vacaciones hace dos milenios: los romanos también viajaban

Viajes, baños, balnearios y borrachos

Imagen meramente ilustrativa.

A veces, uno se imagina a los romanos siempre con sus togas, discutiendo en el Senado, construyendo acueductos o conquistando tierras bárbaras en alguna lejana provincia. Sin embargo, esta gente también sabía cómo disfrutar de la vida, y sus vacaciones eran una parte esencial de esa existencia hedonista que tanto apreciaban.

Hace dos mil años, cuando el Imperio Romano estaba en su apogeo, viajar no era solo una necesidad logística para la guerra o la política, sino también una forma de ocio y placer. Los destinos, los alojamientos, la comida, e incluso las guías de viaje, tenían un lugar importante en el universo de la antigua Roma.

El imperio romano, con sus vastas redes de calzadas y vías fluviales, ofrecía a sus ciudadanos la posibilidad de viajar con una comodidad y seguridad relativa, comparada con épocas anteriores. No solo se trataba de ir del punto A al punto B; el viaje en sí era parte de la experiencia. Los romanos, siempre ingeniosos, desarrollaron una serie de infraestructuras para asegurarse de que cualquier trayecto fuera lo más placentero posible.

Los baños y balnearios eran una parada obligatoria. No es sorpresa que estos lugares fueran tan populares; los romanos tenían una auténtica obsesión con la higiene y la salud, y ¿qué mejor forma de mantenerlas que un buen baño caliente seguido de un masaje y un chapuzón en agua fría? Lugares como Bath en Britania o Baiae en la costa napolitana eran verdaderos centros de recreo, donde además de cuidar del cuerpo, se podía disfrutar de la compañía de amigos y, cómo no, de copiosas cantidades de vino.

Porque donde hay romanos, hay vino. Y donde hay vino, hay borrachos. No se concebía una reunión social sin la presencia de esta bebida divina, y en los balnearios, entre las burbujeantes aguas termales y los vapores de los baños de sudor, el vino corría como el Tíber en plena crecida. Los romanos sabían vivir, y sus vacaciones eran la excusa perfecta para darse a los excesos.


Albergues y comida a la vera del camino

Las posadas y albergues, conocidos como mansiones (o mansio en singular), eran puntos de descanso estratégicamente ubicados a lo largo de las principales rutas del imperio. Aunque algunas de estas mansiones podían ser bastante espartanas, otras ofrecían comodidades comparables a las de un buen hotel de carretera moderno. En estos lugares, los viajeros podían encontrar una cama decente, comida caliente y la oportunidad de intercambiar historias con otros peregrinos del vasto imperio.

La comida en estos albergues era variada, aunque predominaban los platos simples y nutritivos. Pan, queso, aceitunas, frutas y, por supuesto, vino, eran los alimentos básicos. En algunos lugares, se podían degustar platos más elaborados, especialmente en las regiones cercanas a grandes ciudades o zonas agrícolas prósperas. La gastronomía romana, con su riqueza de sabores y técnicas culinarias, no se tomaba vacaciones, y los viajeros podían disfrutar de auténticos festines a la vera del camino.


Egipto, Troya y Maratón entre los destinos más populares

El deseo de conocer y experimentar nuevas culturas llevaba a los romanos a explorar rincones del mundo que hoy consideraríamos destinos turísticos clásicos. Egipto, con sus monumentales pirámides y el misterioso Nilo, era un lugar de fascinación constante. La ciudad de Alejandría, con su famosa biblioteca y su monumental faro, que era además una de las siete maravillas del mundo antiguo, era un destino obligado para cualquier romano culto que se preciase.

Troya, la mítica ciudad de la Ilíada de Homero, también atraía a los viajeros. Muchos romanos, siguiendo la senda de Eneas, el héroe de la Eneida de Virgilio, sentían una conexión especial con este lugar, pues la leyenda decía que Roma había sido fundada por los troyanos sobrevivientes. Maratón, la localidad griega donde los atenienses derrotaron a los persas, era otro sitio de interés, especialmente para aquellos aficionados a la historia militar.


Guías de viajes: Pausanias y el Oráculo de Delfos

Viajar con conocimiento era algo que los romanos apreciaban profundamente. No es casualidad que una de las primeras guías de viaje conocidas haya sido escrita en esta época. Pausanias, un geógrafo y viajero griego del siglo II d.C., redactó su Descripción de Grecia, una detallada guía de los lugares más interesantes de su patria. Su obra no solo ofrecía información práctica sobre los sitios que visitaba, sino también un compendio de historias y leyendas que enriquecían la experiencia del viajero.

Las guías locales también eran populares, y muchas de ellas explicaban en detalle lugares de gran importancia religiosa y cultural como el Oráculo de Delfos o el Monte Olimpo, la morada de los dioses. Estos textos eran esenciales para aquellos peregrinos que deseaban no solo ver, sino entender los lugares que visitaban. La combinación de relatos históricos y mitológicos convertía el viaje en una auténtica odisea del saber.


Aversión romana por los denominados bárbaros

Pero no todo era esplendor y conocimiento en los viajes de este antiguo pueblo itálico. Los romanos tenían una profunda aversión por los "bárbaros", término que usaban para referirse a cualquiera que no perteneciera a su civilización. Esta xenofobia latente condicionaba sus viajes y sus interacciones con otras culturas. Los romanos se consideraban los portadores de la verdadera cultura y civilización, y miraban con desprecio a aquellos que no compartían sus costumbres y modos de vida.

Este desprecio se manifestaba de múltiples formas, desde la literatura hasta la vida cotidiana. Las guías de viaje y las descripciones de lugares frecuentemente incluían juicios despectivos sobre los habitantes locales, perpetuando estereotipos y prejuicios. Sin embargo, esta actitud no impedía que los romanos viajaran a tierras consideradas bárbaras, ya sea por curiosidad, comercio o conquista.

Resumiendo, los viajes de vacaciones en la antigua Roma eran una mezcla de placer, cultura y aventura. Los romanos, con su amor por la vida y su ingenio, transformaron el acto de viajar en una experiencia rica y memorable. Desde los baños termales hasta las ruinas de Troya, cada viaje era una oportunidad para aprender, disfrutar y, por supuesto, beber un buen vaso de vino.

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