Cómo pasó de ser un joven desconocido a ser el amo del mundo antiguo
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Augusto es uno de los personajes más importantes y fascinantes de la historia de Roma y de la humanidad. Su nombre original era Cayo Octavio Turino, y nació en el año 63 a.C. en una familia de rango ecuestre, es decir, de la clase media-alta romana. Su vida cambió radicalmente cuando su tío-abuelo, Julio César, lo adoptó como hijo y heredero en su testamento, poco antes de ser asesinado por un grupo de senadores en el año 44 a.C.
Octavio, que entonces tenía solo 19 años, se encontró con la difícil tarea de reclamar su herencia y vengar la muerte de César, enfrentándose a sus asesinos, liderados por Marco Bruto y Cayo Casio, y a otros rivales políticos, como Marco Antonio, el lugarteniente de César, y Lépido, el pontífice máximo. Para ello, formó una alianza con estos dos últimos, conocida como el segundo triunvirato, y se repartieron el control de las provincias romanas. Juntos, derrotaron a los cesaricidas en la batalla de Filipos, en el año 42 a.C., y se repartieron el botín de la guerra.
Sin embargo, la alianza no duró mucho, y pronto surgieron tensiones y conflictos entre los tres triunviros. Octavio se quedó con el gobierno de Italia y las provincias occidentales, mientras que Antonio se hizo cargo de las orientales, y Lépido fue relegado a África. Antonio se enamoró de la reina de Egipto, Cleopatra, que había sido amante de César, y formó con ella una alianza que amenazaba el equilibrio de poder en el Mediterráneo. Octavio aprovechó la ocasión para presentarse como el defensor de los intereses de Roma y de la tradición republicana, y declaró la guerra a Antonio y Cleopatra. La guerra culminó con la victoria de Octavio en la batalla naval de Accio, en el año 31 a.C., y el suicidio de los dos amantes al año siguiente.
Octavio se convirtió así en el dueño absoluto de todo el imperio romano, que se extendía desde Hispania hasta Siria, y desde el Rin hasta el Nilo. Sin embargo, no quiso asumir el título de rey ni de dictador, que eran odiados por los romanos, sino que prefirió mantener las formas de la república, aunque vaciándolas de contenido. Se hizo nombrar princeps, es decir, el primero entre los ciudadanos, y recibió del senado y del pueblo una serie de poderes y honores extraordinarios, que le otorgaban el control de las legiones, de las provincias, de la administración, de la justicia y de la religión. Entre estos honores, destacó el de Augusto, que significa el venerable, el sagrado, el que trae la prosperidad, y que se convirtió en su nombre más famoso.
Cómo consolidó su poder y transformó el imperio romano
Augusto no solo fue un gran conquistador, sino también un gran reformador. Durante su largo reinado, que duró desde el año 27 a.C. hasta su muerte en el año 14 d.C., llevó a cabo una serie de cambios políticos, sociales, económicos, culturales y religiosos que transformaron el imperio romano y sentaron las bases de su estabilidad y grandeza durante los siglos siguientes.
En el plano político, Augusto creó un sistema de gobierno que combinaba el poder personal del emperador con la colaboración de las élites senatoriales y ecuestres, que se encargaban de la administración de las provincias y de los servicios públicos. También estableció un cuerpo de guardia personal, la guardia pretoriana, y una red de informadores, los agentes in rebus, para protegerse de posibles conspiraciones. Además, creó una nueva forma de sucesión dinástica, basada en la adopción y la asociación al poder de sus herederos designados, que fueron su hijastro y yerno Tiberio, y sus nietos Cayo y Lucio César.
En el plano social, Augusto promovió una serie de leyes que pretendían fomentar la moralidad, la natalidad y la fidelidad conyugal entre los ciudadanos romanos, castigando el adulterio, el celibato y el divorcio, y premiando el matrimonio y la procreación. También impulsó la concesión de la ciudadanía romana a los habitantes de las provincias, especialmente a los veteranos de las legiones, que recibían tierras y pensiones como recompensa por su servicio. Así, Augusto creó un sentimiento de identidad y lealtad común entre los diversos pueblos del imperio.
En el plano económico, Augusto impulsó el desarrollo de las infraestructuras, como las carreteras, los puentes, los acueductos, los puertos y los faros, que facilitaban el comercio y la comunicación entre las distintas regiones del imperio. También acuñó una moneda única, el denario de plata, que se convirtió en el medio de pago universal. Además, organizó un sistema de recaudación de impuestos más justo y eficiente, basado en censos periódicos de la población y de las propiedades. Así, Augusto logró aumentar los ingresos del estado y mejorar el nivel de vida de los ciudadanos.
En el plano cultural, Augusto patrocinó el florecimiento de las artes y las letras, que alcanzaron su máximo esplendor en lo que se conoce como el siglo de oro de la literatura latina. Entre los autores que vivieron bajo su mecenazgo, destacan Virgilio, Horacio, Ovidio, Livio y Tito Livio, que ensalzaron las virtudes y los logros de Augusto y de su régimen. También impulsó la construcción de numerosos edificios y monumentos, que embellecieron la ciudad de Roma y otras ciudades del imperio, como el Ara Pacis, el Mausoleo de Augusto, el Foro de Augusto, el Panteón, el Teatro de Marcelo y el Templo de Júpiter Óptimo Máximo. Así, Augusto creó un estilo artístico que se caracterizaba por la armonía, la proporción, la elegancia y el realismo.
En el plano religioso, Augusto restauró el culto a los dioses tradicionales de Roma, que habían sido descuidados durante las guerras civiles, y renovó los templos, los ritos y las fiestas. También incorporó al panteón romano a las divinidades de los pueblos sometidos, como Isis, Mitra o Cibeles, favoreciendo la tolerancia y la sincretización religiosa. Además, se atribuyó a sí mismo una naturaleza divina, basada en su ascendencia de Venus y de Julio César, y promovió su propio culto imperial, que se extendió por todo el imperio, especialmente en las provincias orientales, donde se le veneraba como un dios salvador. Así, Augusto creó una religión que servía como instrumento de propaganda y de cohesión social.
Cómo fue recordado y valorado por la posteridad
Augusto murió en el año 14 d.C., a los 76 años de edad, tras haber gobernado el imperio romano durante más de cuatro décadas. Su muerte fue llorada por todo el pueblo romano, que le consideraba como el padre de la patria, el pacificador del mundo y el fundador de una nueva era. El senado lo deificó y le dedicó un altar en el Campo de Marte, donde se depositaban las cenizas de los emperadores. Su sucesor, Tiberio, le rindió homenaje y continuó su obra, iniciando la dinastía julio-claudia, que gobernó Roma hasta el año 68 d.C.
La figura de Augusto ha sido objeto de admiración y de crítica por parte de los historiadores y de los escritores de todos los tiempos. Algunos lo han elogiado por su habilidad política, su capacidad reformadora, su generosidad y su clemencia, y lo han considerado como el mejor emperador de la historia de Roma. Otros lo han censurado por su ambición desmedida, su hipocresía, su crueldad y su tiranía, y lo han acusado de haber acabado con la libertad de la república. Entre los autores que han ofrecido una visión más crítica de Augusto, destacan Tácito, Suetonio, Séneca y Ovidio, que sufrió el exilio por orden suya.
La influencia de Augusto ha sido enorme y duradera, tanto en el ámbito político como en el cultural. Su nombre se ha convertido en un sinónimo de poder y de autoridad, y ha sido adoptado por muchos gobernantes a lo largo de la historia, como los emperadores romanos, los césares, los káiseres alemanes o los zares rusos. Su imagen y su legado han inspirado a numerosos artistas y escritores, que han recreado su vida y su época en obras de teatro, novelas, películas y series de televisión. Su memoria y su culto se han mantenido vivos en la tradición y en el folclore de muchos pueblos, especialmente en los de origen romano, como los españoles, los italianos o los franceses.
Augusto fue, sin duda, el primer emperador de Roma y el fundador de una dinastía que marcó el destino de un imperio que duró más de mil años. Fue un hombre extraordinario, que supo aprovechar las circunstancias de su tiempo y las oportunidades que se le presentaron, y que logró imponer su voluntad y su visión sobre el mundo antiguo. Fue un hombre que hizo historia, y que se convirtió en historia.
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