Cómo un joven general cambió el curso de la Segunda Guerra Púnica
La continencia de Escipión, por Nicolas-Guy Brenet. |
Cornelio Escipión, más conocido como Escipión el Africano, fue uno de los más grandes generales de la historia de Roma. Su fama se debe principalmente a su victoria sobre Aníbal en la batalla de Zama, que puso fin a la Segunda Guerra Púnica. Sin embargo, antes de llegar a ese punto, Escipión tuvo que enfrentarse a otro gran desafío: la conquista de Hispania, el territorio que los cartagineses habían dominado durante siglos y que era la base de su poderío militar y económico.
La Segunda Guerra Púnica comenzó en el año 218 a.C., cuando Aníbal, el caudillo cartaginés, cruzó los Alpes con su ejército y sus famosos elefantes, e invadió Italia. Durante los siguientes años, Aníbal infligió una serie de derrotas a los romanos, que no lograban detener su avance. Mientras tanto, en Hispania, los hermanos de Aníbal, Asdrúbal y Magón, se encargaban de mantener el control de la región y de enviar refuerzos y recursos a su hermano.
En el año 211 a.C., los romanos sufrieron una de sus peores catástrofes: la caída de las dos ciudades más importantes de la península itálica, Capua y Tarento, en manos de los cartagineses. Además, en Hispania, los hermanos Escipión, Publio y Cneo, que habían sido enviados a combatir a los cartagineses, fueron derrotados y muertos por Asdrúbal y Magón. La situación parecía desesperada para Roma, que se veía amenazada por todos los frentes.
La audacia de Escipión
Fue entonces cuando surgió la figura de Cornelio Escipión, el hijo de Publio y el sobrino de Cneo. A pesar de su juventud, solo tenía 25 años, Escipión se ofreció voluntario para tomar el mando de las tropas romanas en Hispania. Su propuesta sorprendió al Senado, que no confiaba mucho en sus capacidades ni en sus posibilidades de éxito. Sin embargo, al no haber otro candidato dispuesto a asumir esa misión, el Senado accedió a darle el cargo, aunque con pocos recursos y sin mucha esperanza.
Escipión partió hacia Hispania con un ejército de unos 10.000 hombres, una cifra muy inferior a la de los cartagineses, que contaban con unos 50.000. Sin embargo, Escipión no se dejó intimidar por la desventaja numérica, y decidió actuar con rapidez y audacia. Su primer objetivo fue la ciudad de Cartago Nova, la capital de los cartagineses en Hispania y el principal puerto desde donde enviaban sus suministros a Aníbal. Escipión sabía que si lograba tomar Cartago Nova, asestaría un duro golpe al enemigo y ganaría una posición estratégica para sus operaciones.
Escipión llegó a Cartago Nova en el año 209 a.C., y aprovechó que la mayor parte del ejército cartaginés estaba disperso por el interior de Hispania, y que la ciudad estaba mal defendida. Escipión lanzó un ataque sorpresa por el lado menos protegido de la ciudad, el lago salado que la rodeaba, y consiguió entrar en la ciudad tras un breve asedio. Los cartagineses, que no esperaban ese movimiento, se vieron superados por la rapidez y la determinación de los romanos, y se rindieron. Escipión capturó la ciudad, junto con una gran cantidad de armas, barcos, elefantes, oro y prisioneros. Entre estos últimos, se encontraban los hijos de varios jefes iberos que habían sido tomados como rehenes por los cartagineses para asegurar su lealtad.
La alianza con los iberos
Escipión, en lugar de tratar a los prisioneros como esclavos o como botín de guerra, decidió liberarlos y devolverlos a sus familias. Este gesto de generosidad y respeto causó una gran impresión entre los iberos, que hasta entonces habían sido sometidos y explotados por los cartagineses. Escipión les ofreció su amistad y su protección, y les prometió respetar su autonomía y sus costumbres. Muchos de los iberos, agradecidos y admirados por Escipión, decidieron cambiar de bando y aliarse con los romanos. Entre ellos, se encontraba el caudillo Indíbil, que gobernaba la tribu de los ilergetes, una de las más poderosas de Hispania.
Gracias a la alianza con los iberos, Escipión consiguió aumentar su ejército y su influencia en la región. Además, logró debilitar la posición de los cartagineses, que perdieron el apoyo de muchos de sus antiguos aliados. Escipión aprovechó esta ventaja para lanzar una ofensiva contra los hermanos de Aníbal, que se habían reunido para intentar recuperar Cartago Nova. Escipión los derrotó en varias batallas, como la de Baecula y la de Ilipa, y los obligó a retirarse hacia el sur de Hispania.
El fin de la guerra en Hispania
En el año 206 a.C., Escipión se enfrentó al último obstáculo que le quedaba para completar la conquista de Hispania: el ejército de Asdrúbal Giscón, el otro general cartaginés que había llegado a Hispania para reforzar a los hermanos de Aníbal. Asdrúbal Giscón se había aliado con el rey númida Sifax, que había traído consigo un contingente de jinetes africanos. Juntos, se habían establecido en la ciudad de Gades, el último bastión cartaginés en Hispania.
Escipión marchó hacia Gades con su ejército, dispuesto a poner fin a la guerra. Sin embargo, al llegar a las cercanías de la ciudad, se encontró con una sorpresa: Asdrúbal Giscón y Sifax habían abandonado la ciudad y habían cruzado el estrecho de Gibraltar, para dirigirse a África y unirse a Aníbal. Escipión se dio cuenta de que su verdadero enemigo no estaba en Hispania, sino en África, y que si quería acabar con la amenaza cartaginesa, tenía que seguirlos.
Escipión decidió dejar a cargo de Hispania a dos de sus lugartenientes, Lucio Marcio Séptimo y Cayo Lelio, y regresar a Roma para pedir permiso al Senado para invadir África. El Senado, que seguía receloso de Escipión, le negó el permiso, pero le concedió el de ir a Sicilia, donde podría preparar su expedición. Escipión no se desanimó, y partió hacia Sicilia con su ejército, dispuesto a cumplir su sueño de enfrentarse a Aníbal en su propio territorio.
Así terminó la guerra en Hispania, que duró unos 15 años y que supuso un cambio radical en el equilibrio de poder entre Roma y Cartago. Escipión logró lo que nadie había conseguido antes: expulsar a los cartagineses de Hispania y convertirla en una provincia romana. Su hazaña le valió el respeto y la admiración de sus soldados, de sus aliados y de sus enemigos. Pero sobre todo, le abrió el camino para su mayor gloria: la batalla de Zama, donde derrotó definitivamente a Aníbal y puso fin a la Segunda Guerra Púnica.
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