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Aníbal Barca: el genio militar de Cartago

 El "padre de la estrategia"

Aníbal vencedor contemplando por primera vez Italia desde los Alpes (1770), óleo sobre lienzo de Francisco de Goya.
Aníbal Barca fue uno de los más grandes generales de la historia, admirado incluso por sus enemigos romanos, que le consideraron el "padre de la estrategia". Su vida estuvo marcada por la rivalidad entre Cartago y Roma, las dos potencias del Mediterráneo, que se enfrentaron en tres guerras llamadas púnicas. Aníbal protagonizó la segunda de ellas, en la que desafió al poder romano con una audaz invasión de Italia a través de los Alpes.


Orígenes y formación

Aníbal nació en Cartago, la antigua ciudad fenicia situada en el actual Túnez, en el año 247 a.C. Era hijo de Amílcar Barca, el líder de la familia Bárcida, que dominaba la política y el ejército cartagineses. Amílcar había sido el comandante de las fuerzas púnicas en la primera guerra púnica (264 a.C.- 241 a.C.), que terminó con la derrota de Cartago y la pérdida de Sicilia, Cerdeña y Córcega ante Roma. Según la leyenda, Amílcar hizo jurar a su hijo Aníbal, cuando tenía solo nueve años, odio eterno a los romanos y le prometió vengar la humillación sufrida por su patria.

Amílcar llevó a Aníbal con él a Hispania, donde había establecido una base para reconstruir el poderío cartaginés. Allí, Aníbal recibió una educación militar y cultural, aprendiendo varias lenguas, como el fenicio, el griego y el latín, y familiarizándose con las costumbres de los pueblos ibéricos, que serían sus aliados y soldados. Aníbal acompañó a su padre en varias campañas contra los romanos y sus aliados locales, demostrando su valor y habilidad. A la muerte de Amílcar en el año 229 a.C., le sucedió su yerno Asdrúbal, que consolidó el dominio cartaginés en Hispania y fundó la ciudad de Qart Hadasht (Cartagena). Asdrúbal nombró a Aníbal como jefe de la caballería y le confió misiones importantes. Cuando Asdrúbal fue asesinado en el año 221 a.C., los soldados eligieron a Aníbal como su nuevo líder, con solo 26 años.


La segunda guerra púnica

Aníbal tenía claro que la guerra con Roma era inevitable y se preparó para ella. Reforzó sus tropas con mercenarios africanos, celtas e ibéricos, y reclutó elefantes de guerra. Amplió sus conquistas en Hispania hasta el río Ebro y se hizo con el control de Sagunto, una ciudad aliada de Roma. Este hecho provocó la reacción del Senado romano, que exigió la entrega de Aníbal como responsable de la agresión. Ante la negativa de Cartago, Roma declaró la guerra en el año 218 a.C., dando inicio a la segunda guerra púnica.

Aníbal decidió tomar la iniciativa y sorprender al enemigo con un ataque directo a Italia. Para ello, ideó un plan audaz: cruzar los Pirineos y los Alpes con su ejército, compuesto por unos 50.000 hombres y 38 elefantes. La marcha fue dura y peligrosa, pues tuvo que enfrentarse a las dificultades del terreno, al clima adverso y a las tribus hostiles. Se calcula que perdió más de la mitad de sus efectivos en el camino, pero logró llegar al valle del Po a finales del otoño del año 218 a.C.

Allí se encontró con las legiones romanas, que habían enviado dos ejércitos para detenerle: uno al mando del cónsul Publio Cornelio Escipión, que había desembarcado en Massilia (Marsella), y otro al mando del cónsul Tiberio Sempronio Longo, que había cruzado desde Sicilia. Aníbal les infligió sendas derrotas en las batallas del río Tesino, del río Trebia y del lago Trasimeno, demostrando su superioridad táctica y su capacidad para aprovechar el terreno y el factor sorpresa. Su objetivo era romper la alianza de Roma con las ciudades-estado de Italia, ofreciéndoles la libertad y la autonomía, pero solo algunas se pasaron a su bando, como los galos cisalpinos y los samnitas.

En el año 216 a.C., Aníbal logró su mayor victoria en la batalla de Cannas, donde aniquiló a un ejército romano de unos 80.000 hombres, matando a unos 50.000, entre ellos los dos cónsules que lo mandaban. Fue una masacre sin precedentes, que causó pánico en Roma y le abrió las puertas del sur de Italia. Varias ciudades se rebelaron contra Roma y se unieron a Aníbal, como Capua, Tarento y Siracusa. También recibió el apoyo de Macedonia, que entró en guerra con Roma.

Sin embargo, Aníbal no pudo culminar su obra maestra. A pesar de sus triunfos, no consiguió atraerse a la mayoría de los italianos ni obtener refuerzos suficientes de Cartago. Tampoco se atrevió a asaltar Roma, quizás por falta de medios o por prudencia. Se limitó a mantenerse en el sur de Italia, esperando que Roma se rindiera o que sus aliados le ayudaran. Pero Roma no se rindió, sino que se reorganizó y contraatacó. Bajo el mando de Quinto Fabio Máximo, los romanos adoptaron una estrategia de desgaste, evitando el enfrentamiento directo con Aníbal y hostigando a sus tropas y suministros. Al mismo tiempo, enviaron ejércitos a recuperar las zonas perdidas y a combatir en otros frentes: Hispania, Sicilia, Cerdeña, Macedonia y África.


El final de la guerra y el exilio

La situación de Aníbal se fue deteriorando progresivamente. En Hispania, los hermanos Publio y Cneo Cornelio Escipión lograron arrebatarle el control de la península y matar a sus hermanos Asdrúbal y Magón. En Sicilia, el cónsul Marco Claudio Marcelo recuperó Siracusa tras un largo asedio, en el que murió el célebre inventor Arquímedes. En Macedonia, el rey Filipo V fue derrotado por los romanos y sus aliados griegos. En África, el joven Publio Cornelio Escipión, hijo del cónsul del mismo nombre y apodado el Africano, desembarcó con un ejército e hizo una alianza con el rey númida Masinisa, antiguo aliado de Aníbal.

Ante esta amenaza, el Senado cartaginés llamó a Aníbal para que regresara a defender su patria. Aníbal obedeció a regañadientes, abandonando Italia tras quince años de guerra. Se enfrentó a Escipión en la batalla de Zama, en el año 202 a.C., donde sufrió su primera y única derrota. Escipión supo neutralizar la caballería y los elefantes de Aníbal y romper su línea de infantería con una hábil maniobra. Aníbal reconoció su inferioridad y felicitó a Escipión por su victoria.

La derrota de Zama supuso el fin de la segunda guerra púnica. Cartago tuvo que aceptar unas condiciones de paz muy duras: renunciar a todas sus posesiones fuera de África, entregar su flota y sus elefantes, pagar una gran indemnización a Roma y no hacer la guerra sin su consentimiento. Aníbal se dedicó entonces a la política interna, tratando de reformar las instituciones cartaginesas y combatir la corrupción. Pero sus enemigos lo acusaron ante Roma de conspirar con el rey seléucida Antíoco III, que había entrado en guerra con Roma. Aníbal tuvo que huir de Cartago y refugiarse en la corte de Antíoco, al que ofreció sus servicios como consejero militar.

Sin embargo, Antíoco no siguió los consejos de Aníbal y fue derrotado por los romanos en la batalla de Magnesia en el año 190 a.C. Aníbal se retiró entonces a la corte del rey Prusias I de Bitinia, donde siguió luchando contra Roma. En el año 183 a.C., los romanos enviaron una embajada a Prusias para exigirle la entrega de Aníbal. Ante la negativa del rey, los romanos rodearon la casa donde se alojaba Aníbal, que se dio cuenta de que no tenía escapatoria. Prefirió quitarse la vida con un veneno que guardaba en un anillo, antes que caer en manos de sus enemigos. Según se dice, sus últimas palabras fueron: "Libera a Roma de su angustia, ya que le he quitado tanto tiempo a sus senadores para decidir sobre mi muerte". Así murió Aníbal, el genio militar de Cartago, que estuvo a punto de cambiar el curso de la historia.

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