De la mina romana de Las Médulas, en León, al poblado talayótico menorquín de Torre d’en Galmés, emocionantes aventuras en el tiempo
Vista de la antigua ciudad romana de Itálica, en el término municipal de Santiponce |
Ante la gran diversidad de yacimientos arqueológicos que hay en un país tan rico y diverso como España, siempre es difícil elegir unos pocos. Pero en este post vamos a recorrer algunos enclaves, que hemos seleccionado desde la redacción de Antrophistoria, en los que se percibe no solo la presencia de los hombres y mujeres que los habitaron, sino también aquello que pudieron sentir. Hemos elegidos lugares con una magia especial en los que el viento guarda en sus dobleces el llanto de los niños, el bramido de la muerte y el runrún de tantas cotidianidades y horas baldías.
1. Cueva de Tito Bustillo, en Ribadesella (Asturias)
Fue descubierta en 1968 por miembros de un grupo de montaña. Pocos días después, uno de ellos, Celestino Fernández Bustillo, falleció en un accidente, lo que llevó a rebautizar la cueva del Pozu’l Ramu como la de Tito Bustillo. La gruta alberga pinturas y grabados del Premagdaleniense y Magdaleniense (22000-10000 a. de C.) con una calidad y cantidad que la convierten en uno de los más importantes santuarios rupestres de Europa. Las representaciones, evocadoras y de fuerte carga simbólica, muestran una gran variedad de animales —cérvidos, caballos, cabras, toros, osos, bisontes, uros e incluso un excepcional animal marino identificado con una ballena—, signos geométricos y figuras antropomorfas, sin olvidar un gran conjunto de vulvas, uno de los motivos más emblemáticos del lugar.
Abierta de miércoles a domingo hasta el 28 de octubre. Acceso limitado a 150 personas al día. Entrada: 7,34 euros.
2. Poblado neolítico de La Draga, Banyoles (Girona)
Datado en época neolítica (5200 a. de C.), fue descubierto en 1990 y se ha venido excavando desde entonces, tanto la zona seca del poblado (10.000 metros cuadrados) como la parte sumergida bajo el lago de Banyoles (1.000 metros cuadrados). En el Neolítico las aguas estaban unos dos metros más bajas, de modo que el poblado quedaba un poco elevado, en una península unida por un estrecho istmo que a veces se inundaba sirviendo de defensa natural.
Su singularidad es su ambiente lacustre, que facilitó la conservación y el hallazgo de elementos poco habituales, como restos de vigas o postes de las cabañas, mangos de madera de herramientas de sílex, utensilios completos de madera —inéditos en otros yacimientos—, cestos y cuerdas vegetales y objetos de adorno personal.
Abierto sábados y domingos de junio a octubre. Imprescindible reserva previa. Entrada: 4 euros.
3. La Bastida de Totana, Totana (Murcia)
Las primeras excavaciones en este poblado de la cultura de El Argar se realizaron en 1869. Las investigaciones han permitido diferenciar tres fases de ocupación dentro de la Edad del Bronce, entre los años 2200 y 1550 a. de C., cuando fue abandonado. El enclave, situado en un lugar estratégico y con buenas defensas naturales, llegó a tener unos mil habitantes. Se han recuperado decenas de viviendas escalonadas en terrazas artificiales, un potente sistema de fortificación y una gran balsa. También se han hallado sepulturas bajo el suelo de las viviendas, con uno o dos cadáveres en posición fetal, dentro de grandes recipientes cerámicos, cistas de piedra, fosas o pequeñas covachas, acompañados de ofrendas que varían en función de la clase social del difunto. Algunas tumbas solo con ajuar se interpretan como cenotafios de guerreros muertos en combate cuyos cuerpos no pudieron ser recuperados.
Abierta los sábados y domingos. Entrada: 3,40 euros.
4. Torre d’en Galmés, entre Alaior y Son Bou (Menorca)
Este poblado talayótico, el más extenso de la isla, está en una colina con una magnífica panorámica de la costa sur de Menorca. Su enclave privilegiado y sus tres talayotes llevan a pensar que ejercía cierta hegemonía sobre el resto de los poblados. Fue fundado hacia 1600 a. de C. y tuvo una larga época dorada desde 1300 a. de C. hasta la ocupación romana. En la Edad Media aún conservaba un reducto de población. Entre sus restos destacan los talayotes mencionados, varias casas de planta circular, el recinto de taula o santuario, una sala hipóstila, la muralla, el sistema de recogida de aguas y cuatro hipogeos o cuevas-cementerio.
Abierta todos los días (el centro de interpretación cierra los lunes). 3 euros.
5. Poblado ibérico de Ullastret, Ullastret (Girona)
Ciudad principal de la tribu íbera de los indigetes, Ullastret fue fundada en el siglo VI a. de C. y vivió su momento más próspero en los siglos IV y III a. de C., cuando pudo superar los 6.000 habitantes. Su imponente muralla se fue ampliando desde los inicios hasta los restos que hoy pueden verse. La organización urbana es propia de un oppidum, con calles adaptadas a la orografía, restos de viviendas aristocráticas, templos, cisternas y silos para el grano. Las transformaciones que trajo la conquista romana hicieron que el poblado quedara bajo el área de influencia de Ampurias. Fue abandonado por causas desconocidas en el siglo II a. de C.
Cerrado los lunes. Entrada: 4 euros.
6. Castro de la Mesa de Miranda, Chamartín (Ávila)
Habitado por los vetones desde finales del siglo V a. de C., no se sabe si fue abandonado al término de las Guerras Celtíberas (133 a. de C.) o de la guerra entre César y Pompeyo (49 a. de C.). Está en un extenso cerro amesetado, en la confluencia de dos ríos y a 1.145 metros de altitud, y domina un amplio territorio que limita al norte con el valle del Duero y al sur con las primeras estribaciones de la sierra de Ávila. Muestra tres recintos amurallados, no contemporáneos entre sí.
En la necrópolis de La Osera, que estaba dividida en seis zonas que responderían a diferentes linajes o castas, se excavaron más de 2.200 tumbas. Los cuerpos se incineraban con sus ajuares y adornos personales; en el caso de los guerreros, también con sus armas, que acaso pensaban usar en el más allá.
Visita libre.
7. Contrebia Leucade, Aguilar del Río Alhama (La Rioja)
Las primeras excavaciones se remontan al siglo XVIII, pero fue en las décadas de 1920 y 1930 cuando se iniciaron las excavaciones sistemáticas. Los autores clásicos describen esta ciudad celtibérica como inexpugnable. En la campaña militar de 143-142 a. de C., el general romano Quinto Cecilio Metelo solo pudo entrar en ella mediante un ataque sorpresa. Años después, en 77 a. de C., otro general romano, Sertorio, logró rendirla, tras un largo asedio y numerosas bajas, minando la torre, que era su mayor baluarte defensivo.
Además de las murallas y el impresionante foso excavado en la roca, tiene una elaborada red de cloacas y un sistema de pozos que permitía obtener agua sin salir de la fortificación.
Visitas: sábados y domingos (a partir del 16 de septiembre, solo los sábados). Es necesaria reserva previa. Entrada: 6 euros.
8. Castro de San Cibrao de Las, San Amaro (Ourense)
Habitado desde el siglo II a. de C. hasta el II d. de C., es representativo de la etapa final de la cultura castreña, en la que los galaicos se fueron adaptando al proceso de romanización. El hallazgo de una inscripción dedicada a la divinidad indígena Bandua permitió conocer su nombre original, Lansbricae (“castro indígena de Lans”). Destaca por su extensión y conservación, y muestra dos recintos amurallados concéntricos: la acrópolis o recinto interior y el recinto exterior, donde se hallaban las viviendas, con una calle empedrada que cruza ambos de este a oeste.
Visitas: de martes a domingos (confirmar horario según la época del año). Entrada: 5 euros.
9. Las Médulas, Carucedo (León)
La que se considera la mayor mina de oro a cielo abierto del imperio romano estuvo en El Bierzo. La explotación alteró por completo el entorno, y el resultado fue un bello paisaje de cárcavas y atalayas rojizas que contrastan con el verde y el dorado de castaños, robles y carrascas. Las primeras extracciones las iniciaron los pueblos autóctonos astures, que bateaban los lechos fluviales. Los ingenieros romanos que llegaron en época de Augusto aplicaron nuevas técnicas más agresivas para obtener el máximo provecho. La explotación se mantuvo hasta el siglo III d. de C. El historiador romano Plinio el Viejo, que fue administrador de las minas, relata que se extraían al año casi 20.000 libras de oro (la libra romana equivalía a 273 gramos) y habla de las penosas condiciones de los trabajadores.
La Fundación Las Médulas realiza visitas guiadas en 4×4 y autobús (20 y 12 euros, respectivamente). El Aula Arqueológica de Las Médulas organiza rutas a pie por el yacimiento (precio en función del recorrido y las personas, telf. +34 987 42 28 48).
10. Bílbilis, Calatayud (Zaragoza)
Los fundadores de la vieja Bílbilis fueron los lusones, una tribu celtíbera. Tras la conquista por los romanos en el siglo I a. de C., el poblado se convirtió en ciudad romana. Y adoptó el apelativo de Bilbilis Italica. Cuando obtuvo el rango de municipium, sus habitantes se convirtieron en ciudadanos romanos de pleno derecho y pasó a llamarse Augusta Bilbilis. Este estatus privilegiado trajo profundas transformaciones urbanísticas, como el foro, visible desde el valle del Jalón, que logra una escenografía espectacular para mostrar la grandeza de Roma. La topografía impuso un urbanismo que contrasta con el esquema reticular de las ciudades romanas, con aterrazamientos, calles empinadas, cuestas y rampas. A partir de Trajano, inició una progresiva decadencia que concluyó con su desaparición entre los siglos IV y V.
Abierto todos los días de la semana, acceso libre.
11. Itálica, Santiponce (Sevilla)
Los orígenes de Itálica se remontan al año 206 a. de C., cuando el general Publio Cornelio Escipión asentó a un destacamento de legionarios licenciados tras la II Guerra Púnica en un paraje de la Turdetania. La procedencia italiana de los soldados le dio nombre.
Itálica alcanzó su mayor esplendor a finales del siglo I d. de C. y durante los reinados de Trajano y Adriano, que fueron generosos con su ciudad natal. Este le otorgó el rango de colonia y auspició la llamada “ciudad nueva”, ampliación urbanística que se inició ya bajo Trajano. Se trata de un barrio de trazado hipodámico, con calles en ángulo recto, enormes mansiones y un gran anfiteatro —el cuarto del imperio en capacidad—. Los restos de este barrio son lo que se puede visitar, ya que lo que fue la “ciudad vieja” se encuentra bajo el pueblo de Santiponce.
Cerrado los lunes. Entrada gratuita para ciudadanos de la U.E.
12. Villa romana de La Olmeda, Pedrosa de la Vega (Palencia)
Hace 50 años, en 1968, Javier Cortés descubrió por azar en una de sus tierras los restos de un mosaico. Este terrateniente, que llegaría a hacerse arqueólogo, costeó las primeras excavaciones hasta 1980.
Desde entonces se ha ido sacando a la luz uno de los más importantes conjuntos de mosaicos de España, diferenciando dos fases cronológicas: una villa fundada a finales del siglo I, que perduró hasta finales del siglo III, y otra que se edificó durante el siglo IV y pervivió hasta el siglo VI. A esta segunda fase corresponde el auge de la villa, cuyos dueños, miembros de una dinastía de terratenientes, nos observan aún hoy desde sus retratos en el mosaico del Oecus (la gran sala) junto a rostros de la mitología como Aquiles y Ulises.
Cerrado los lunes. Entrada: 5 euros.
13. Baelo Claudia, Tarifa (Cádiz)
Desde el siglo XVIII, diversas noticias hablaban de la presencia de ruinas en la ensenada de Bolonia. A partir de 1917 se realizaron las primeras excavaciones, pero no fue hasta 1966 cuando los trabajos se hicieron sistemáticos. La ciudad nació a finales del siglo II a. de C., a partir de un asentamiento bástulo-púnico más antiguo (Bailo, Baelokun). Su economía se basaba en el comercio con el norte de África, la pesca y la industria de salazón y garum, una salsa de pescado considerada una exquisitez en Roma. Alcanzó su mayor prosperidad entre los siglos I a. de C. y II d. de C., cuando un maremoto la arrasó en gran parte. La crisis del siglo III y las incursiones de piratas mauritanos y germanos iniciaron una decadencia que culminó con su abandono en el siglo VII.
Cerrado los lunes. Entrada gratuita para ciudadanos de la UE.
14. Munigua, Villanueva del Río y Minas (Sevilla)
Estas ruinas son tan impresionantes como ignoradas, a pesar de que se conocen desde el siglo XVI. Sus orígenes tienen que ver con la explotación de las minas de cobre y hierro y se remontan al siglo IV a. de C., aunque es la ciudad romana de los siglos I a III d. de C. la que ha sido rescatada del peso de la tierra. El imponente santuario consagrado a Fortuna y Hércules domina el entramado urbano, que se extiende a sus pies ofreciendo una excelente panorámica de una urbe romana en miniatura, con sus viviendas, foro, termas y muralla. Todo prácticamente como quedó a finales del siglo III, cuando un terremoto inició su declive.
Se puede visitar de miércoles a domingo. Entrada gratuita.
15. Calatrava la Vieja, Carrión de Calatrava (Ciudad Real)
Esta ciudad islámica, levantada sobre un asentamiento ibérico del que apenas se conocen restos, es citada ya en tiempos de Abderramán I (785) y alcanzó su esplendor durante el siglo IX. De carácter defensivo, disponía de una muralla con 44 torres y corachas para el abastecimiento de agua durante los asedios, y llegaba a convertirse en una verdadera isla-fortaleza gracias al río Guadiana, que entonces tenía mucho más caudal. En el interior se diferencian el alcázar y la medina, y en el exterior, los arrabales. En el siglo XII pasó a manos cristianas, fundándose en ella la Orden de Calatrava, cuyos monjes guerreros resistieron en el castillo de Salvatierra tras la derrota de la batalla de Alarcos (1195) y contribuyeron después a la victoria de las Navas de Tolosa (1212).
Visitas: viernes, sábados y domingos. Entrada: 4 euros.
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Autoría| Redacción
Vía| Redacción
Imagen| Wikipedia
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