Los suicidas en los hospitales psiquiátricos victorianos

En la época victoriana la prevención del suicidio en los asilos era primordial

El Dr. Pinel ordena quitar las cadenas a las pacientes de un hospital psiquiátrico de mujeres

Tradicionalmente se creía que en el siglo XIX hubo un auge de suicidios debido al rápido crecimiento de las ciudades y a la industrialización. Estudios más recientes no están de acuerdo con esta postura, aunque el suicidio, al ser una práctica prohibida por la religión, resultaba un asunto muy conflictivo. Los cadáveres de suicidas no podían recibir un rito funerario cristiano, aunque a menudo se los enterraba en terreno consagrado, apartados de las demás tumbas. Las familias muchas veces argüían la locura del familiar, debido a que los lunáticos que se quitaban la vida sí que recibían un funeral apropiado.

En los hospitales psiquiátricos de la época, el asunto de los suicidas era especialmente sensible ya que la prensa sensacionalista se hacía eco de la noticia y creaba muy mala fama a la institución. Por ello, la precaución contra los suicidios en los asilos era muy importante.

A mediados del siglo XIX hubo una fuerte protesta contra los métodos poco morales empleados en estos hospitales psiquiátricos hacia los enfermos a raíz de una serie de escándalos. Uno de las principales motivos de protesta era la práctica de la restricción de los enfermos, que a menudo eran encadenados o atados. Este cruel tratamiento de los pacientes, no obstante, era efectivo para prevenir los suicidios, por lo que hubo que buscar otras alternativas para que los enfermos no se suicidasen que no implicasen la restricción.

Uno de los métodos empleados en las instituciones era la violencia por parte de los trabajadores del asilo hacia los pacientes, que también fue muy criticada por el movimiento de regeneración de los psiquiátricos. Por ello, se prefirió optar por la vigilancia. En las horas de luz, se perseguía a los enfermos con tendencias suicidas para comprobar que no llevaban a cabo ninguna acción peligrosa y también estaban sometidos a vigilancia por las noches, a veces tan frecuente como cada hora. Este seguimiento no siempre cumplía su objetivo porque algunos pacientes se sentían retados y no paraban de pensar en la manera de quitarse la vida.

Algunos hospitales disponían de habitaciones especiales para pacientes suicidas que no contenían objetos punzantes ni afilados y cuyas sábanas estaban hechas de un material que impedía que se rasgasen para hacer sogas improvisadas. En caso de que el enfermo quisiera morir negándose a comer, era bastante habitual que se le alimentase por la fuerza ya fuera con cuchara o con un tubo que penetraba en los orificios nasales o en ocasiones con una sonda estomacal.

Lo más habitual para mantener bajo control a los enfermos suicidas, sin embargo, era la utilización de fármacos. Esto era especialmente así en los hospitales en el que la relación entre el número de trabajadores y pacientes era cada vez mayor. Se suministraba a los pacientes todo tipo de drogas, especialmente calmantes, derivadas del opio y el cannabis además de purgas y emplastos. Estos remedios se utilizaban sobre todo en los pacientes más agresivos.

También se empleaban ropajes restrictivos como las camisas de fuerza y otras variantes que se ataban detrás de la espalda con candados. Contrariamente a la creencia popular, en cambio, estos ropajes no se empleaban con demasiada frecuencia y solo uno o dos días seguidos.

Resulta difícil comprobar si, después de este tratamiento, los pacientes se recuperaban plenamente. Muchos eran reinsertados en la sociedad pero a menudo a petición de sus familias y no por recomendación de los regentes de los hospitales. Algunos de estos enfermos se suicidaban poco tiempo después, pero es difícil encontrar noticias de los intentos fallidos de suicidio.


Bibliografía

SHEPHERD, Anne y WRIGHT, David (2002): “Madness, Suicide and the Victorian Asylum: Attempted Self-Murder in the Age of Non-Restraint”. Medical History, 46, 175-196.


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