Estos titanes del
Barroco sobresalieron tanto en ingenio como en su mutua enemistad
Retratos de Bernini y Borromini |
Aunque nacieron en lugares muy diferentes de la península
italiana el destino los situará en pleno siglo
XVII en las calles de Roma para
llevar a cabo las grandes obras arquitectónicas del Barroco. Dos personalidades que no podían ser más diferentes. Bernini había nacido en Nápoles en 1598
y era hijo del escultor Pietro Bernini, con quien se trasladó a la Ciudad
Eterna con solo seis años, aprendiendo así de su padre y mostrando su don a una
ciudad que estaba en plena efervescencia artística. A ella acudían
personalidades de toda Europa.
Muchos veían en el joven talento de Bernini al Miguel Ángel del momento que con poco
más de veinte años había realizado los exquisitos grupos escultóricos del Rapto de Proserpina o Apolo y Dafne, pero al día siguiente
estaba pintando retratos o escribiendo una obra de teatro. Había algo en su
carácter que encandilaba a todo aquel que estuviera cerca, gozando desde un
primer momento de fama, poder y lo más importante de todo: el beneplácito y la
protección del Vaticano, algo que era determinante a la hora de conseguir los
encargos.
Frente a él, Borromini
había llegado al mundo en 1599 en el lago de Lugano, actual Suiza. Era hijo de
un cantero y será en una cantera donde comience su carrera, ayudando a su
padre. Se trasladará a Milán donde aprende y se perfecciona trabajando en el
Duomo, llegando a Roma en 1619 para colaborar como tallador de piedra en las
obras que llevaba a cabo su tío, el arquitecto Carlo Maderno, en la Basílica de San Pedro. Borromini tenía un carácter introvertido, era muy
religioso, solía vestir de negro y era habitual verlo enfrascado en constantes
disputas, sobre todo en lo que a los encargos se refería.
Las vidas de Bernini y Borromini se cruzan por primera vez cuando éste último se está ocupando de
los proyectos de San Pedro con Maderno. El Papa Urbano VIII quería que se
levantara un imponente baldaquino de
bronce en el nuevo altar de la basílica y aunque se organizó un concurso,
era por todos sabido que la obra iba a llevar la firma de Bernini, el favorito
del pontífice. Este hecho dejaba en un segundo plano los trabajos de Maderno y
Borromini, dando el encargo principal a un joven escultor que apenas había
trabajado como arquitecto.
Fachada de la iglesia de San Carlo alle Quatre Fontane |
Con el Baldaquino queda
puesto de manifiesto la excelencia del Barroco con Bernini a la cabeza, dejando
en el olvido el estudio técnico y los números que había realizado Borromini
para que esa magna obra no se viniera abajo. Estas diferencias también se dejaban ver en el sueldo que les pagaba el
Vaticano, pues siendo Bernini el jefe de los proyectos cobraba hasta diez veces
más que su antagonista, un mero asistente más de su equipo.
Pronto la paciencia de Borromini se acabará y comienza su
carrera en solitario. Será entonces,
en 1638, cuando le llega un encargo por parte de los Trinitarios Descalzos para
construir una iglesia, San Carlo alle Quatre
Fontane. Aquí levantará Borromini una de las joyas de la arquitectura
barroca con una irrepetible fachada en la que juega con los volúmenes y las
formas onduladas, llamando por fin la atención de Roma y comenzando a hacerse
notar.
Mientras tanto Bernini está inmerso en las obras del campanario de San Pedro y toma la
decisión de no seguir los planos de Maderno, optando por unas torres de mayor
peso y resonando en su cabeza los avisos y críticas de Borromini, que advertía
del peligro que estos cambios podrían conllevar. En el año 1644 con la muerte de Urbano VIII aparecen las
primeras grietas en la fachada de la basílica, tomando la decisión el nuevo
Papa Inocencio X de demoler el
campanario. Esta primera caída de Bernini supondrá el ascenso de Borromini, que
se gana la confianza del nuevo pontífice y destrona a su eterno rival. Llega
entonces la iglesia de Sant’Ivo
alla Sapienza, una de sus edificaciones maestras, y la colaboración en el
diseño del Palacio Pamphili en la Plaza Navona.
Bernini, por su parte, al dejar un poco más de lado la
arquitectura nos regalará creaciones escultóricas de la talla del Éxtasis
de Santa Teresa, recuperando pronto el favor del Vaticano al conseguir
el encargo para realizar la famosa Fuente de los Cuatro Ríos en la
Plaza Navona. Será una obra que volverá a incendiar
la enemistad entre los dos artistas pues al parecer la idea original de
realizar una fuente con los cuatro grandes ríos del mundo era de Borromini.
A estas alturas, el enfrentamiento entre ambos se había vuelto legendario y estaba en
boca de todos. Se llegaban a inventar todo tipo de anécdotas, como la famosa
creencia de que dos de las esculturas de la fuente tienen expresión de horror
en sus rostros por lo que tienen frente a ellas, la iglesia de Sant’Agnese
realizada por Borromini. Aunque puede parecer que Bernini lo hizo para burlarse
de su contrario, lo cierto es que la fuente se concluyó en 1651 y las obras de
la iglesia no comenzaron hasta 1653. Una curiosa casualidad que no hacía sino
alimentar la evidente tensión que había entre los dos.
Con la llegada de Alejandro
VII el breve reinado de Borromini toca a su fin, dando alas nuevamente a
Bernini y comenzando su época más dorada: la magnífica Columnata de San Pedro, la Scala Regia del Vaticano o el propio
Sepulcro para el Papa. Su fama acaba llegando hasta París, donde lo llamaron
para ampliar el palacio real del Louvre aunque finalmente el proyecto no gustó.
Con la popularidad de Bernini subiendo como la espuma, la
locura y la inestabilidad de Borromini también iba en aumento, pasando sus
últimos momentos sumido en una terrible depresión. El 2 de agosto de 1667 tras
tener una discusión insignificante con uno de sus sirvientes y como tratando de
recrear la muerte de Catón el Joven, Borromini
se arrojó sobre su propia espada y estuvo agonizando todo un día hasta que
muere el 3 de agosto. El mismo escribió: “…recordé que tenía una espada en el
respaldo de la cama,… en mi impaciencia por tener una luz tomé la espada, que
cayó de punta junto a mi cama. Caí sobre ella con tal fuerza que terminé
atravesado en el piso”.
Bernini le
sobrevivió trece años más, muriendo el 28 de
noviembre de 1680. Esta famosa rivalidad nos ha dejado para siempre la huella
del Barroco con Roma como telón de fondo, donde las continuas disputas no
hicieron sino plagar la Ciudad Eterna con construcciones imperecederas que son
hoy el testigo perfecto de la grandeza de estos dos virtuosos creadores.
Autor| Begoña Ibáñez Moreno
Vía| Begoña Ibáñez Moreno
Imágenes| Wikipedia
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