La curación de las enfermedades mentales a través de la trepanación era
una práctica frecuente
La extracción de la piedra de la locura de El Bosco |
En la Antigüedad se
consideraba que la locura era producida por la formación de piedras dentro del cráneo, de forma
similar a los cálculos renales. Los primeros vestigios de cirugías de
trepanación que conocemos tienen más de diez mil años de antigüedad. Se han
encontrado cráneos trepanados en Europa, Asia, América y África. Se conservan
algunos ejemplos de la Antigüedad Clásica, aunque son tan escasos que no se
puede considerar que fuera una práctica común.
La trepanación pretendía extraer estas piedras del cerebro para curar la enfermedad mental del individuo. El concepto de locura en la Antigüedad y la Edad Media era muy variado. No solo se consideraban locos a aquellos que tenían una enfermedad mental, sino también a los bebedores, los avariciosos, los mentirosos… y especialmente a las personas lujuriosas. No sabemos si la extracción de la piedra de la locura se utilizaba para curar a los enfermos mentales o a las personas pecaminosas.
La trepanación pretendía extraer estas piedras del cerebro para curar la enfermedad mental del individuo. El concepto de locura en la Antigüedad y la Edad Media era muy variado. No solo se consideraban locos a aquellos que tenían una enfermedad mental, sino también a los bebedores, los avariciosos, los mentirosos… y especialmente a las personas lujuriosas. No sabemos si la extracción de la piedra de la locura se utilizaba para curar a los enfermos mentales o a las personas pecaminosas.
Según la cultura y la
época, la cirugía se realizaba con un instrumental distinto, pero la práctica
se mantuvo bastante homogénea: Se trepanaba la cabeza y se extraía un trozo de
cráneo para luego sustituirlo por una placa de otro material, habitualmente un
metal precioso. El médico persa Rhazes menciona esta práctica como propia de
charlatanes, que hacían un corte en la frente del paciente y fingían extraer algo que ya llevaban
guardado en la mano.
A finales de la Edad
Media se fomenta el estudio de la medicina en las universidades, por oposición
a la enseñanza por transmisión oral. Los estudiantes debían someterse a
exámenes públicos para demostrar sus conocimientos. En este momento empieza a
separarse la figura del cirujano o barbero de la del médico. Los primeros
atendían a enfermos en campos de batalla o en ferias ambulantes, normalmente al
aire libre. A menudo se los consideraba embusteros
y embaucadores. Por contra, estaba la figura del médico procedente del
ámbito universitario, que tenía una mejor consideración social.
Una de las escasas
representaciones de esta práctica en el arte es la pequeña tabla realizada por el Bosco, que inspiró obras posteriores.
Desconocemos si la imagen es costumbrista y describe una realidad de la época o
si, por el contrario, se trata de una fantasía del autor. La obra puede
considerarse como una crítica a los charlatanes. El embudo que lleva el médico
en la cabeza hace alusión a su carácter de falso médico y la bolsa de dinero
atravesada del paciente hace referencia al dinero que ha gastado en la
innecesaria operación. El médico, en lugar de extraer una piedra del cráneo del
cliente, saca un tulipán. En holandés se llama “cabeza de tulipán” a los
necios, por lo que puede hacer alusión a la ingenuidad del paciente.
También se ha
interpretado esta obra desde el punto de vista del la castración. El médico
estaría en este caso curando al paciente
de una lujuria excesiva, extrayendo de su cabeza una flor, símbolo de este
pecado. En cuanto a los dos personajes que acompañan la escena, ambos llevan
hábitos, por lo que proceden del ámbito religioso. Puede tratarse de una
crítica del pintor a la Iglesia, ya que ambos observan la operación con burla
pero no tratan de impedir al charlatán que engañe a su cliente.
Bibliografía
ARIAS BONEL, José Luis
(2002): “Jheronimus Bosch y la piedra de la locura”, Goya, nº 287, pp. 108-121.
GONZÁLEZ HERNANDO,
Irene (2012): “La piedra de la locura”, Revista
digital de iconografía medieval, vol. IV, nº 8, pp. 79-88.
Autora| Irene Lázaro Romero
Vía| Ver bibliografía
Imagen| Wikimedia Commons
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