Paz (y guerra) entre Roma y Persia

A lo largo de más de 400 años, los romanos y los persas, las dos grandes potencias contemporáneas, se enzarzaron en interminables disputas territoriales en la frontera romana oriental

Ilustración de una batalla entre Roma y Persia

A lo largo del siglo IV d.C. se erigió una nueva potencia en oriente que amenazaba la supremacía de Roma. Se trataba de la Persia Sasánida, surgida después de una sublevación contra los gobernantes partos Arsácidas, que hacía más de dos siglos que dominaban dicho territorio.

El ascenso de los Sasánidas supuso una mala noticia para Roma pues, a diferencia con la Partia Arsácida, a la que los romanos acabaron por imponer una situación de dominación en su frontera oriental, ampliando sus dominios hasta más allá del Tigris; con la nueva Persia Sasánida las cosas cambiaron.

Se puede afirmar que Roma consideró a Persia como su máximo enemigo.Cuando se referían a los persas, a diferencia de Partia -una nación helenizada-, lohacían de forma desfavorable, tratándola no solo como enemiga de Roma sino también del mundo clásico. Roma se auto designó como la garante y salvaguarda de los valores helénicos, haciendo inevitable el conflicto permanente entre las dos potencias.

En un contexto bélico que se remontaba a finales del siglo III d.C., Roma y Persia se enzarzaron en constantes disputas territoriales, reclamando para sí territorios que consideraban legítimos de vital importancia geoestratégica. La Persia Sasánida, considerándose heredera de la otrora Persia Aqueménida, ansiaba recuperar, de forma un tanto nostálgica, la totalidad de territorios que sus predecesores conquistaron en Occidente.

Por otro lado, Roma necesitaba conservar las conquistas a Partia realizadas en los siglos I y II d.C., pues le garantizaban no sólo un control de recursos importantes en rutas comerciales claves sino también, recursos territoriales elementales a nivel estratégico a fin de mantener el control sin sobresaltos de provincias ricas como Siria.

La aparición en Persia de un líder indiscutible

La aparición en Persia de un líder indiscutible y longevo en el poder, con un gran carácter expansionista y belicista: el rey Sapor II, supuso una mayor amenaza para Roma.

En el lado romano, al gobierno de Constancio II, de carácter básicamente defensivo en la línea fronteriza, le sucedió el del emperador Juliano cuyo objetivo se focalizó en restaurar el prestigio de Roma y recuperar Armenia. Las conjunciones de estos factores crearon el germen para un nuevo conflicto.

La contienda miliar promovida por Juliano empezó favorablemente por los intereses romanos pues las legiones llegaron hasta las puertas Ctesifonte (la capital de Persia). Una vez allí, consciente que conquistarla supondría iniciar un largo y agotador asedio a la capital, Juliano ordenó retroceder en busca de Sapor II. La temida “maldición” de Ctesifonte y los malos augurios del conflicto se confirmaron con la inesperada muerte del emperador.

Según el historiador Libanio, el autor del asesinato sería un miembro de una tribu sarracena del desierto de Siria, fruto de un complot desde las propias filas romanas. Este hecho ratifica la complejidad de la situación, en la que una parte de la élite romana que acompañaba al emperador estaba en desacuerdo con su política.

Al mismo tiempo, supone el punto álgido del papel de las tribus sarracenas, como pueblos mercenarios que ofrecían su alianza alternada tanto a intereses romanos como a persas según sus propios intereses y con poca confianza para los dos competidores, en especial para Roma.

Muerto el emperador, Joviano le sucedió, quién se precipitó a firmar una paz necesaria (por el hambre y las dificultades) pero vergonzante, pues las pérdidas territoriales en el tratado para los romanos fueron cuantiosas, según relata el historiador Amiano, un gran conocedor de la situación militar romana del s IV d.C.

Aunque hambrientas y exhaustas, las tropas romanas, llevadas por la ira después de la muerte de su emperador, estaban dispuestas a luchar hasta morir en combate antes que de hambre, sabiéndose aún superiores a los persas. A pesar de ello, Joviano prefirió una retirada rápida y segura con la firma del nuevo tratado.

Para Roma, la firma de este tratado con Persia (363 d.C.) supuso no solo una dolorosa cesión casi definitiva de Armenia y otras importantes ciudades estratégicas sino una pérdida de prestigio internacional al mostrar públicamente una posición de debilidad ante Persia.
Esto fue visto, tanto por las propias tropas en el frente como en el corazón del imperio como una vergüenza insuperable. Para entender las verdaderas razones por las que Joviano se apresuró a firmar el tratado de paz con Sapor hay que acercarse al entorno más cercano del emperador.

Según Amiano, el emperador, débil de carácter, se rodeó de un grupo de aduladores que lo convencieron para volver a Roma lo más pronto posible, antes de que, según éstos, Procopio, primo del difunto emperador Juliano y potencial sucesor de este, conociera la noticia de su muerte y quisiera ocupar su puesto.

Las élites que acompañaron a Joviano utilizaron todo lo que estaba en sus manos para convencer al emperador de regresar y así poder mantener su privilegiada posición jerárquica.

El largo conflicto entre el imperio romano y el persa fue un conflicto de primer orden que quedó sin resolver para ninguno de los dos bandos y en el que intervinieron no solo las dos grandes potencias competidoras, sino también estados aliados que hacían de colchon de seguridad para ambos imperios.

Al focalizarse ambas potencias en uneterno conflicto sin atender a emergentes enemigos, lo pagaron caro. Dicho enfrentamiento dejó, con el tiempo, exhaustas a las dos potencias y casi sin recursos.Es cuando a principios del siglo VII d.C., los antaño pueblos sarracenos divididos, se concentraron y organizaron bajo una nueva religión, el islam. Su furia y fe hizo de ellos un ejército invencible que barrió al imperio persa y quitó de plumazo todos los territorios romano-bizantinos de oriente.

Los romanos -al igual que los persas- se habían equivocado de enemigo y lo que no consiguieron en siglos, los musulmanes lo lograron en pocos años: conquistar más allá de Ctesifonte.

Imagen| Wikipedia

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