Desde
los homicianos, hasta el herrero Jorge Leal
Los
primeros gitanos que pisaron tierra americana llegaron con Colón en su tercer
viaje, y lo hicieron
en virtud de una real cédula de 22 de junio de 1497, por la que se conmutaba a
los delincuentes las que les hubieran sido impuestas si aceptaban convertirse
en colonos de las nuevas tierras descubiertas. La Española, Santo Domingo e
islas aledañas se convertirían de esta forma en la meta final de un viaje de
más de tres siglos a través de los cinco continentes.
Los
Reyes Católicos, una
vez comprendieron las dimensiones del descubrimiento colombino, vieron la urgente necesidad de poblar las
tierras recién descubiertas y consolidar así su dominio sobre ellas, por lo que dispusieron una improvisada
política colonizadora, por medio de medidas tan sencillas y rápidas como la
de autorizar la transferencia de
población penal a las nuevas tierras. En principio, se trató de personas
condenadas a destierro, aunque posteriormente, dado el insuficiente contingente
que generaba tal disposición, se amplió a los sentenciados por delitos de muerte o heridas, a los que se les invitaba
“a servir en persona a la isla Española y sirvieren en las cosas que el
dicho almirante les dijere y mandare”.
La estancia en las
Indias se graduó en relación al delito cometido: dos años para los que
mereciesen la pena de muerte, y de un año para los merecedores de una pena de
menor cuantía. A todos ellos se les perdonaba “cualesquier crímenes y delitos, y de cualquier manera y calidad y
gravedad que sean”. Además, se les restituía “a los dichos delincuentes en su buena fama”. De esta forma, el 30 de mayo de 1498, entre los 300
hombres y 30 mujeres de la expedición, se hallaron los gitanos Antón, Macías,
Catalina y María de Egipto, todos ellos condenados por homicidio.
Este
tipo de política colonizadora fue rápidamente abandonada, pues la corona acabó decantándose
por el asentamiento de familias de campesinos y artesanos en América,
desechando el modelo inglés de convertir América en una especie de colonia
penitenciaria para los delincuentes metropolitanos.
No sabemos si estos
primeros colonos gitanos echaron raíces en tierras americanas, ni si al socaire
de dicha cédula, nuevos elementos de esta etnia aceptaron trasladarse a las
Indias, antes de la creación de la Casa de Contratación en 1503, pues desde
entonces se comenzó a vigilar estrictamente el cumplimiento de la legislación
en lo referente a moros, judíos, gitanos y protestantes, exigiendo testimonios
para demostrar la condición de cristianos viejos. Finalmente, a primero de febrero de 1570, Felipe II
dispuso la prohibición de pasar “a las
Indias gitanos, ni sus hijos, ni
criados”.
Las
fuertes trabas que en general se establecieron para pasar a América, aun cuando era constatable la gran
necesidad de colonos que necesitaba el despoblado Nuevo Mundo, repercutieron en la escasez de mano de obra
especializada, como lo fue en el caso de los maestros herreros. Así, en
1602, Pedro de Valdés, gobernador de la
isla de Cuba, tras no haber hallado a nadie que se ofreciera para trasladar
su herrería a la isla, se lo propuso al
trianero Jorge Leal. Para solventar el escollo que suponía ser de “casta de gitanos”, Valdés justificó que
Jorge Leal sería “muy necesario para la
obra y de los castillos” de La Habana, muy debilitada por los ataques de
franceses y de ingleses en aquellas fechas.
Siguiendo los trámites
indispensables para obtener la licencia, Jorge
Leal presentó su solicitud, así como la autorización para que con él
pasasen su mujer Magdalena Fernández y sus dos hijos, Fabián y Sebastián de
Heredia. Igualmente se obligaba a
residir en La Habana sin hacer ausencia de ella. Admitida esta
justificación, Jorge Leal presentó a continuación a tres testigos trianeros,
también gitanos,quienes corroboraron que conocían a Jorge Leal de muchos años atrás
y que su matrimonio e hijos eran legítimos.
Obtenida
de forma definitiva su licencia para
trasladarse a Cuba como maestro herrero, Jorge
Leal compareció el 13 de marzo de ese año para otorgar su carta de obligación, por
la que se comprometía a residir con su familia en La Habana “todo el tiempo que S.M. mandase”, sin salir de ella sin licencia,
usando de “su oficio de tal herrero”,
por todo lo cual obligó su persona y bienes.
Superados los
obstáculos legales, Jorge Leal y familia lograron cruzar el Atlántico y bien
pudieron sentar el precedente para allanar el camino de otros gitanos, que bien
pudieron ser los testigos anteriormente nombrados, también oficiales herreros.
Sin embargo, no debieron ir bien las cosas a esta familia gitana, pues tres
décadas más tarde hallamos a su nieto Jorge, hijo de Sebastián, condenado a
diez años de galeras por resistencia, robo y salteamiento en las cercanías de
Cádiz, en donde dijo había nacido.
Bibliografía
MARTÍNEZ
MARTÍNEZ, Manuel, Los gitanos y la
prohibición de pasar a las Indias españolas. Revista de la CECEL. Expediciones
y pasajeros a Indias, 10, 2010: 71-90.
Autor| Manuel
Martínez Martínez
Vía|
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Imagen|
La Habana en el siglo XVII, por Jhon Ogliby
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