La crucifixión romana

La crucifixión, aunque no inventada por los romanos, fue uno de los castigos más crueles ejecutados por ellos. Su práctica tenía como objetivo disuadir cualquier tentativa de revuelta o agitación contra el Estado

 Recreación de crucifixiones romanas

En Jerusalén (Judea) sobre el año 33 d.C. aproximadamente: “Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucifiquen, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego”, Evangelio según San Juan (19, 16-30).

Cuando nos referimos a la crucifixión, automáticamente nos viene a la cabeza la imagen de Jesús de Nazaret. Es evidente que este suceso clave en la historia de la humanidad ha inmortalizado para siempre la crucifixión, pero más allá de la muerte de Jesús, ¿qué sabemos realmente de este cruel castigo que los romanos practicaban a menudo?

Aunque conocemos la crucifixión a través de los romanos, queda claro que ellos no la inventaron. Los asirios y babilonios ya practicaban el empalamiento, por la cual una lanza o cualquier otro objeto longitudinal, era ensartado literalmente en el cuerpo de la víctima.

Alejandro Magno utilizó la crucifixión como cruel método de tortura, introduciéndola en la cuenca mediterránea. Los cartagineses fueron los que la introdujeron a los romanos, que la perfeccionaron como máquina de castigo y tortura lenta y dolorosa.

También los griegos usaron la crucifixión, aunque solo en algunas pocas ocasiones pues solo cuando el crimen y criminal en cuestión lo justificaba.

Lo más probable es que inicialmente la crucifixión consistiera en atar al sentenciado a un árbol como castigo. Posteriormente se sofisticó, por lo que el instrumento para la crucifixión podía variar.

La cruz tau era la más utilizada ya que era más práctica. Con un poste permanentemente clavado al suelo, el travesaño era portátil (patibulum) y a menudo lo portaba el mismo condenado y se colocaba junto con la víctima al poste principal.

El uso de la cruz latina (donde supuestamente fue ejecutado Jesucristo), en cambio, requería mucho esfuerzo ya que toda la estructura debía ser izada con la víctima, y debían realizarlo los soldados romanos, por lo que su uso estaba muy restringido.

Era tal el impacto visual y terror que suponía ver al reo sometido a ese tormento que, exhibido, representaba un método muy eficiente para disuadir cualquier intento o tentativa de crimen o revuelta por parte de la población.

Roma reservaba la crucifixión principalmente para delitos contra el Estado. Una forma de escarmiento publicitario contra agitadores y rebeldes al Imperio. De esta forma nadie desafiaría la autoridad y la población seguiría bajo control.

Fue un sistema de ejecución romano para esclavos, rebeldes y delincuentes. Aunque no hay muchas fuentes que testimonien su uso, gracias al Derecho romano sabemos que fue una práctica muy extendida.

Hasta en la ciudad de Roma había un lugar reservado para dichas ejecuciones, en el Esquilino, según relata el historiador romano Tácito.

No obstante, debido a su carácter humillante, la crucifixión era una práctica vetada para los ciudadanos romanos condenados a muerte. Roma, como sociedad clasista, mantuvo dicha máxima y jerarquización hasta en las ejecuciones.

En efecto, a la humillación de ser expuesto a la intemperie y a la vista del público, se le sumaba una muerte lenta y dolorosa. En ocasiones la víctima podía tardar varios días en morir.

El sufrimiento del condenado en la cruz era terrible: dolores, calambres, sensación de asfixia y, hasta en ocasiones, ataques de animales.
 
Finalmente, en horas o días, la muerte llegaba fruto de un paro cardiaco, tromboembolismo pulmonar, deshidratación, acidosis, asfixia, sepsis -como respuesta a una infección producida por los clavos- o la combinación de dos o más de estas complicaciones.

En este aspecto, la víctima no siempre era sujetada con clavos a la cruz, sino que lo habitual era simplemente atarlo con cuerdas, más rápido y práctico, ya que era más fácil subirlos y bajarlos.

En ocasiones, los soldados a cargo de la ejecución, rompían las tibias del condenado para que no pudieran apoyarse en los pies y así acelerar su muerte. Probablemente no lo hacían por piedad, sino para terminar su turno de guardia antes.


Crucifixiones masivas

Cronológicamente, destacan dos casos de crucifixiones masivas:

- En el año 71 a.C., Marco Licinio Craso, una vez sofocó la rebelión de esclavos encabezada por Espartaco, condenó a 6000 de ellos a la pena de crucifixión, a lo largo de la Vía Apia.

- En el año 70 d.C., tras la caída de Jerusalén, después de la revuelta judía, el general Tito crucificó a 500 judíos al día, según narra el historiador Flavio Josefo.

Ambos casos representaban una advertencia de lo que les podía suceder a rebeldes potenciales.

A nuestros ojos, la crucifixión nos parece un castigo de una crueldad terrible, sin escrúpulos; pero aun así debemos hacer un esfuerzo para juzgarlo con una mirada de hace 2000 años, eso es, una época en la que el valor a la vida era notablemente inferior al actual y en una sociedad donde la mano dura ejemplificadora imperaba para hacer respetar la ley.

Autor| Víctor Bertran Cortada
Vía| Canal Historia ‘La Crucifixión’ (I y II), obras de Séneca, antrophistoria y Gladiatrix (Maribel Bofill)

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