Sobre la conexión insondable entre
palabra y muerte
Sobre la conexión insondable entre palabra y muerte |
El presente texto nace, a los efectos de intentar, indagar, explorar tal
sendero de bosque, vincular la proximidad, el puente, aún no pensado, desde el
arriesgar Heideggeriano, de la conexión
insondable entre palabra y muerte. Palabra entendida como logos, como el
más allá de lo instintivo y muerte como la conceptualización del cese del
acontecimiento. La palabra es el palimpsesto que certifica que la muerte no
sucede para uno, sino para el otro, aquí alumbra, el nacimiento tanto de lo
público, como su sucedáneo, la política que busca que tal extensión, no se
convierta en tan extraña, en tan ajena al fenómeno natural de uno, que jamás
muere, pero que ve en la muerte del otro, el horizonte de lo común, de lo que
nos acontecerá, a todos y cada uno, los que habitamos en las distintas aldeas,
bajo los límites de las plazas por las que transitamos.
La representatividad muerta, de
una democracia que perece a medida que se la rescata, a la que se la salva, se
le brinda otra posibilidad, desde la connotación de la política, merece, y
debe, ser analizada, bajo los incordios de los conceptos, de la estructuración
psicoanalítica, tal como sí se tratase de una suerte de diván, como todos
imposible y experimental, público, explícito y explicitado, en donde el
analista, el guía, el componedor, se transforma, se convierte, deviene en lector y donde el
gobernante, al fin, a solas con su responsabilidad como con su
irresponsabilidad, tiene la oportunidad de redimirse de sus excedentes, de
excomulgarse de un mandato que lo lleva a los límites de la conversión de lo no
humano.
Este conjunto de vocablos, está
estructurado como un lenguaje que nos habla entre las exclusiones mutuas que se
desprenden de la filosofía, la política y el psicoanálisis para la comprensión
de lo humano. En su lectura ágil, se podrá percibir el clivaje ocluido, el
lazo, oculto como inexpugnable, que recobra de sentido, un jeroglífico en donde
se pueden vislumbrar a la política, la democracia, el inconsciente y la vagina
como conceptos fundamentales. En cada uno de los lectores, comentadores en
verdad, así lo deseen ratificar en el
código de las letras como en el reinado de sus silencios, se encuentra la
guía para unir y desunir los cabos, tal como en el atalaya asoma la luz
referencial del analista o como en la casa de gobierno, ejecuta la decisión,
sea cual fuere la misma, el gobernante.
Como sí se tratase de una suerte de manifiesto, de codificación,
independientemente de lo que lleve su dinámica, como su comprensión, en una dimensión de lo temporal que excede
nuestra necesidad de respuesta, todo lo que callan nuestras palabras, no son
más que las venturas que vivenciaremos en estadios otros, sean oníricos, como
productos de la fantasía o de la posibilidad de un futuro posible que nos
impele a que nos habitemos más allá del miedo con el que leemos la reacción
primigenia, que deslizamos ante la muerte.
Desde este mojón es que consideramos que si no dejamos de pensar, actuando,
de esta manera, la llamada de lo ausente a lo que no acudimos, se terminara por
extinguir, descenderos a una
deshumanización de nuestras posibilidades, y convertidos en un subproducto
de la razón instrumental, dejaremos de interesarnos por la palabra, por las
traducciones que conseguimos, mediante su uso y desuso.
En tal ciénaga del aceleracionismo,
seremos la expresión consumada, del consumo hiperbolizado, sobregirado en las
proporciones industriales que nos llevaran a buscar otros ambientes, para
desarrollar, no ya lo humano, sino su resultante, la operatoria mayor, la
conversión final del verbo, del logos, de la palabra al número.
Número que como tal, posee como propiedad intrínseca su no traducibilidad.
La ausencia de exegesis del número, lo convierte y nos convierte, en algoritmos
para uso y abuso de nuestra debacle, a la que se la llama, por el momento, en
los últimos resquicios de la resistencia de las palabras, inteligencia
artificial.
Cada vez son más los sujetos (atados a la ataraxia que propina el sedante
del fin de los tiempos), que exacerbados en su función políciaca, denuncian la
llegada, la subsistencia de textos,
de manojos de palabras, de gritos de lo humano, seriados, codificados en
artículos, que no esperaban, que no pidieron, que no saben dónde colocarlo,
además del basurero, sea real, simbólico del cerebro o virtual de la casilla de
correo.
Ya tienen privada la posibilidad del entender que la humanidad, encontró
sin buscar su traducción. Casi todo lo adquirido lo obtuvimos mediante el libre
juego, de que una cosa llevara a la otra, sin desesperarnos en buscar,
imposible además, el cuanto y el qué.
La muerte no traduce lo humano, no lo redime, no lo inmortaliza, sólo la
palabra es capaz de conseguir esto y tanto más.
La palabra, a la que se la persigue, se la ultraja, se la sodomiza, exigiéndole una traducción, un
resultante, nos habla, nos interpela, en todos los planos posibles, para que
nos reconciliemos con ella, con lo público, con lo político, que es su
sucedáneo.
En la palabra no anida el resultado, al que por haberlo convertido en
prioritario, la traducción de lo humano, lo va despojando de su sentido, de su
esencialidad, de esa palabra por la que aún conservamos nuestra condición,
hasta que la terminemos despellejando y en tal posibilidad, habernos
transformado en la suma azarosa de un algoritmo, sin posibilidad de regreso, de
cambio, sin traducción alguna más que la contundencia del número.
Vía| El presente texto es
una breve introducción de la obra en elaboración “Interdicciones filosóficas,
políticas y psicoanalíticas”, del autor Francisco Tomás González Cabañas
Imagen| Dreams
Time
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