La excepcional y
extrema climatología que tuvo lugar en 1816 influirá en la obra de diversos
autores
J. M. W. Turner, Canal de Chichester, 1828 |
El 5 de abril de 1815 tuvo lugar un hecho con desastrosas
consecuencias: el volcán Tambora,
ubicado en la isla de Sumbawa, Indonesia, entró
en erupción. Su actividad volcánica alcanzará un máximo histórico el 10 de
abril, convirtiéndose en un auténtico infierno de fuego líquido con columnas de
humo y cenizas que parecían no tener fin, lluvias de piedras y explosiones que
se escucharon a miles de kilómetros de distancia.
Más de 10.000 personas murieron durante la erupción, a
las que hay que sumar las más de 60.000 que perecieron por hambre o enfermedad
posteriormente. Pero las fatales
secuelas no habían hecho más que empezar, pues los varios millones de
toneladas de azufre lanzados a la estratosfera provocaron grandes cambios
climáticos a nivel mundial. La gran cantidad de polvo y cenizas volcánicas
sumadas al azufre hicieron que se redujera la luz del Sol, ocasionando un descenso generalizado de las temperaturas.
Vista del volcán Tambora |
Este fenómeno, unido a una caída histórica en la
actividad solar, hizo que al año siguiente, 1816, se le conociera como “el
año sin verano”. Los efectos no se hicieron esperar: la pérdida de las
cosechas, la subida de los precios, las hambrunas y las epidemias fueron las
protagonistas principales en el escenario. Entre los sitios más castigados
estuvieron el norte de Europa y el nordeste de América, aunque la situación fue desastrosa en todo el
planeta.
Pero, en medio de tanta desgracia y muerte, algunos artistaslograron encontrar la
inspiración incluso con un panorama tan terrorífico.
J. M. W. Turner, El declive del Imperio Cartaginés, 1817 |
Los atardeceres de
Turner
Los niveles de ceniza en la atmósfera hicieron que en
Inglaterra el cielo se tiñera de un inusual tono rojizo al ponerse el sol.
Algunos de los impresionantes crepúsculos que plasmará el pintor romántico J. M. W. Turner son, sin él imaginárselo,
consecuencia directa del azufre que impregnaba el ambiente. La extraordinaria
paleta que utiliza Turner en sus lienzos se vuelve aún más increíble debido a
una explosión volcánica que había tenido lugar al otro lado del mundo, estos colores quedarán grabados en su
memoria para siempre.
Turner representa al artista romántico en todo su
esplendor, inspirado por el poder y la fuerza de la naturaleza intenta plasmar lo sublime y lo violento de los
fenómenos naturales en sus obras, demostrando la insignificancia del ser humano
ante el empuje y la potencia de estos.
La crueldad del mar, la catástrofe que acarrea un
incendio o la belleza inexplicable del atardecer son las
musas de Turner, conocido como“el pintor
de la luz”. En cuadros como El
declive del Imperio Cartaginés (1817) podemos ver las consecuencias
directas de esos cielos rojizos que
Turner observó en el verano inexistente de 1816. Una gama de colores que no
dejará de acompañarle y que se puede comprobar en lienzos como Canal de Chichester (1828), Castillo Flint (1838) o Barco de esclavos (1840).
J. M. W. Turner, Castillo Flint, 1838 |
El nacimiento del
monstruo de Frankenstein
Fue en este invierno
perpetuo de 1816 cuando varios escritores e intelectuales románticos del
momento, que solían veranear en la Villa
Diodati cercana al Lago de Ginebra, permanecían bajo techo debido a las
inclemencias meteorológicas. Entre ellos se encontraban Lord Byron, Percy Shelley,
su amante y futura esposa Mary Shelley o John Polidori, quienes idearon una competición de historias de terror para
matar el aburrimiento.
Los resultados no pudieron ser más extraordinarios, ya
que Mary Shelley acabó concibiendo a
partir de uno de sus relatos el origen
para su novela Frankenstein o el
moderno Prometeo, que verá la luz en 1818. La atmósfera desoladora que se
observaba en el exterior, unido al tiempo libre y la tensión que se empezaba a
respirar en el interior, llevaron a la mente de la joven escritora a crear el
monstruo protagonista de una de las ficciones más notables de todos los
tiempos.
Las experiencias y relatos que se vivieron en la mansión
también inspiraron a John Polidori para
escribir El Vampiro, creando el personaje del vampiro romántico que
más tarde servirá de inspiración a Bram Stoker para escribir su Drácula.
Lord Byron, el poeta romántico por antonomasia, compondría durante
esta reclusión literaria un poema de 82 versos al que llamó Oscuridad
y que comienza así:
Tuve un sueño, que no fue un sueño.
Tuve un sueño, que no fue un sueño.
El sol se había
extinguido y las estrellas
vagaban a oscuras
en el espacio eterno.
Sin luz y sin
rumbo, la helada tierra
oscilaba ciega y
negra en el cielo sin luna.
Llegó el alba y se
fue.
Y llegó de nuevo,
sin traer el día.
Y el hombre olvidó
sus pasiones
en el abismo de su
desolación (…)
De las palabras de Byron, que no dejan indiferente, se
puede empezar a imaginar esa oscuridad y ese
invierno perpetuo en que se había sumido el mundo: el hombre totalmente
expuesto y a merced de la naturaleza.
Portada de Frankenstein o el moderno Prometeo, 1831 |
Creaciones en otros
campos
Fue en 1816 cuando el gran Beethoven compuso su único ciclo de canciones, A la amada lejana, una serie de composiciones que reflejan esas
tinieblas heladas que asolaban Europa.
Las consecuencias de este fenómeno se dejaron ver incluso
en el campo de la invención. La falta de cebada para alimentar a los caballos
pudo ser el motivo que llevó al inventor alemán Karl Drais a imaginar nuevas formas de transporte que no necesitaran
animales creando el velocípedo en
1817, germen de la futura bicicleta.
Las temperaturas comenzaron a normalizarse de nuevo en
1818, pero el año de 1816 contó con el verano más frío de la historia, un
verano gélido, un verano que nunca fue,
en el que los artistas se crecieron una vez más ante la adversidad, dejando sus
vivencias e influencias grabadas en sus mejores obras.
Autor| Begoña Ibáñez Moreno
Vía| Begoña Ibáñez Moreno
Imagen| WikiArt
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