El
reflejo ateniense en la actualidad
Viendo el concepto de demos,
la historiografía actual coincide en que el concepto del pueblo de
Atenas, aquel que tenía el poder, no implicaba a todos los habitantes libres
(separación de libres-esclavos); sino que, aquéllos que se identificaban con el
concepto en sí mismo de libertad, negaban la plena ciudadanía a dos
grupos, muy numerosos, de sus habitantes libres: las mujeres y los extranjeros.
De esta manera, nos encontramos ante una sociedad que se definía a sí misma -y
a través de su propaganda- como defensora de la libertad, la que daba el
poder al pueblo libre, pero a la vez realizaba una división dentro de los
habitantes libres y los que podían disfrutar de la ciudadanía; es más, en el
caso de las mujeres se hacía una distinción entre el derecho a la ciudadanía y
el derecho a la plena ciudadanía, es decir a disfrutar de plenos derechos políticos.
La concepción que se tenía de la ciudadanía, es decir de lo civilizado, es,
teóricamente, contraria a la concepción de bárbaro; pero esta nos viene dada
sólo a través de una propaganda política que en ningún momento deja de lado la
subjetividad. Ahora bien, como hemos mencionado, un simple análisis de la
sociedad griega -espartana y ateniense concretamente- es suficiente para ver
las incoherencias que se presentaban dentro del mismo sistema.
Esta incoherencia mencionada
nos ha llegado a día de hoy a través de obras literarias o historiográficas
contemporáneas a los acontecimientos de la Grecia clásica; es decir, se
encuentran llenas de una subjetividad influenciada por el contexto político del
momento. Y actualmente nos encontramos con el mismo problema dentro de la
historiografía, encontrando un ejemplo muy claro en la relación que se realiza
entre las democracias europeas actuales (sobre todo del sur y de la zona
occidental) y la antigua democracia griega. Si analizamos las dos podemos ver
que comparten pocos puntos en común, aunque la esencia no deja de ser la misma:
el poder reside en el pueblo. El problema de la relación que se quiere
hacer es que la democracia actual ha recibido muchas más influencias de los
ideales de la Revolución Francesa y del parlamentarismo inglés,
que de la antigua democracia ateniense. Ahora bien, en este caso historiografía
y política se unen para realizar una misma acción, ya practicada durante la
Antigüedad: la búsqueda de un pasado lejano, casi mítico, que justifique
nuestra sociedad actual. Y ese pasado es la primera democracia, por muchas
diferencias que haya con las actuales.
Un punto fundamental también a
comentar, muy presente en la propaganda sobre todo ateniense, es la
concepción del bárbaro, o lo contrario a civilizado. Pero primero
deberíamos preguntarnos, ¿qué es lo civilizado? Las conclusiones extraídas a partir
de los autores clásicos es que se trataría de un concepto político, con
una marcada etnicidad que muchas veces llega al extremo de la exclusión étnica,
que se basa en su capacidad de adoctrinamiento a través de una realidad
manipulada. De este modo, así como los atenienses veían a los persas como
bárbaros, los castellanos del siglo XV veían de la misma manera a los
indígenas sudamericanos. El concepto de civilización no es subjetivo sino que
se encuentra dentro de una red de opinión colectiva que implica en sí
misma una intersubjetividad; es decir, hay un concepto base que se daría
a partir del adoctrinamiento pero, al mismo tiempo, es el propio sujeto quien construye
su propio concepto. De esta manera encontramos un concepto base igual para
todos los miembros de una misma sociedad, pero cada uno de estos aportaría
matices diferentes.
Lo que queremos decir con esto, es
que el discurso político que nos ha llegado a día de hoy a través de las obras
literarias o historiográficas es consecuencia de una influencia política pero
al mismo tiempo es el propio sujeto quien aporta unos matices diferentes. Por
este motivo, podemos afirmar que la narración histórica no es impersonal.
Autor| David Beltrán Martínez
Imagen| NationalGeographic
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