Nosotros
los Latino, en vez de considerarnos parte de la Europa de ultramar nos negamos
en tal condición, y nos compramos las revueltas o revoluciones de facciones de
nuestros antecesores que, por disputas vanas de poder, se apoderaron del
significante de patria, de la América nueva, independizada de Europa
Jacques Rancière |
Todo lo que no
expresamos, se constituye, tal vez, en lo
que nos incordia, en lo que nos compone sin que sepamos muy bien por qué,
desde cuándo o desde dónde. El giro, al articular palabras, que por lo general,
rebaten, contrastan, reconvierten esos conceptos subyacentes, eso con lo que
convivimos, como una suerte de herencia, un remolino de vocablos performativos,
axiomáticos, peticiones de principios, harto condicionantes, se articulan en
una actitud libertina o libertaria, en donde el regurgitar, el articularlo como
lenguaje, nos sitúa en una especie de lugar, como de tiempo distinto,
fácilmente caemos en la conclusión de que por dejar fluir, dejar correr, hacer
pasar esta reacción, automática o automatizada, nos termina de transformar en
seres que escogemos ejercitar una de las facultades mayores de la humanidad,
ser libres, en tal habla, de esas estructuras que nos pretendían determinar. Pero, ¿no existe nada más que
esto? Es decir ¿nos conformaremos con
este modo de ser, de ejercitar nuestra libertad de pensar en el mundo?
Parece, al menos para
gran parte del mundo académico-intelectual, como del intelectual-mediático y de
todo los que estas grandes estructuras terminan de influenciar, que debemos
estar satisfechos con esta mecánica de lo humano en donde orbita, funge, cumple
su cometido la inercia del pensar.
Subsiguientemente, ciertos ropajes, etiquetas, prejuicios,
de los que luego, oportunamente, quien las usufructúe, cuando no les sirvan
más, las denunciara como arrogantes, pedantes e infames, servirán para
travestir este automatismo, esta razón instrumental, para edulcorar la misma,
para hacer pasible y admisible, una suerte de producto o de resultante de lo
humano, de la más alta interacción de esa humanidad con su ambiente, el
razonamiento intelectivo, la intuición existencial, el señoreo sobre las
posibilidades y los límites mismos.
No será lo mismo, sí lo
que se dice, proviene de una mente alemana o francesa, que de cualquier otra
aldea, sea esta occidental o de otro lar. Esta mirada, lisa, ramplona, casi
etérea, se sostiene en toda y cada una de las investigaciones que se puedan
hacer en la amplia como en la corta
historia de la intelectualidad. Hacernos cargo de que le damos este valor,
a este disvalor, cuasi racista como xenófobo, nos sitúa a todos y cada uno de
los que no reaccionamos en una suerte de sana rebeldía a esto, como cobardes, o
lo que es peor, como cómplices.
Seguir creyendo aún,
con argumentos más o menos, que la humanidad pudo haber alcanzado una mayor
extensión en su comprensión o en la comprensión de lo humano, por tener la
posibilidad de elegir sí vestir un pantalón, una pollera o un taparrabos, de
color distinto todos los días diversos, no nos sitúa como militantes,
seguidores o adscriptos de una idea social, política, antropológica o filosófica,
nos determina básicamente en nuestra grandilocuente estupidez.
Desde ya que todos
formamos parte del fango, del que no podemos escapar. Algunos, tenemos cierto
deseo de evadirnos, de salirnos, de emanciparnos del mismo. No necesariamente,
debemos por ello, el tratar de convencer a otros, que sientan o que pretendan
lo mismo o algo semejante. Sin embargo, nos asiste el derecho, de brindar la
mirada, la perspectiva, de que esos otros, amuchados, asardinados, ensortijados
en la dinámica automatizada de creer que
son libres, reaccionando, estentóreamente a lo que los determina, no
podrían tener el deseo, de salirse también de ello, de esa imagen que
describimos como fango. Es decir no apuntamos ni a tener ninguna fórmula
mágica, elixir metódico y ciencista incontrastable, siquiera verdad o
verosimilitud en que salir de tal lugar pueda resultar positivo o aprovechable.
Sólo soslayamos, tímidamente, que tal vez, algunos otros puedan tener ese mismo
deseo que nos asiste, de allí a querer o poder llevarlo a cabo, será toda otra
cuestión en sí misma en la que no podemos ni queremos intervenir.
El caso puntual, para
graficarlo, para hacerlo más asequible, más equiparable con todo lo que pueda
estar sucediendo colateralmente, bajo estas mismas referencias, es el autor francés J. Rancière y algunas
consideraciones marginales de su obra. Partir de su origen ya es toda una
complejidad en sí misma, dado que su condición de francés, excede ya la noción
del estado-nación territorial, el hombre nació en África. Pese a la barbarie de
los imperialismos, culturales e intelectuales que tuvieron origen en
ocupaciones o conquistas bajo fuego, la reconversión que realizan de esta
historicidad es excelsa. Nosotros los Latinos (término que nos define también
desde esa “francesidad”) sin embargo, en vez de considerarnos, parte de la
Europa de ultramar (lo cual nos significaría pertenecer a tal recinto del
privilegio) nos negamos en tal condición, y nos compramos las revueltas o
revoluciones, de facciones de nuestros antecesores que por disputas vanas de
poder, se apoderaron del significante de patria, de la América nueva,
independizada de Europa. Tal vez sin preguntarnos, nos quedamos con esa
herencia, de ese sector que triunfó en tal entonces, pero que hoy se expresa en
un fracaso rotundo. Es decir, si
revaloráramos nuestra pertenencia Europea, nos deberían como mínimo
indemnizar o darnos el lugar para que nuestros ciudadanos tengan la posibilidad
de tener una vida de estándares europeos actuales. Sin
embargo, y gracias también, a esta conquista que padecemos desde la
intelectualidad, los que podrían pensar, lo hacen bajo este automatismo, les
regalan a sus conciudadanos, a sus compatriotas, la idea de la patria
independiente, que pese a estar transida, sufrida en hambre y marginación,
sigue discutiendo bajo parámetros, europeos y por ende dominantes.
Prueba de esto mismo es
que deben ser contados, los intelectuales que negadores de nuestra europeidad, y envalentonados en ese ideal
falso de la independencia, se mostraron incólumes a entablar diálogos
europeizantes, a disputar conceptos, para en el fondo negociar, migajas de
reconocimiento como de adulación, cultural-académico-intelectual, en algún
rincón de una facultad de Europa o al menos de un café en donde se departe,
tras la máscara de ese cacao que se extrae en basurales de lo humano, mediante
el trabajo infantil y esclavo de africanos que no tuvieron la suerte de nacer
en la parte francesa.
Transportándonos a lo
textual, y sin entrar en otros aspectos
novelescos (no queremos preguntar sí en su obra “La lección de Althusser” su maestro le brindo perspectivas acerca
de que representaba la mujer como género, dado que seguramente lo hizo antes de
haber sido internado en un psiquiátrico tras matar a su esposa) tanto en “La
emancipación del espectador”, como en “El odio a la democracia”, la
circularidad, como el maridaje de conceptos antagónicos, contrapuestos y
agonales, funciona, funge, como si lo humano se redujese a un algoritmo propio
de un producto de la inteligencia artificial.
El significante extenso
en que convierte a lo democrático, desnuda al autor en su pretensión, siempre
imperial, que por intermedio de tal formulismo, la política, la libertad y el pueblo, se expresen siempre en tal
nombre, bajo el respaldo, de intelectuales que brillen desde el opúsculo donde
aleccionan y nos someten en este juego de palabras, del que ya Platón hubo de
encontrar la salida, con la participación, como tercero en discordia que
desplaza los planteamientos binarios o antagónicos.
El poder emanciparnos,
desembarazarnos de lo democrático, es precisamente, el salirnos de este
frontón, de este peloteo, de este fango en donde sólo existen dos caminos,
entrar o salir. La propuesta, desde este no lugar en el que expresamos, es la
de escuchar el deseo de poder hacer otra cosa. La etiqueta, el corset, la
democracia como estructuración nos determina en lo anterior, en lo subyacente
que debemos ir en busca o al rescate.
Tampoco en lo político,
debemos acudir a la reacción, a la
contrastación con eso otro, a lo que reaccionamos o lo que creemos elegir
reaccionar. Lo acabamos de hacer en este artículo, apartándonos de la acción de
reaccionar ante la incomodidad, la insatisfacción que nos genera el actual
sistema político, fuimos a la búsqueda de responderle a otro (en este caso
Rancière) que hubo de pensar en tales términos (la de la reacción, el juego de
antagonismos) bajo la argucia de que desarrollamos nuestra más alta facultad
como humanos, la de pensar en libertad.
Como vemos, como
sentimos, como padecemos u observamos, esto no alcanza, ni tampoco alcanzará
para que bajo términos, nociones o sentimientos democráticos, los millones que
no comen hoy lo puedan hacer.
Si no nos emancipamos de conceptos, de
sentimientos, de formulaciones, de etiquetas como de etiquetadores,
difícilmente podamos ejercer nuestra facultad de constituir un mundo, o una
aldea mejor, o al menos en donde todos, o casi todos puedan comer, dándole el
nombre que fuese o habiéndola pensado previamente la persona que fuere.
Todo lo que queremos,
como lo que no, expresar es que, lacónica como agónicamente, el tiempo de las
palabras parecen ir perdiendo espacio como posibilidad, ante el hambre
desesperante de tantos, lo peor que podemos hacer es darle sentido a quiénes
juegan, con los vocablos para llenar sus necesidades espirituosas, dado que las
otras la tienen sobradas (las básicas) y sobre todo, alertar de su complicidad
a los que, mecánica, como autónomamente, los aplauden.
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