Indagación
acerca del totalitarismo del azar y de lo incierto de lo democrático
Imagen de Michel Foucault |
En los tiempos “foucaultianos” la mayoría de los
países occidentales, salían de las experiencias bélicas, por intermedio de
procesos políticos, con ingentes dosis totalitarias y la idea de libertad,
asociado a una suerte de “revival” de lo democrático clásico, se imponía como
una suerte de imposible a alcanzar o consumar. De hecho, en la definición de
manual, la básica, la tradicional, la de a grandes rasgos, podríamos citar las
siguientes líneas como las más representativas del pensamiento nodal de Michel
Foucault que entre tantos conceptos referenciales entronizo la de Sociedad
disciplinaria: “Es aquella sociedad en la cual el comando social se construye a
través de una difusa red de dispositifs o aparatos que producen y regulan
costumbres, hábitos y prácticas productivas. La puesta en marcha de esta
sociedad, asegurando la obediencia a sus reglas y a sus mecanismos de inclusión
y / o exclusión, es lograda por medio de instituciones disciplinarias (la
prisión, la fábrica, el asilo, el hospital, la universidad, la escuela, etc.)
que estructuran el terreno social y presentan lógicas adecuadas a la razón de
la disciplina. El poder disciplinario gobierna, en efecto, estructurando
los parámetros y límites del pensamiento y la práctica, sancionando y
prescribiendo los comportamientos normales y / o desviados”.
Desde la propia muerte del citado, que alcanzaba
de tal manera la consecución de hacer de su propia vida, como la propondría
para todos, una obra de arte, la enfermedad que lo devasto, tomó un significado
bajo los propios términos que también utilizó para definir y describir la
sociedad en la que había sido arrojado a la existencia. La estructura de su
sistema inmunológico no encontraba mecanismo para combatir, y en tal tiempo
la ciencia tampoco llegaba a una respuesta que otorgara ayuda cierta, a lo que
se empezaba a conocer como el HIV, que, culturalmente, se replicaba, confusa
como maquinalmente, como una suerte de castigo pecaminoso a quiénes no tuvieran
comportamientos sexuales, permitidos por las estructuras no solo dominantes,
sino reinantes o existentes.
El duelo de los padecientes de tal
sociedad disciplinaria (es decir el tiempo que necesariamente les debe llevar
el asimilar los dolores que les han sido propinados por vivir bajo tales
términos), como las generaciones herederas de la misma, no debe obliterar,
ocluir o imposibilitar que vislumbremos, todos juntos, como de esta forma, de
este tipo, de esta escenografía compleja en donde fluctúan las latencias del
poder, las manifestaciones individuales que pretenden confluir en un colectivo,
comprendamos que estamos forjando, casi como un sucedáneo, como una relación de
causa-consecuencia, un nuevo estadio, el pase de tal sociedad disciplinaria a
una sociedad prostibularia.
Como elemento teórico sostendremos que la sociedad
disciplinaria, tenía como elemento ontológico, espiritual o subyacente, el
deseo arquetípico humano de controlar la anarquía del azar, a partir de tal
axioma, se constituyó, como bien lo describió Foucault, en un andamiaje, a
decir de Bentham en un panóptico, que, de un tiempo a esta parte, nos regula,
de otra forma, bajo otros mecanismos, tras la máscara de lo prostibulario y que
posee como principio activo, no ya una suerte de deseo de control de lo
incierto, dado que esto mismo se logró mediante la conquista de
lo democrático, la victoria de lo libertario por sobre lo azaroso, sino la
multiplicación, ad infinitum, del intercambio, de la traducibilidad de la
traducción, la subdivisión en partículas elementales de la individualidad y la individuación.
Esto es lo prostibulario. La mercantilización no
solo del tiempo y del espacio, sino la ilimitación del intercambio, la anarquía
que difumina la escisión de bienes de uso y de cambio, el raleo que como
interdicto, hace estrechar el derecho con la libertad, y en donde el concepto,
no ya el lenguaje, está articulado, como inscripto en otro lugar de lo
político.
La democracia, funge, en lo prostibulario,
como la fachada libertaria, que hace funcionar en perspectiva prostitucional
a la dimensión de lo colectivo. La democracia como sistema prostituido y
prostituyente, se sostiene en el recuerdo que lo anterior (las dictaduras o
guerras en los tiempos de la sociedad disciplinaria) será siempre peor, como si
la situación tuviese un obligado regreso en el tiempo (es decir como la falsa
opción que bien podría tener una prostituta o un prostituto de expresar que se
prostituye no sólo en uso de su libertad, sino porque su anterior trabajo era
peor y que en el caso de no prostituirse, deberá regresar a aquello pasado
oprobioso).
“La suerte es la divinidad propiamente
democrática; vale decir la divinidad de los iguales o más precisamente de
los pobres-si entendemos democracia en sentido griego, esto es como dominio de
los pobres sobre los ricos. Divinidad que preside el régimen que resulta del
arrebato del poder a los ricos por los pobres-pues la institución democrática
es por lo general de procedencia revolucionaria: surge de las armas y, cuando
no, del miedo-, una vez que ese arrebato ha logrado prosperar encomienda su
organización al imperio de la suerte (Tatián, D. “La conjura de los
justos”. Editorial Las Cuarenta. 2009. Buenos Aires. Pág. 108).
Lo bueno de lo democrático, es lo excelsamente narrado
por Tatián. Lo prostibulario, a diferencia de lo disciplinario, nos permite
cierta reconciliación con lo azaroso, con nuestra naturaleza incierta. La
democracia nos aleja por definición a regímenes en donde se establezcan
mandatos específicos y puntuales, por más que estos, tengan como fin, por
ejemplo, vencer o reducir la pobreza. La esencia de lo prostibulario es
precisamente, que prefiere entregarlo todo, a cambio de esa supuesta sensación
de libertad, que como si fuese poco, al final de la relación, obtiene un
premio, o un resultante. Un producto, un número, un intercambio. Cualquiera
entonces, puede tener la suerte, de encontrar un “cliente” que le dé mucho más
que lo qué uno, en condición de prostituta/o supone que le ha brindado. La
perspectiva es que la suerte podría estar de nuestro lado y no necesariamente
en contra.
La complexión tanto teórica como práctica de
lo democrático se define por lo prostibulario. Lo que habla, como lo que
calla, lo que cuenta como lo que oculta la democracia, está inscripto en un
intercambio de intercambio, en donde lo único que vale es el interés, material
que se cree tener, ilusamente, por la traducibilidad de las traducciones de las
diversas relaciones, en donde sólo impera la perversidad de intercambiar, sin
ton ni son, aviesa como sobre todo, acumulativamente.
El banco en donde finalmente se depositan las
ganancias de todos y cada uno de los intercambios, no es ni más ni menos, el sistema
económico-financiero, que vuelve a traducir en contante y sonante, aquello
que en un comienzo fue el fluido del trabajador transpirado, el flujo del
amante, la saliva del profesional de la palabra, y todo lo que salga del
cuerpo, biopolítico, del humano, que no escapara sino hasta después de su
olvido (un paso más allá de la muerte física) a la atracción generada por el
magnetismo irredento, de la vulva prostibularia de la que ha salido y a la que
volverá el humano.
El problema de lo democrático, en todo
caso, la no resolución, o la no satisfacción que le genera al humano que el
azar puede estar siempre de su lado (un imposible por otro lado), implica
finalmente al azar, en su maridaje, en su complicidad con lo democrático. Lo
observamos en la siguiente cita, del texto de Ranciére, J. El odio a la
democracia: “La Democracia es, ante todo, esa condición paradójica de la
política, ese punto en el que toda legitimidad se confronta con su ausencia de
legitimidad última, con la contingencia igualitaria que sostiene a la
contingencia desigualitaria misma”, (o.c. pag.134).
La democracia no puede mantener lealtad con lo
azaroso, o se somete a sus dictados, o busca arroparlo bajo sus
consideraciones. Sin embargo, en la condición prostibularia la democracia,
sustentada en el capitalismo-liberal, articula, en cada circunstancia
propicia, una suerte de negociación de partes, las relaciones que quiere
librar, mantener, y el precio se regula en ese libre juego de oferta y demanda,
en donde los que pierden perpetuamente, no creen que siempre y sempiternamente
tal situación seguirá así y los que ganan no temen que las cosas se modifiquen
en nombre de la libertad o consagrando tal conservadurismo bajo el manto
protector del libre albedrío.
Conminados a lo que sucederá con cada uno de
nosotros, en nuestro próximo intercambio, en nuestra próxima cita
prostibularia, que será en tanto y en cuanto la queramos ver, como un dictado
de una necesidad que nos trasciende, como la imposición de un sistema que se
nos ha montado o como una libre elección, el número nos dirá a cuenta hemos
llegado.
No nos podemos quejar, al menos en términos
psicoanalíticos podríamos decir que hemos pasado de la palabra al número.
“Si he intentado elaborar algo no es una metafísica o una nueva lingüística
sino una teoría de la intersubjetividad, una teoría del sujeto. En ella el
lenguaje es fundamental, pero hay que precisar que desde Freud, el centro del
hombre no está ya allí dónde se lo creía, sino en Otro escenario, y hay que
construir de nuevo a partir de allí” (Entrevista, realizada por Madeleine
Chapsal a Jacques Lacan, periódico L’Express, el 31 de mayo de 1957, en su
número 310. pp. 20-22). Desde la sociedad prostibularia, podamos constituir tal
vez una teoría de la subjetividad o psicoanalítica, que tenga que ver con el
número como eje y con la vagina como lugar.
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