Los temas referidos a la brujería fueron
de gran predilección en la pintura de Francisco de Goya, pero ¿por qué?
Los
temas referidos a la brujería fueron, como sabemos, de gran predilección en la
pintura de Francisco de Goya, así
como en sus dibujos y grabados. Las razones que motivaron a nuestro genial
artista a interesarse por estos temas fueron, posiblemente, varias, aunque
entramos en el terreno de la especulación, por lo que, una vez más, podemos
afirmar que nos encontramos ante otro de los enigmas, de los profundos
misterios que alberga la vida y la obra de este aragonés universal.
Una
de las causas – a mi juicio, de bastante peso – viene referida a la crítica a
la Inquisición española, que sabemos que estuvo vigente en tiempos de Goya,
para pasar a ser, definitivamente, abolida en 1.834.
Otra
de las posibles razones por la que el artista pintaría temas de brujería está asociada a la idea de la perversión de los
jóvenes (y niños) debida a malas influencias, provocando, con ello, la pérdida
de la inocencia. Este factor será, sin lugar a dudas, un lugar común en el
Siglo XIX, tanto en literatura como en pintura.
Una
tercera razón viene referida a la denuncia de actitudes sociales y políticas,
tendencia ésta que apareció n la primera mitad del Siglo XIX, posibilitando,
así, la crítica a determinadas instituciones – como la Iglesia -, o a ciertos
tipos de poder disimulados bajo el tapiz religioso – como el clero -.
La
obra de Goya muestra una variada – y variopinta – tipología de la bruja. En su pintura, y en sus dibujos, podemos
observar mujeres jóvenes y mujeres viejas, decrépitas, horrendas, tanto
vestidas como completamente desnudas. En algunas pinturas, vemos cómo el
artista elabora incluso una tipología de mujer-animal, tal como se contempla –
con estupor – en la “Cocina de las brujas”, de la Alameda de Osuna, donde,
precisamente, se representa el proceso de transformación en animales y su
salida por una chimenea, cabalgando sobre escobas hacia la reunión de brujas,
el Aquelarre. El macho cabrío preside .os Aquelarres de nuestro artista, como
podemos verlo en sus pinturas para la Alameda de Osuna y en la Quinta del
Sordo. En éste última obra – hoy en día, en el Museo del Prado -, los rostros
representados reflejan terror, espanto y miedo, abundando en un “expresionismo”
que violenta al espectador, motivando su implicación en el tema e incitándole a
la reflexión, para que indague en estos personajes esperpénticos.
Es
en otra pintura de la Quinta del Sordo, la titulada “Dos viejos comiendo sopas”, donde Goya vuelve a recrear el tema de
los brujos. Si observamos con detenimiento esta obra, vemos cómo uno de los
brujos está leyendo una lista de muertos. Aparece, aquí, el sentido ferozmente
dramático y macabro del tema brujeril, incidiendo el artista en la fealdad
grotesca.
En “Las Parcas”, otra de las llamadas
Pinturas Negras de la Quinta del Sordo, de nuevo Goya nos impresiona y exacerba
la imaginación. Estas Parcas son las hijas de la noche: Clotos, Laquesis y
Atropos. Ellas, las tres brujas, cortan el hilo de la vida, al paso que la
figura de la izquierda aprieta un muñeco en la mano. De este modo, Goya nos
hace ver que nuestra vida está dominada por fuerzas a las que no podemos
controlar, porque están por encima de nosotros y de nuestro entendimiento
humano.
Francisco
Alonso Fernández puso de relieve que Goya parece complacerse en dos versiones
de brujas totalmente distintas: de un lado, la bruja menor, natural, engañosa,
más celestina o alcahueta vieja que hechicera o posesa; y, de otro lado, la
bruja mayor, sobrenatural, maligna, súbdita de Satanás.
La
bruja menor, celestina, invade la primera mitad de las estampas de los Caprichos, mientras que la bruja
mayor hace acto de presencia frecuente en la segunda parte de la citada serie
de Los Caprichos, dominando, de un modo absoluto, los lienzos de la pintura
negra y los grabados de Los Disparates.
Escena de brujas, de Francisco de Goya |
Me
parece interesante citar ahora la tesis
de Aguilera, en 1.953, que asumió la hipótesis, ciertamente original,
aunque poco creíble, de suponer a Goya poseído por la creencia de sentirse
embrujado por la Duquesa de Alba, atribuyendo este autor a este factor – dudoso,
a mi juicio – el haberla representado como una bruja graciosa y bella, la única
bruja bonita y gentil de todas las que Goya pintara a lo largo de su dilatada
existencia. Este crítico, en realidad, lo que hacía, para defender su tesis,
era remontarse a la lámina 61 de Los Caprichos, titulada “Volaverunt”. Pero hay
que considerar que esta lámina fue más bien inducida por el sentimiento de
frustración, desengaño y decepción que invadió al artista tras su ruptura con
la Duquesa, por lo que más bien cabría estimar que este Capricho conlleva una
alusión, una referencia evidente a la futilidad de las cosas humanas, a su
inconsistencia, a su ausencia absoluta de permanencia. Todo ello Goya lo matiza
haciéndolo referir al amor, a un sentimiento que, a su juicio, debería ser
constante, y no estar sometido a caprichos y veleidades. Desde mi punto de
vista el Capricho titulado “Volaverunt” está referido a los desengaños del
artista, a su profunda decepción, no sólo en cuestiones amorosas, sino también
en todo lo alusivo al régimen político imperante y a la falta de libertad que
él encontraba como miembro de la Academia de San Fernando. Aunque Goya no fue
un intelectual capaz de elucubrar sobre el régimen político en el que España se
asentaba, sí sintió, de alguna manera, quizás un tanto visceralmente – tal como
eran su temperamento y su carácter – el absolutismo de la ideología imperante,
haciéndolo extensivo a las artes y a las letras. Tengamos en cuenta que Goya
tuvo – y cultivó – amistades influyentes, manteniendo relaciones sociales con
los liberales de la época e incluso con los tenidos por afrancesados. Esas
amistades, no cabe duda, le moverían a plantearse, y a criticar, los dictados
de la Academia, que imponían trabas sobre sus sueños pictóricos. Para una persona
que quería sentirse liberada de prejuicios, tanto en el ámbito artístico cuanto
en el personal, tuvo que ser complejo compaginar sus obligaciones como
académico con sus ansias de libertad. Y ello, si ahondamos un poco, hay que
trasladarlo también al ámbito personal, a su marco privado, al mantener
relaciones, más o menos esporádicas, con una aristócrata como la Duquesa de
Alba.
La lámina nº 68 de Los Caprichos, titulada
“Linda maestra” representa a una joven con los brazos levantados, en actitud de
agarrase al cabello de su mentora, una bruja anciana de cuerpo rugoso, que
cabalga, con ella, sobre una larga escoba que las transporta por el aire. Aquí,
la bruja es el prototipo de la vieja celestina, que actúa de guía, al paso que
la mujer joven ha sido ya pervertida al hacer un fiel seguimiento de la
maestra. En la parte superior del la lámina, vemos la vigilante – y acechante –
mirada de un búho, símbolo evidente de la muerte y de las tinieblas.
En
definitiva, a la vista de la iconografía
brujeril de Goya, podemos comprobar cómo el artista, en algunas de sus
pinturas y en sus grabados y dibujos, se hace eco de las representaciones de
brujas y brujos, en un intento por satirizar determinados aspectos de la
sociedad y del marco político de su tiempo, así como del mundo celestinesco, al
que logró retratar con su singular maestría.
Autora| Aurelia María
Romero Coloma
Vía| Dialnet
Imagen| Escena
de Brujas
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