Horas
antes de perder la vida, parece que el español había sido visto alocado por el
barco dando vivas a la República
Vapor Orinoco saliendo de Southampton en febrero de 1854 |
De La Habana a Galicia
para negociar con aceites y de allí vuelta a La Habana con los pies por
delante. Esta es la historia resumida de José Cancela Bugallo, un empresario coruñés
—y republicano— que apareció colgado de
su pijama en el Orinoco, el barco alemán que cubría el trayecto desde
Portugal hasta Cuba.
A primera vista, la
muerte de Cancela parecía un suicidio al uso. No era de extrañar sabiendo que
la Guerra Civil le había pillado estando de negocios por su tierra y le había
quitado, sin permiso, a buena parte de su familia. De hecho, horas antes de
perder la vida, parece que el español había
sido visto alocado por el barco dando vivas a la República —según El Avance— o por miedo a ser fusilado
por declararse abiertamente republicano, en la versión del gerente de la
Compañía Hamburguesa-Americana. Incluso el comisario del barco, Guillermo Haisse,
declaró que Cancela le había «solicitado un revolver y un veneno para
suicidarse». Por eso se le puso vigilancia. Pero el hombre la burló, primero
con una faja y después ya con los pantalones de dormir.
¿Y las punciones?
Un camarero del vapor
ya había descubierto el cadáver de Cancela cuando el Orinoco paró motores en la
Ward Line. Fuera de aguas jurisdiccionales cubanas, decía, así es que fue el
inspector médico de la Policía Marítima, doctor Codina, quien se encargó de
certificar la muerte: «Databa de unas ocho horas, así como pudo apreciarle un
surco alrededor del cuello característica de los suicidios por colgamiento». También
se personaron un juez de instrucción, un oficial y un escribiente, quien,
casualidades de la vida, respondía en la
prensa al nombre de Franco. Estos últimos inventariaron las pertenencias de
Cancela, entre ellas, una insignia del fascio prendida en su chaqueta.
Sí, parecía un suicidio
al uso hasta que la autopsia, tras revelar su familia que de franquista no
tenía un pelo, dejó ver las lesiones
físicas que presentaba el cuerpo en dedos, brazos, piernas y dientes, así
como «cinco punturas de inyecciones y dos equimosis redondas». Olía a homicidio.
Por eso se buscó a los supuestos responsables: el primer oficial del Orinoco,
J.Uebbel; el médico de a bordo, Ernest Wentzler; y el camarero Adolf Stubbe.
Pero el segundo había desaparecido y el primero dijo que, sintiéndolo mucho,
tenía que levar las anclas del Orinoco, a pesar de los artículos 448 y 561 de
la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
El más que posible
homicidio político tendría que reposar hasta que el barco volviese a Cuba el 3
de mayo, eso sí, asegurándose por parte del gerente de la Compañía
Hamburguesa-Americana que todo lo que se contaba desde La Habana no era cierto.
Y eso mismo se declaraba por parte de los forenses que practicaron la autopsia
después de que se conociese que el
doctor Codina había intentado reanimar a Cancela. ¿Y las punciones? Debidas
a la morfina, contaban. Ante la duda, se pidió un análisis al Laboratorio de
Química Legal. Pero la causa fue archivada.
Y reabierta de nuevo 20
de octubre cuando Josefina, la hermana del español, llegó a La Habana
acompañada de su marido, también médico. Declaró que no podía ser un suicidio y que su hermano estaba en plenas
facultades. Y ahí se queda el caso en las hemerotecas.
Sin noticias
La prensa cubana hizo
un seguimiento casi diario del asunto del Orinoco. En España, sin embargo, solo
El Avance de Asturias dio la noticia
el 10 de junio de 1937, pero con una versión
muy diferente: el número del camarote era el 28 y no el 39; Cancela se
hacía nacer en Pontevedra y no en A Coruña; el escenario del crimen estaba
desordenado, incluso con un par de vasos rotos manchados de una «sustancia
blancuzca» que se aseguró venenosa; dos baúles y una maleta del equipaje del
republicano habían desaparecido por arte de magia tras el suicidio/asesinato, y
se aseguraba a ciencia cierta que aquel había sido un «crimen político
perpetrado por manos nazis a bordo de un trasatlántico alemán y en aguas
jurisdiccionales cubanas».
Seguramente el caso de
Cancela, propietario entonces del Sloppy Joels, el bar más popular de La
Habana, no tenga tantas contradicciones en los archivos cubanos.
Autora| Virginia Mota San Máximo
Imagen| Histarmar
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