Para
unos bárbaros, para otros héroes
El caballo de Troya, por Tiepolo |
Desde que Heinrich Schliemann nos descubrió las ruinas de la antigua ciudad de
Troya han sido muchos los estudios que han intentado atribuir a uno de los
determinados niveles el conflicto narrado por Homero (actualmente se sigue
defendiendo que éste podría haber sido el motivo de la destrucción de la
nombrada Troya VII). El hallazgo supuso la identificación definitiva de Ilión
como una ciudad no griega situada en la entrada del Ponto Euxino, un hecho que acabaría teniendo repercusiones en la
concepción que se tuvo de los troyanos; de hecho con el tiempo fue
cambiando de manera muy radical. Mientras en La Ilíada encontramos
simplemente la narración (revestida de mitología) de los hechos de la Guerra de
Troya, a partir del siglo V a.C. nos encontramos con obras, como las de
Eurípides, que mostraban una imagen muy peyorativa de los troyanos. Ahora bien,
la tradición romana recogió la narración del conflicto, así como las obras del
Ciclo troyano, y construyó su propia imagen, muy positiva, de un pueblo que
había resistido frente al empuje de una gran unión de pueblos (la facción
griega); así organizaron los orígenes de Roma, antes de Virgilio, como veremos,
a partir del personaje de Eneas.
La Guerra de Troya simbolizaba la unión de todos los griegos contra un
pueblo no heleno; es decir unos bárbaros. Esta misma descripción es la que
podemos utilizar a la hora de hablar sobre las Guerras Médicas, y es que el
concepto de bárbaro en un principio fue relacionado a los eternos enemigos de
Grecia pero con el tiempo se atribuyó a cualquier pueblo no griego. Y es este
mismo concepto el que nos encontramos en la Andrómaca de Eurípides. A pesar de la aplicación general que se
realizaba del concepto, el problema residió en la concepción del mundo que
tenía Atenas en el momento en que se convirtió en una de las grandes potencias
del Mediterráneo. Así pues nació un sentimiento de nombrar bárbaro a cualquier
práctica que saliera de la esquemática ateniense, viendo que incluso durante la
Guerra del Peloponeso se llegó a nombrar bárbaros los espartanos. Eurípides,
ateniense, nos presenta, bajo el protagonismo de la tragedia y las desgracias
de Andrómaca, la concepción de bárbaro. Un buen ejemplo lo encontramos cuando
Hermione habla con la protagonista:
“[…] Porque aquí no hay Héctor ni Príamo ni oro que valga sino una ciudad griega. Has llegado hasta tal punto de inconsciencia que tienes la osadía, desgraciada, de acostarte con el hijo del asesino de tu marido y encima de tener hijos de él. Así es toda la estirpe de los bárbaros; el padre se amanceba con la hija, el hijo con la madre, la hermana con el hermano, los seres queridos van desapareciendo de esta tierra asesinados, y no hay ley alguna que lo impida. Conque, no vengas a introducir esas costumbres entre nosotros. Porque no está bien que un hombre tenga las riendas de dos mujeres. Fíjate bien; quien no quiere vivir de forma indecorosa ama con la vista puesta en una sola Afrodita patrona del lecho nupcial”.
Lo que nos encontramos con Hermione es un constante recuerdo para
el lector de que la tebana no tenía ni sus mismos orígenes ni compartían las
tradiciones. Tanto es así que Hermione la acusa de haber llevado costumbres
bárbaras a su casa, un hecho que habría provocado el distanciamiento de Neoptólemo.
Esta imagen de los troyanos no era más que la influencia de la enemistad con
los persas. Desde las Guerras Médicas se dejó de ver a los de Ilion como
no-griegos para pasar a una imagen más peyorativade incivilizados; y todo
justificado sólo con que habían sido los predecesores de los persas. La
voluntad de querer diferenciar los griegos del resto, de los incivilizados, no
se ve sólo a Andrómaca sino que Eurípides vuelve a hacer referencia en Hécuba
afirmando que los pueblos bárbaros nunca podrían ser amigos de los pueblos
griegos. La analogía entre troyanos y persas, los bárbaros y/o incivilizados de
Oriente, es un concepto que encontramos constantemente a las obras literarias,
sobre todo atenienses, del siglo V a.C.; y Eurípides es uno de los mejores
ejemplos que podemos encontrar.
Cabe destacar que esta
diferenciación entre el mundo griego y el troyano/bárbaro no es una invención de Atenas ni de Esparta, las
dos grandes potencias del siglo V a.C., sino de la isla de Egina. El primer
momento en que vemos esta identificación de los troyanos como incivilizados
contra los que hay que luchar es en la mitología isleña. Así pues, en la narración
nos encontramos con los mirmidones bajo el mando de Aquiles, nieto de Eaco, rey
de Egina. La isla aportaba guerreros sobrenaturales (tanto los soldados como el
héroe) para luchar contra los bárbaros. Ahora bien, la analogía entre los
troyanos y los persas sí tuvo su origen en Atenas, ya que era la propaganda
política necesaria para poder conformar la gran liga Panhelénica que lucharía
contra los persas; y, además, era el referente que se utilizaría posteriormente
para mantener la unión de la Liga de Delos. Era, al fin y al cabo, la
justificación política de Atenas para atraer las otras ciudades helenas hacia
su poder.
Pero, como hemos dicho, la
consideración de los troyanos experimentó un cambio con la tradición romana.
Aunque a nosotros nos ha llegado la
ascendencia mítica de Roma, con Eneas, gracias a La Eneida
encontramos un testimonio anterior que nos referencia este pasado mitológico.
El año 281 a.C. la documentación nos muestra cómo el rey Pirro de Epiro se
definía como descendiente de Aquiles, lo que supondría una victoria segura
contra los descendientes de los troyanos (Roma). Lo que estamos viendo es que,
aunque se piensa que no de manera consolidada, en el siglo III a.C. ya se
hablaba de los romanos como aquellos descendientes de Eneas. Esta misma idea es
la que encontraríamos en la inscripción de Lampsaco, pero, tratándose de una
ciudad de Asia Menor, la relación con Roma ya no sería la de rivalidad
"histórica" sino la de hermandad. ¿A qué nos remite? En la analogía
ateniense entre Troya y Persia como
bárbaros. Lo que encontramos es el logro de esta idea ya no por parte de
los griegos sino por parte de las ciudades orientales. De hecho, cincuenta años
antes ya había vuelto a salir la relación Troya-Roma en el mundo griego y es
que la ciudad de Acarnas pidió ayuda a los romanos contra la invasión Etólia;
el motivo que apoyaba su petición era que no habían participado en la Guerra de
Troya y, por tanto, no habían luchado contra sus antepasados. Otro testigo,
anterior a Virgilio, es la acuñación de moneda por parte de Julio César, ya que
la representación que se puede ver es la de Eneas llevando con el brazo a su
padre Anquises. Fue el propio César quien comenzó a reforzar el origen
mitológico de la familia Iulia con una propaganda política, mostrando un
interés por la ciudad de Ilium como si se tratara de su ciudad natal.
Es destacable la mención a Venus,
pues en el fragmento de La Eneida
aparece como madre protectora del protagonista, pero también aplicando lo que
sería un consejo importante: los culpables de la caída de Troya no fueron los
griegos sino los dioses que luchaban entre ellos:
“[…] ¡Hijo mío! ¿Qué encono provoca en ti esa cólera indomable? ¿A qué ese frenesí? ¿Qué se ha hecho de tu amor a los nuestros? ¿No quieres antes ver dónde has dejado a tu anciano padre Anquises, si vive todavía tu mujer y tu pequeño Ascanio? En torno de ellos andan de un lado y otro rondándoles las tropas de los griegos. Y si no lo impidiera mi desvelo por ellos, las llamas los habrían arrebatado ya y la espada enemiga habría ya agotado su sangre. No es la odiosa belleza de una mujer laconia, hija de Tíndaro como tú te imaginas, ni es Paris el que debe ser culpado. Son los dioses, los dioses implacables los que están arrumbando esa opulencia y los que a Troya arrasan de su cumbre”.
Estas afirmaciones no son más que propaganda política. En el análisis
hemos visto que, por una parte, Atenas se encargó de extender la consideración
de los troyanos como si fueran los antepasados de los persas sólo para poder
conseguir la unión Panhelénica que tanto deseaban; una acción que finalmente
acabó suponiendo la conformación de la ciudad ática como una de las grandes
potencias de su momento, así como la gran potencia marítima del Mediterráneo
nororiental. Por otra parte, como hemos mencionado, encontramos el caso de
Roma, quien en un principio utilizó su pasado
mítico en Asia Menor para mantener contactos con sus orientales; hemos
visto referencias de la costa Anatolia a su hermandad (Làmpsac). Pero fue más
allá con la aparición de La Eneida, justificando toda acción de poder
por parte de la familia Iulia, no sólo de Augusto.
Autor| David
Beltrán Martínez
Imagen| The National
Gallery
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