El abandono de niños a lo largo del
XVIII da una idea de la precaria situación en la que se encontraba sumido
Portugal
Portuguesas en un barco de camino a Brasil |
El
abandono de niños fue un fenómeno muy generalizado en Portugal a lo largo de
los siglos XVII y XVIII. Eran tiempos de calamidades, de economías huesudas y de sociedades coyunturalmente destrozadas.
Tanto fue así que las autoridades portuguesas se vieron incapaces de hacer frente
a una situación que parecía imposible de erradicar.
Casas de misericordia
Para
la Iglesia Católica, el amor maternal era un proceso de aprendizaje. Nada de
instinto. Al abandonar a un hijo se incumplían los mandamientos, algo
extremadamente grave que hacía que las madres fuesen comparadas con animales salvajes sin alma ni consideración,
del mismo modo que a los bebés abandonados se les atribuían familias de mala
índole. Fray Diego Niseno, por ejemplo, predicador en el Monasterio de
San Basilio Magno de Madrid, decía sobre ellas que eran «avestruzes que põem os
ovos e deixam-nos em campo aberto, encomendados à Providência Divina».
No
obstante, la Iglesia Católica intentaba hacer una distinción entre
abandono-infanticidio y abandono-protección. Se trataba de civilizar el segundo
caso. Se puede decir que la institución
católica comprendía el abandono que suponía no poner en peligro la vida del
niño. Así, las familias que daban acogida a los desamparados eran consideradas
difusoras de la fe:
«A
criaçao dos enjeitados é uma obra de tanta caridade e misericórdia que por si
está recomendada a todos os fiéis, e ainda aos que o não forem, pois por ela se
acode a umas criaturas, as mais necessitadas e desamparadas, e se exercita o
amor do vizinho».
De
acuerdo con esto, las Casas de Misericordia portuguesas tenían por objetivo
evitar el infanticidio, algo verdaderamente atroz. También el de posibilitar a
los cristianos los ejercicios de la
caridad y amor al prójimo. Y era en este aspecto, precisamente, en el que se
apoyaba la legislación lusa, pues no
existía carga legal alguna para quien dejase al niño para protegerlo de un
mal mayor.
El recogedor de niños
Es
verdad que, a lo largo del periodo colonial, las leyes portuguesas hacían obligatoria la asistencia a los abandonados,
si bien dicha tarea, y en el caso de no existir tal legislación, pasaba a ser
competencia de la Cámara del Senado, que tenía la obligación de tomar la
iniciativa para que se llevara a efecto lo antes posible.
Para
ello cada câmara estaba formada por
un número variable de jueces, cuatro, elegidos de entre las familias más
respetadas del lugar. Nada de moros, judíos o negros. Un número que sumaba dos
más en las zonas densamente pobladas. Era este par de jueces aledaños, el padre y la madre dos enjeitados, los que se encargaban de recoger a los niños
abandonados en las puertas de las casas.
Tras
ser asistido y recogido por ellos, el huérfano era inscrito por el presidente
de la Cámara en el Livro de Matrícula dos
Expostos con el fin de evitar que fuera dado en adopción sin previo
salvoconducto. Una vez cumplidos los aspectos legales, el bebé era amamantado
durante tres años por el ama-de-leite, y
con ella permanecía hasta los siete. Por
cierto que entre la alta sociedad del momento se estilaba el pensar lamarckiano, esto es, que los males de
un bebé poco sano eran adquiridos en el proceso de amamantamiento por amas
esclavas, cuya vida había corrido libidinosa
y llena de vicios.
Hasta
la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se consideraba que el niño ya tenía
uso de razón era entregado a una familia campesina, con quien colaboraba en las
faenas del campo exclusivamente. No será hasta su segunda mitad cuando las
niñas puedan ser costureras o hilanderas
y los varones sirvan destinados a aprender oficios manuales o a incrementar las
listas de la Marina de Guerra.
De
cualquier modo, y a pesar de la legislación existente, el abandono de niños,
notable a lo largo del siglo XVIII, representa, junto con la emigración, una
consecuencia directa de la precaria situación en la que se encontraba sumido
Portugal. Los índices de mortalidad eran elevadísimos, puesto que la mayoría de
estos niños no sobrevivía al primer año de abandono. A esto se sumaba la
motivación económica que empujaba a las amas-de-leite
a seguir acogiendo a bebés a sabiendas de que no podían alimentarlos por
carecer de leche materna, lo que derivó en que muchos de ellos fueron
amamantados de forma artificial con
paños mojados sin ningún tipo de higiene.
Lo
que estaba claro, al fin, es que los bebés morían, sucumbían por hambre y frío,
cierto, pero también por las imprudencias de aquellos que culpaban a los mismos
ascendientes.
Bibliografía
PINTO
VENANCIO, R., Famílias abandonadas.
Asistencia á criança de camadas populares no Rio de Janeiro e em Salvador. Séculos XVIII e XIX. Brasil, Papirus,
1999.
Autora|
Virginia
Mota San Máximo
Vía|
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Imagen|
Wikipedia
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