La sociedad medieval
distinguía entre una ‘buena muerte’ y una ‘mala muerte’
La sociedad medieval distinguía entre una “buena muerte” y una “mala muerte”: la
primera era la que encontraba al moribundo en el lecho, rodeado de sus
familiares y amigos y preparado para afrontar sus últimos momentos. La “mala
muerte”, por el contrario, pillaba al individuo desprevenido y era con
frecuencia una muerte inesperada o violenta.
Tradicionalmente, se consideraba que la muerte era una
especie de sueño o letargo que
esperaba la llegada del Juicio Final, pero a partir del año 1000 se popularizó
la idea de un juicio particular, es decir un juicio del alma del difunto en el
mismo momento de la muerte. El moribundo era tentado por los enviados del
diablo y, si conseguía evitar la tentación y no renegar de Dios en estos
últimos momentos, su alma era inmediatamente salvada.
Por eso, cobró mucha importancia el estar preparado para la
llegada de la muerte. Tanto era así, que en cuanto una persona enferma
comenzaba a dar muestras de empeorar, se dejaban de lado los cuidados
corporales y se centraban en el cuidado
del alma. La familia y amigos se reunían en torno al moribundo y éste
redactaba su testamento y nombraba a su heredero, de esta manera se trataba de
evitar el desorden que provocaba el fallecimiento. Luego, saldaba las deudas que tenía y estipulaba la limosna que quería
dejar a las personas necesitadas. A continuación, el enfermo encargaba una
serie de misas de difunto. Éstas eran oraciones que, previo pago, se realizaban
en la memoria de la persona una vez muerta, para favorecer la entrada de su alma
en el Paraíso. Por último, se distribuían los bienes materiales del moribundo.
Despojado de todo lo tangible, se despedía luego de su familia y amigos.
Confesaba sus pecados ante un sacerdote y se arrepentía del mal que hubiera
hecho y recibía la extremaunción.
Sin embargo, el ritual de la muerte, no concluía con el fallecimiento y el entierro sino que se
continuaba incluso años después de la muerte. A las misas de difunto, se
sumarían los banquetes que se celebraban en nombre del difunto cada año en el
aniversario de su muerte.
Autora| Irene
Lázaro Romero
Vía| Irene
Lázaro Romero
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