La sexualidad ha sido el
primer bastión que el humano entregó para representar su vida más allá de sí
mismo
La sexualidad y el trabajo |
Sí existe alguna dinámica, es decir algún impulso
consuetudinario que se escape de lo cultural y que se exprese desde lo innato
de la condición humana, es la sexualidad.
Sin embargo, la sexualidad ha sido el primer bastión que el humano entregó para
representar su vida más allá de sí mismo. De hecho el resultante, posible, como
probable de una de las formas de sexualidad (el intercambio de fluidos entre un
hombre y una mujer en período fértil) acaba, o concluye, con la continuidad de
la especie, o con la perpetración de la contradicción manifiesta en que la
experiencia humana no acabe, acabando. El acto sexual no se lleva comúnmente en
la plaza o el escenario público, no sólo por las cuestiones sabidas y
brillantemente narradas por otros, sino por sobre todo, porque la sexualidad es
la instancia en donde todos y cada uno de nosotros nos despojamos de nuestra individualidad para coger el traje de
seres sociales, padecientes y obedientes a las cláusulas sociales que nos vamos
imponiendo al ritmo de la práctica sexual.
La intimidad sexual, o que esta no sea expuesta como lo es
cualquier otra acción humana, es la muestra fehaciente y cabal de que
constituimos a partir del mismo la socialización, la construcción del hecho
cultural, así fuese incluso sí estamos practicando
sexo con nosotros mismos (es decir sin la intervención de otro, pues
simbólicamente el acabar, el goce de la culminación sexual es una kénosis, un
vaciamiento, de allí la sensación placentera, para que interceda el otro y se
genere la posibilidad de la continuidad de la especie, o en última instancia la
sensación gozosa que nos dice que vale la pena que continuemos en el mundo
hasta cuando podamos).
Para graficarlo en forma fehaciente. Lo hacemos adentro
(practicamos sexo en espacios no públicos o no visibilizados como tales) porque
estamos construyendo el afuera (es decir lo social). A contrario sensu, todo lo
que hacemos afuera (por ejemplo política) no es más que la intención de obtener
resultados para adentros (personales o facciosos).
Lo extensivo de lo humano,
es decir la intención de salirse de sí mismo (representarse) de correr los
límites de su contexto (reproducirse) no permite que permanezcamos en el
adentro (nunca saldríamos del útero) en tal arrojo, tal destemplanza el afuera
que se nos presenta temerario e incierto, tiene que estar dotado por ciertas
reglas, por un orden, por un sentido, que nos tranquilice, que mengue la
angustia de aquello y que nos refiera, al placer
íntimo que sentimos cuando practicamos sexo (esta es la verdadera
tranquilidad que deseamos, añoramos, este es el estado ideal, al que
tozudamente sabemos que no podemos perpetrar, como tampoco, congelar o detener,
el instante del clímax, pero al que no nos negamos a perseguir).
El trabajo sobreviene entonces como todo lo que explica lo
sexual (es decir por qué no nos alcanza, o mejor dicho no podemos perpetrarlo
en el tiempo) el que le da sentido al afuera y al adentro que construimos, ya
como sujetos sociales y obviamente contradictorios.
El trabajo opera como el dispositivo que creamos por fuera de
nosotros, para que el deseo (anatematizado en lo sexual) no nos haga demasiado
daño, sea porque se cumple, no se cumple, o se postergue. El trabajo junto a construcciones en el plano de lo imaginario
(las que luego intentamos traducir a lo real) como la religión nos posibilitan
los intercambios indispensables para que entremos y salgamos de los adentros y
afueras que construimos para soportarnos en nuestras ambigüedades y
vacilaciones.
El trabajo como vector
ordenador, nos podrá decir las razones (cómo si existiesen, pero eso
necesitamos creer, a veces) por las que hemos tenido más o menos sexo, con
quién deseábamos más o menos, explicándonos que no podemos vivir en el estadio
de la sexualidad, que él fuera en donde fija sus reglas el trabajo, nos precisa
allí en donde, no casualmente, no se practica sexo.
En última instancia, el trabajo entendido como lo que hacemos o
dejamos de hacer, más luego se traduce en dinero, en materialidades y en poder.
No es casual que desde las tierras que esto se escribe el
trabajo, tal como lo tenemos entendido hoy (un sistema de producción con
resultantes y resultados) lo hayan impuesto desde lo imaginario de la religión,
una orden, precisamente religiosa, por intermedio de hombres que por imposición
de esa religiosidad no podían tener o practicar sexo.
Con la presencia europea no solo el coger se transformó o se
connoto sexualmente (cojer, es decir practicar sexo deviene de aquello de ser
agarrado que era ni más ni menos que ser tomado como elemento sexual) sino que la compañía de Jesús, estableció una
forma, para regir los destinos de ese afuera y adentro que jamás se preocupó en
entender o comprender en cómo era que funcionaba antes de la llegada de los
mismos.
No es casual que el jefe
del estado Vaticano, Latinoamericano, y perteneciente a las filas Jesuitas,
por intermedio de sus obras y palabras, concentre su acción en los efectos
devastadores del cambio climático y de lo que generó el sistema de producción.
Francisco sabe que el tiempo no les dio la razón. Está luchando con ese error,
conceptual y de visión, que tuvieron los suyos, pero que también son los otros
para él, dada su condición latinoamericana.
No se trata sólo de una cuestión de un jefe religioso. Las principales luminarias, sobre todo Europeas,
tienen delante de sí, el desafío que implica la inteligencia artificial y como
afecta y afectará aún más la noción del trabajo y su intercambio para los años
que vienen.
La producción asexuada
de seres humanos, que hasta no hace mucho, sólo podía ser posible en series o
películas de entretenimiento, ya es posible no sólo en estrellas del cine o del
arte, sino cada vez más accesible al común de los ingresos de un sistema que,
pese a estar reconfigurándose, permite que algunos seres humanos construyan otros
humanos, sin intermediar sexualmente, para que vean impávidos como tantos
otros, producidos “al natural” mueren prácticamente de inanición.
El trabajo, el que usted tiene o deja de tener, posee esta
encriptación desde lo sexual. Aquel que practique sexo con usted (aún sea usted
mismo o por más que lo haga con interfaces o virtualidades) necesita de una
compensación, o para plantearlo de un modo más amable, necesita la traducción
por la acción realizada, llevar a cabo un intercambio que es la lógica del sistema.
Esta es la razón, porque desde la corrección política y en nombre de combatir a la trata de
personas, existe una tendencia cada vez más insidiosa de penalizar el sexo
pago, sea normativa o socialmente.
Sucede que nos hemos convertido en tratantes de nosotros mismos,
o de lo humano. Nos queremos convencer que el trabajo, regulado, sistémico,
apostatado religiosa como culturalmente, está supuestamente vinculado a méritos
o acciones que destacan al humano por sobre su instintividad o naturalidad.
El trabajo es un
epifenómeno de lo sexual. De acuerdo a quién o con quién se acueste, en
términos sexuales, o se deje de acostar, tendrá usted el fruto de su esfuerzo o
el rédito que de nombre le pusieron trabajar.
Vía| Filopolítica
Imagen| Baomoi
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