El doble del anticlerical Lerroux fue un cura

El cura tenía parné a tutiplén, en concreto, 'cuarenta mil y pico de francos' en el histórico y también dudoso Credit Lyonnais

Republicano, anticlerical y antinacionalista
Lerroux, como el resto de antes y ahora, puso en su día a funcionar el autómata de la demagogia populista. Apriétame las tuercas, amigo. Así, a través de su fluida oratoria y del liderazgo nato que debiese aparecer en los momentos más convulsos de la historia, quiso centrarse en conseguir, mediante el caldeo social, que el obrero hastiado ya de tanto liberalismo callejero acudiese a las urnas a votar por el radicalismo izquierdista. En sus comienzos, porque después viraría a la derecha sin contemplaciones.

Política de masas la de Lerroux que, como Blasco Ibáñez, por poner un ejemplo, aterrizó en la Barcelona del XX atiborrada de anticlericalismo, un sentimiento que ya circulaba por los barrios obreros de la ciudad, alimentándose, sin remedio, de los impertérritos y ancestrales abusos de la Iglesia. De aquellos barros…

Con el tiempo, 1909, y por la gravedad del poder, según dicen, la ideología de Lerroux se moderaría en el Partido Radical hasta ser una pieza muy importante en la victoria electoral de Gil Robles allá por el 33. Muy importante, y también seca de moral.

Y llegó la corrupción

Salvando el presente, que trae cola, Payne definió al Partido de Lerroux como «el del tráfico de influencias más representativo de la Historia». Hasta hoy, claro. En fin, que el Estraperlo o el Caso Nombela del 35 fueron algunos de los procesos de corrupción en los que se vio envuelto Lerroux. Sobornos y concesiones ilícitas en el lucrativo sembrado de los juegos de azar, para el primero, y el uso falaz y poco decoroso de fondos públicos, para el segundo.

Pero antes, y, eso sí, en menor medida, ya había habido algún que otro asunto controvertido que había inflado la fama de Lerroux con parca honorabilidad.

Por lo visto, cosas del azar, en Madrid vivía un hombre, un sacerdote, que salió de la pila bautismal con el nombre de Alejandro Le Roux. Vaya por Dios, que diría el cura. Bien. Pues habría sido esta confusión nominal la responsable de mucho del mal prestigio de Lerroux, esta vez sí, el político. Según él, claro.

El cura tenía parné a tutiplén, en concreto, «cuarenta mil y pico de francos» en el histórico y también dudoso Credit Lyonnais. Sin sorpresa, en 1903, Lerroux recibió la actualización de su cuenta corriente. Un fantasma. Y puso remedio: «Nuestro amigo, comprendiendo que se trataba de una equivocación, acudió al Credit, y allí le participaron que, en efecto, se trataba de un cura, D. Alejandro Le Roux, habitante entonces en la calle del Obelisco, 8, en Madrid».

Con su suerte llenando el vaso, El País cuenta también cómo Lerroux se acercó hasta la estación a recoger un cargamento de aceite que llevaba su nombre. O casi, porque al igual que ocurrió con los francos, aquel oro amarillo no era para él, sino para el cura «agregado á uno de los innumerables conventos de monjas de la Corte».

Por último, y como no podía ser de otra manera, el cartero también erró en el nombre del destinatario de su correo postal. Así, Lerroux, viviendo en Alcalá 109, recibió la carta de una monja que, preocupadísima por su alma, pedía consejo espiritual a su anhelado abad, a Le Roux. El País no dice cuál era el contenido de la carta, pero sí que fue entonces cuando el político, con la remisión de la misma, instó al cura a que, por favor, se preocupase de subsanar estos errores que le volvían a él la cabeza loca.

Y ya que andamos entre sobres y sellos, hablando sobre la correspondencia que recibía a kilos en su despacho, Lerroux escribía en 1907 en su Intransigente que no había respondido ninguna de las peticiones que se le hacían por escrito para recibir consejo sobre la situación de Cataluña porque «no me he creído con autoridad para trazar un camino o marcar un rumbo en estas complejas circunstancias». Sin embargo, incluso estuvo presente en el Pacto de San Sebastián. Hombre, algo querría cambiar.

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