Platón señaló el estado gobernado por la figura del rey filósofo, habló de
un ideal pero no en los términos que podemos pensarlo hoy
La toma del poder mediante la palabra |
“El lenguaje devino medio de
comunicación, al igual que el automóvil sirve sólo al transporte y, si no, no
es nada. El lenguaje es instrumento de transmisión de opiniones apenas
consideradas y ni siquiera creídas de los días que se alternan y de su cotidianeidad.
El lenguaje nada más tiene de la esencia de la palabra, hasta perdió pronto la
inesencia. Y tampoco la recuperará a través de un cuidado del lenguaje. Pues
también así, y por entero, definitivamente,
su origen de la palabra ha sido sepultado. La palabra es claro del ser.
Todos los rebuscamientos de los escritores y escribas son sólo últimos
descaminamientos de un ciego accionar” (“La historia del Ser. Heidegger, M.
Editorial El hilo de Ariadna, Parágrafo 144. Buenos Aires. 2013).
Sí bien no iremos por la senda
heideggeriana de atacar el olvido del ser, al menos pretenderemos recordar que
el concepto neural del poder, como expresión principal y última de la política,
se constituye en el lenguaje, en el logos, en la palabra, y que si bien,
tomarlo, asirlo, cabalgarlo, es decididamente imposible, el llegar hacia el poder, mediante la palabra, tanto como
definición y también como método, es algo que se ha realizado muy poco y en
esta peculiaridad es donde nos detendremos.
Esta es la senda que nos interesa, para
indagarla, cuestionarla, evidenciarla, y en caso de que corresponda, invitar a
que sea transitada, una y otra vez, por los que persiguen poder, por los que
persiguen, en definitiva por los que son en cuanto seres de poder, o seres en
cuanto tal.
"Jesús de Nazaret, al ser interrogado por el gobernador Romano,
admitió ser un rey, mas agregó: "Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo, para dar testimonio de la verdad". Pilato preguntó
entonces: "¿Qué es la verdad?" Es evidente que el incrédulo ro- mano
no esperaba respuesta al interrogante: el justo, de todos modos, tampoco la
dio. Lo fundamental de su misión como rey mesiánico no era dar testimonio de la
verdad. Jesús había nacido para dar
testimonio de la Justicia, de esa Justicia que deseaba se realizara en el
reino de Dios. Y por esa Justicia fue muerto en la cruz" (“¿Qué es la
justicia?. Kelsen, H). El supuesto diálogo, entre Poncio Pilato y Jesús de
Nazaret, le sirve a Kelsen, para graficar que el hijo de Dios, por más que
hubiera de responder que estaba allí para dar testimonio de la verdad, y al ser
inquirido, específicamente acerca de que es la verdad, no hubo de responder
nada, exige de tal manera al hecho citado que, finaliza la referencia,
preguntándose, algo que considera aún más importante qué la verdad, ni más ni
menos ¿Qué es la justicia?
Sus referencias conceptuales se plasman
renglón seguido, cuando menciona a
Platón y a Kant, forzando textualmente al primero, párrafos después,
estableciendo que su teoría de las ideas, era en verdad una búsqueda para
responder de qué se trataba la justicia (a diferencia de la mayoría de las
consideraciones del pensamiento platónico que lo ubican como un predecesor de
la metafísica o de la filosofía política). De hecho, considera, en lo que
podría ser una obsesión teórica, lo primordial en el ser humano, en una
conversión entre semántica y conceptual, acerca de la búsqueda de la justicia,
cómo en verdad o en profundidad la búsqueda de la felicidad.
La justicia es palmariamente la verdad
concisa y efectiva en un cuerpo social. El
poder judicial, por tanto, en vez de estar conformado (única o
prioritariamente por abogados o matriculados en derecho) debiera estar nutrido
por filósofos, sean estos pertenecientes al mundo académico o no, pero buscadores
de la verdad al final. No como aspecto excluyente pero sí como condición
necesaria, todos los que conformen o continúen dentro de un poder judicial en
sus pináculos, deben continuar o empezar una búsqueda de la verdad en cuanto
tal, sea mediante el rigor académico o por intermedio de las farragosas
lecturas de autores que hablan de la filosofía en su sentido lato.
Todos y cada uno de los reductos en
donde la filosofía sea enseñada o
propalada, debe tener como objetivo este principio consustanciado con su
ejercitación de la que los propios integrantes de las unidades filosóficas, han
olvidado. Los filósofos o pretendientes a serlo, tienen como tarea deontológica
en sus respectivas comunidades, la conformación del poder judicial. De la
manera en que los abogados, le han usurpado a la filosofía, la
integración que disrumpe el principio de igualdad (alguien que pretende ser
juez, debe saber derecho, más no así alguien que pretenda ser ministro de
salud, está obligado normativamente a ser médico, o quién pretenda gobernar
matriculado en ciencias políticas) nadie, ni los filósofos, se han preguntado,
si acaso, ¿antes que conocer de derecho, quién juzga no debe tener principales
conocimientos o experiencia en la búsqueda por conocer la verdad en cuanto tal?
Antes que las discusiones como las
posiciones bizantinas a las que se someten a los estudiantes e interesados en la filosofía y que estos se dejan
someter, olvidándose de su ulterioridad como buscadores de la verdad, este
método de ir por la integración de un poder no tiene por objeto un interés
corporativo o laboral.
Que los
filósofos, se hagan de sí, de un espacio que en la comunidad, les
corresponde, les ha sido birlado (los abogados podrán integrarlo en cuanto a
que busquen la verdad, en caso de que sigan siendo abogados, es decir que
procuren resolver instancias secundarias que ellos mismos, crean y recrean, que
lo sigan haciendo sin la concupiscencia del estado) generará, como si fuese
poco, que la política se redefina, precisamente como la autenticación del ser
que busca su verdad o que impere una justicia en la sociedad en su aquí y
ahora.
Cuando Platón señaló el estado gobernado
por la figura del rey filósofo,
habló de un ideal pero no en los términos que podemos pensarlo hoy (gobierno,
administración, gobernanza, decisiones acerca de sí el ciudadano debe plantar
soja o trigo por citar un ejemplo) sino de la consecución de un gobernante que
acompañe a sus gobernados a la procura del bien como posesión, o traducción de
la justicia o la verdad.
A este olvido, de la filosofía, que
gobernar es ir por el bien, la justicia y la verdad, se le agrego en nuestro
occidente secular la conformación del poder instituido, mediante una
instrumentación, que devino en tríada por el valor simbólico del tres y que
determino, casi sin querer, una especie de lógica de contrapesos, en donde los
poderes judiciales, legislativos y ejecutivos serían la interactuación de
nuestras institucionalidades.
Al pueblo se le brindó la posibilidad
supuesta de que eligiera, en dos de esos poderes, haciéndose oculto, el poder en teoría menos poderoso, pero
en su traducción, el de mayor poder, es decir al que la ciudadanía no
elige en forma directa, el judicial.
Verdad y método. ¿Cómo funcionaría o funciona lo expresado en términos
concretos y específicos?
Si mediante el logos, normativizado o
colegido, por derecho internacional u organismos que agrupan a la mayoría de
las naciones, establecemos no sólo principios que determinan por ejemplo los derechos elementales del hombre, sino
índices e informes que nos permiten saber en qué países, por ejemplo estos se
incumplen flagrantemente, entonces se debe aplicar, sin temor a caer en
injerencismos o tutelamientos que no correspondan, esta fuerza, este poder,
esta verdad, para que en tales lugares los gobiernos dejen de ser tales,
suprimidores y mediante una intervención de un comité de notables, al cabo de
cien días establecer una demarquía en dicho lugar para que la búsqueda de la
verdad social o colectiva, al menos lo determine la suerte.
De acuerdo a tales parámetros, Eritrea sería un país en donde las
calamidades que no aceptamos desde lo teórico y consensual o normativamente
establecido, se llevan a cabo, infligiendo no sólo sufrimiento cotidiano en tal
lugar, sino nuestra complicidad pasiva y oprobiosa que derriba la utilidad
tanto del derecho, su aplicación como del concepto de la solidaridad humana.
Una comisión de voluntarios, en nombre
de todos los que decimos creer en estos valores de occidente (es decir en el
valor del logos o de la palabra) una vez llegados hasta allí (el aporte para el
traslado y demás lo pueden hacer de sobra, la cantidad de organizaciones y
fundaciones en el mundo que con fines
sociales, políticos o benéficos trafican sus manejos financieros en sendos paraísos
fiscales) a los oprobiosos gobernantes, que están al mando de las calamidades a
las que hacen padecer al pueblo, se les da unas horas para que se retiren
amistosamente, caso contrario la intervención podría ser más contundente y
palmaria (en Occidente la última ratio es la violencia) y al término de cien
días, la comisión al mando, establece una demarquía (un gobierno que elige a
sus integrantes por sorteo) para que al menos sea la suerte (nada más
democrático que el azar) quién fije las pautas de tal lugar en el mundo,
que de ser el de mayor índice de calamidades pasaría a ser el que busque la
verdad, por intermedio de la suerte que le depare quién resulte ser elegido
como gobernante.
Por supuesto que lo más probable (en
verdad no podemos determinar el grado de probabilidad sólo lo expresamos en
términos literarios) es que la comisión no sea tenida en cuenta o corra
riesgo de ser exterminada, al plantear, mediante la palabra, la consecución del
poder, o enseñar para que necesitamos del mismo.
Bien valdría la demostración. No sólo
que el poder, fácilmente se puede tomar
mediante la palabra, sino que la reacción, al ser tan contundente como
violenta, estaría ratificando que el poder político, sólo tiene como razón de
ser una verdad supuesta que no es tal, ni mucho menos pretende a través de la
misma el bien o la justicia, dado que la condición de la verdad es su
perspectiva dinámica, cuestionable, nunca aprehensible ni mucho menos absoluta.
La verdad o su búsqueda, se construye cotidianamente en los recovecos del
transitar humano que tiene un logos que se siente en el pensar para ser
socializado en su devenir político, como regla, como punto de partida o de
llegada. El buscador de verdades es en definitiva quién gobierna mucho más allá
del mando, sea este real, simbólico o imaginario.
Imagen| Discurso
político
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