Cuando una persona le hace daño a otra,
la empuja dentro de un laberinto
Mosaico romano de Recia en el que se representa a Teseo y al Minotauro en el laberinto |
“Cuando una persona le hace daño a otra, la empuja dentro de un laberinto. A partir de ese momento, las murallas
encierran a la víctima. Pero en el laberinto no está sola. El culpable del
hecho también está adentro. A partir de ese momento la víctima y el culpable
quedan unidos. Víctima y culpable comienzan a caminar los pasillos angostos, y
quizá perpetuos, de un laberinto compartido” (Sivak, A. “El laberinto y el
perdón”).
La autora narrará luego, metáfora del minotauro mediante, qué precisamos
(además del hilo de Ariadna) para salir del laberinto del dolor y es aquí
en donde el soslayar de la justicia,
pasa, o nosotros lo hacemos pasar de lo individual (es decir, del perdón que le
podemos otorgar individualmente al que nos dañó y la necesidad social que tal
castigo o punición representa para un colectivo, a modo de que crea o
construya ejemplaridad) a la institucionalidad toda en donde orbita la necesaria saciedad de justicia, que
este fijada, en la ataraxia de lo normativo, de la ley y no en el capricho de
quién la pueda poner en práctica, imponiendo o supeditando sus juicios
individuales (por más que sea considerado juez) por sobre lo que el común
establece o entiende como sentido común (valga la redundancia) o consensuado.
Al referirnos al gran
otro, lo hacemos para referenciar la definición psicoanalítica que propone:
“El gran oro designa la alteridad radical, la otredad que trasciende la otredad
ilusoria de lo imaginario: no puede asimilarse a través de la identificación.
Lacan equipara esta alteridad con el lenguaje y la Ley; por ende, el gran Otro
está inscrito en el orden simbólico”.
La ley estipula y es estipulada a su vez en un conjunto de procedimientos,
que bien podrían traducirse como la metáfora
de un laberinto, símil al cretense, en donde los victimarios son conducidos
a tal lugar para ser victimizados y en el caso de que los procedimientos,
mecanismos o fallos, fallen para tal cometido (es decir para hacer justicia
institucional, sometiendo al victimario) que todos los observadores o
ciudadanos parte, lo único que reclamen es la
sed de justicia (maridada de venganza y ejemplaridad) para que todo el
transgreda la ley, tenga como destino único el laberinto, y si en tal
transgresión, lastimó, daño o mató, debe ser cruelmente vejada por el minotauro
(por otra parte no existe casi otra posibilidad una vez dentro del laberinto).
La justicia entendida en estos términos no está concebida para resarcir,
como prioridad a las víctimas, sólo
en una instancia muy aleatoria como secundaria. La justicia entendida como este
gran otro (aquí pasamos de la lectura psicoanalítica a la política) se
construye para saciar la necesidad del poder político que legitima quiénes son
los que escriben la ley, quiénes los que la ejecutan, y finalmente los que
deben cumplirla, a riesgo de no hacerlo o hacerlo del modo que no es de agrado
de ese gran otro político de meterlo, dentro del laberinto de la institucionalidad. Para ser ajusticiado, pero no
para emitir o dictaminar justicia, por más que le corresponda o no por el
crimen, sí es que no ha o no cometido, en cada caso.
El gran otro político constituyó
el laberinto punitivo de la justicia para legitimar a todos y cada uno de los
integrantes del poder que lo único que no pretende es que se le arrebate el
cetro desde donde disponen que las cosas tal como las dicen, es decir el
maridaje entre lenguaje y ley del que hablaba en términos simbólicos,
Lacan.
No está en juego la verdad, ni
individual o justiciable, o la verdad en cuanto tal dado que hacemos propia la
siguiente definición de la situación de la misma: “La idea de una verdad
definitiva y completa y en este sentido absoluta, no tiene sentido. Sería una
verdad desde la perspectiva de Dios, de un tipo de verdad diferente de la que
conocemos, distinta de la verdad cuyo concepto está ligado a una iterabilidad
abierta a signos y una pluralidad de hablantes-una comunidad comunicativa
infinita, no una ideal-y, en consecuencia, a una disputa inacabable por la
verdad” (Wellmer, A. “Líneas de fuga de la modernidad”. Pág 383. Fondo de
Cultura Económica. Buenos Aires. 2013).
Finalmente el Teseo, que sí bien
para nuestro ejemplo aún no ha logrado salir del laberinto, pero viene
constituyendo una actuación de lo justo, desde una posición axiomática y casi
de improvisación, es la concreción de espacios (sobre todo virtuales o digitales)
en donde desde la primigenia figura del escrache (de reminiscencias nazistas)
hacia un victimario que la justicia
institucionalizada, no penalizo o no trato, hasta lo que empieza a emerger
como una búsqueda, que en los márgenes de ese poder, que posibilite libertad,
todos los que busquen justicia, tengan la posibilidad, antes o mucho más allá
de señalar, de vindicar y caracterizar (para luego agredir) al victimario,
otorgarle la posibilidad de volver a ser humano, perdonándolo.
Sí bien no es sencillo, ni expresarlo en palabras, lo cierto es que,
construir otro laberinto, saliendo por arriba (a decir de Marechal) dado que el
laberinto (cretense como Kafkiano) de los procedimientos
institucionales que nos tendrían que dar justicia, no están para ello (son
el gran otro del poder), tiene como paso necesario e indispensable el hacer
público los casos que consideramos injustos y no tamizados por esa justicia
formal. El segundo paso, es que el hacer público de todas esas situaciones, no
nos lleve a una instancia de mero escrache, de agresión sesgada, sino que el
poner en evidencia la necesidad de justica, plante lo conceptual, que además de
la redención, en nuestra calidad de víctimas podamos ser capaces de otorgar el
perdón, entendiendo a ese otro, no como un gran otro del poder, sino como
otro-mismo, que hace a nuestra constitución humana.
“Escribir es pactar con el diablo.
¿No es el orden quien habla siempre a través de todas las frases que nuestra
sedicente autonomía de voluntad nos dicta? ¿No decimos siempre lo que hay
que decir, lo único que, en último término, podemos decir? ¿Hablar no es acaso
confirmar siempre lo que hay…? La lucha contra la palabra ha sido, hasta hoy,
uno de los oficios más constantes de todo totalitarismo. A decir de Gilles Deleuze, ¿cómo puede escribirse
sobre algo que no sea lo que no se sabe, o lo que se sabe mal?...Desde el plano
de la moral, escribir siempre es pecado; pecado frente a las inexcusables
tareas del presente, las urgentes denuncias que deben hacerse, los amenazados
ideales… Escribir es negarse a, es una regresión, la literatura es la infancia
finalmente recuperada, como dice Bataille”. (Savater, F. “Apología del
sofista”. Pág 44-128. Editorial Taurus, Buenos Aires, 1973).
Nada mejor que escribirlo, para retornar, a esa instancia de no daño, de no
suceso, pese a la imposibilidad real de tal cruzamiento en el tiempo. Pero la historia no es lineal, tal como lo
pensamos o nos las hace pensar la historicidad occidental de la que somos parte
(como víctimas y victimarios)
“La historia (al menos lo que Heidegger y posteriormente Derrida, han
llamado la historia de la metafísica occidental) no sería más que el espacio mítico en donde las
sucesivas articulaciones de dos voces, la voz dominante y oficial de la
divinidad, simbolizada en boca de los profetas y la voz subversiva y excéntrica
de los muertos, simbolizada en el vientre de la pitonisa no dejan de definir y
redefinir lo humano” (Prósperi, G.O., “El profeta y el ventrílocuo”).
La clave de lo laberíntico de lo
humano y de la edificación de ese gran otro constituido en, también lo
laberintico de la justicia, podría estar en la figura de Ariadna, a quién
Nietzsche le dedico un poema “El lamento de Ariadna” que finaliza así:
Sé juiciosa, Ariadna...
Tienes oreja pequeñas, tienes mis orejas:
¡mete en ellas una palabra juiciosa!
¿No hay que odiarse primero, si se ha de amarse?
Yo soy tu laberinto...
Sé juiciosa, Ariadna...
Tienes oreja pequeñas, tienes mis orejas:
¡mete en ellas una palabra juiciosa!
¿No hay que odiarse primero, si se ha de amarse?
Yo soy tu laberinto...
Imagen| Wikipedia
Comentarios