Las historias nos enseñan que debiendo
ser las leyes pactos considerados de hombres libres, han sido pactos casuales
de una necesidad pasajera
Gabinete de las sombras |
“Las historias nos enseñan que debiendo ser las leyes pactos considerados
de hombres libres, han sido pactos casuales de una necesidad pasajera; que debiendo ser dictadas por un desapasionado
examinador de la naturaleza humana, han sido instrumento de las pasiones de
pocos”. (Beccaria, C.)
El autor citado, es el continuador de Montesquieu en haber trabajado,
diseñado, delineado, el plano de la necesidad de la existencia del Poder judicial, como una entidad
salomónica entre los poderes existentes (que siempre han sido dos, sea en
formato como los actuales de ejecutivo y representativo o de gobernantes y
gobernados). La actualidad de la cita no demuestra tanto la genialidad de
Beccaria, sino más que nada que tuvo éxito en su empresa, en su cometido, no
así razón en lo teleológico.
Es decir, tenemos Poder judicial, hemos aprobado, bajo tales argumentos y
algunos otros más, esa necesidad arquetípica de la triada, pero no arribamos a
nada bueno, en cuanto a sus propósitos o finalidades. No tenemos una sociedad mejor, ni tampoco más
justa, independientemente de lo que creamos en relación al significado o
significante de justicia. Esta última afirmación tal vez no la podamos
sostener, ni argumental, ni racional, ni estadística ni metodológica o
científicamente, sin embargo, es producto, de la luminosidad más altruista que
pueda tener un ser humano; su intuición. Esta reverberación auténtica de llevar
el deseo natural, a algo más allá, es decir a la denuncia de no cumplimentación
del mismo (es que acaso ¿no tenemos derecho a ambicionar un mundo mejor, por
más que tengamos el mejor de los mundos posibles a decir de Leibniz?) es ni más
ni menos que actuar en nuestro pleno derecho, en uso de nuestras facultades más
amplias, en vistas de nuestras palmarias manifestaciones de lo que somos en el
aquí y ahora de la humanidad.
La fundamentación, siempre encuentra un punto que es performativo, es decir
que se reduce a una petición de
principios, a un supuesto, a un substrato, a un momento cero o iniciático.
Sea este un dios todopoderoso, un misterioso arrojo existencial, una explosión
cósmica o lo que rayos fuere, como la advocación de una intuición que luego se
sostendrá con la acción de mantenerla, sea incluso en una primera etapa por el
uso de cierta fuerza instintiva y más luego, de estos dos pasos, el
tercero de la argumentación, de la racionalidad, de la ley.
Esta norma que es, en términos
psicoanalíticos, la presencia ordenadora o irrumpidora del padre, para
abortar la posibilidad de incesto entre una madre y un hijo, necesita la
contundencia de la penalidad para reprimir los intentos de tal latrocinio o en
verdad para realzar su poder simbólico de evitar la violación, que sería,
siguiendo en tal plano simbólico, la violación al contrato social.
Y de esto se trata precisamente, tal como lo expresaba Beccaria siglos atrás. Las leyes siguen siendo patrimonio de las
pasiones de pocos. En su caso lo expresó, para destacar la necesidad de la
construcción del Poder Judicial y por sobre todo con ello, evitar que las
torturas siguieran siendo públicas como hasta en el momento de escribir lo que
escribió.
Es decir lo que puede impulsarnos a señalar esto mismo, que venimos
señalando desde que lo democrático es
democrático, cualquier tipo de desajuste, de incomodidad, de hybris social,
no es más que la búsqueda que cambie algún aspecto puntual, especifico,
apocado, nunca nos hemos aventurado a cambiarlo todo, porque de alguna manera,
nos contenta el saber que el poder siempre será para pocos. Por lo único que
luchamos es por estar dentro de ese selecto grupo de pocos que manejen las
reglas de juego. Hacemos uso de todo lo que esté a nuestro alcance para
ello; desde lo más a mano (usar a los que nunca estarán en tal espacio de
privilegio, es decir los pobres, los marginales, tutelarlos, ejercer una
suerte de padrinazgo sobre ellos, representándolos en sus necesidades e
inquietudes) hasta lo más perverso, por ejemplo esto, convencernos de que está
bien, que es correcto, que nos mintamos entre los que podemos pensar algo al
respecto de lo público y decirnos que somos tipos ejemplares, y por sobre
todo democráticos que nos respetaremos en la estipulación de las reglas de
juego.
Habernos planteado la necesidad de que todos seamos iguales ante la ley, cuando no lo éramos en su mera formalidad, es
la muestra cabal y palmaria de lo que afirmamos. Siglos después, tras contar
con tal formalidad, de estar considerados bajo la unificación normativa de que
somos todos iguales, peleamos, para que eso se cumplimentara y como no lo hemos
logrado, entonces pensamos en penalidades para quiénes no cumplen aspectos de
esos acuerdos, pactos o contratos, de imposible cumplimiento.
Claro que tales penalidades, son para quiénes, transgreden la normativa
vigente en sus detalles, en sus cuitas menores, en sus reductos mínimos de
trascendencia modesta.
Las líneas basales que sostienen la
estructura, mediante la cual funciona nuestro pensamiento y de allí, la
reproducción en la arena social, o colectiva, es ni más ni menos que la
demostración más contundente y efectiva de que somos tan ajenos a nuestra
propia humanidad que hemos inventado la muerte.
Somos la única especie que posee
conciencia de esto mismo, y negamos que esto sea un disvalor, proponiéndolo
como un valor. Es decir, todas las teorías o la mayoría de ellas, sostienen que
conocer de nuestra finitud, es signo de algo bueno, llámese evolución,
pensamiento abstracto, sensibilidad religiosa, reconocimiento de nuestros
límites o lo que fuere.
Sin embargo, la muerte no es tal. La muerte sucede porque no somos capaces
de aceptar hasta qué punto podemos ir más allá de los que nos imponemos
nosotros mismos. La muerte es la comprobación de que no superamos el complejo de castración. En términos actuales, y en
modo político, sería; salir de la democracia, democráticamente, para ser más
democráticos.
Bibliografía
Beccaria, C. “De los delitos y de las penas”. Alianza Editorial. Madrid.
1980. Pág. 26
Vía| El acabose
democrático, Ver bibliografía
Imagen| Misterio
TV
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