El culo, por más que en su dimensión
real esté asociado al desecho de lo que al cuerpo no le sirve, posee,
paradojalmente, un encanto erótico, sensual, sexual y hasta comercial
Un asistente de la galería examina el "Proyecto para una puerta" de Hamilton, en la Tate Britain de Londres (2016) |
“Una vez que se asesina a Sócrates, quizá surge un pálido remordimiento que
impide nuevos asesinatos, y aunque la actitud filosófica no conquiste a las
grandes masas del público, termina por llamar tanto la atención y hasta por
crear un superficial respeto, que se fundan escuelas, facultades, institutos,
bibliotecas en que, por unos siglos, se ha permitido e incluso se ha financiado la filosofía o, por lo
menos, algo que se le parece a ratos. Hoy hay signos abundantes de que esta
tregua está acabando” (García-Baró, M.).
La cola es parte integrante de nuestra morfología. Como característica
especial, no debe haber parte del cuerpo humano que semánticamente posea
tantas, diversas y hasta contradictorias
significaciones a partir de la misma. Tener culo, como obviamente todo lo
tenemos, expresado con énfasis, es sin embargo una exclamación que está
dirigida a señalar que hemos sido tocados, rozados o tutelados por el
azar. El que tiene culo es el que tiene suerte. La frase exclamativa, posee,
sin embargo, un tinte o una connotación que destila cierta envidia por parte
del propalador. Es decir, sí alguien nos dice que tenemos culo, nos lo está
expresando con la carga que conlleva la malicia intrínseca de la perfidia. El
culo, por más que en su dimensión real esté asociado al rol menos estético que
posee el humano, el de las cloacas, el de desechar lo que al cuerpo no le
sirve, traducido en materia fecal, mierda, sorete o caca; eliminada, incluso
bajo el rigor del hedor característico de la misma, posee, paradojalmente, un
encanto erótico, sensual, sexual y hasta comercial.
El culo es una parte admirada tanto en mujeres como en hombres. El culo es
un espacio apetecible para la sexualidad,
independientemente de que la misma práctica, sea clasificada (entendiendo que
toda clasificación es una limitación) como homo, bi, hetero o pansexual. Sin
embargo el culo, a nivel orgánico no demuestra que ese cuerpo está gozando,
como sí lo hacen otros órganos sexuales, como el pene o la vulva que segregan
sustancias específicas y concretas que ratifican la sensación orgásmica. Al
culo, a lo sumo, hay que lubricarlo artificialmente para que su dilatación
permita el ingreso de, e implorar, asimismo, que en la práctica sexual, el culo
nunca excrete nada, para que no se tenga que sacar nada del mismo, en calidad
de “embarrada”.
Se dice, se expresa, en tono, de deseo gozoso o de placer “te voy a romper
el culo”, en una suerte de codificación
sádica, de tener un rédito sensitivo o espiritual a partir de propinarle
una agresión al otro, de romperle algo que supuestamente se aprecia, se valora
estéticamente, pero del que sin embargo lo único que salen son las heces,
muchas veces hediondas y pinceladas por colores toscos, grumosos y poco
afables. Esta particularidad del culo, se distancia abismalmente de lo
inimaginable que sería que nos digan “te voy a gastar el pene” o “te
desgarraré la vagina” o cualquiera de sus diversas versiones que tengan que ver
con aquello de exclamar agresión a los efectos de un supuesto placer.
Pasando del plano de lo imaginario y lo simbólico, al plano de lo real, el
culo nos sigue proporcionando su condición filosófica, aporética, o por decirlo
en buen romance, su encantadora, como contradictoria, condición de órgano tabú, del que nos avergonzamos
tanto como nos excitamos al solo mencionarlo.
Si pasáramos al ejercicio, siquiera científico, sino simplemente informal,
de preguntar a amigos, conocidos o mediante plataformas informales de encuestas,
cuantas personas practicaron realmente sexo
anal (sea en calidad de activos o de pasivos, en relaciones hetero, bi,
homo o pansexuales), la evidencia será contundente. La proporción del culo como
objeto de prácticas sexuales, a diferencia de cualquier otro órgano del cuerpo
humano, no debe arribar al 10% en tal proporción. Es decir de 100 veces
que alguien pudo haber practicado sexo, como mucho 10, habrán sido teniendo
como eje principal de la práctica al culo. Esto no sería nada extraño, ni
llamativo, por las razones orgánicas que lo determinan, sin embargo, se
constituye como tal, dado que esta no realización en el plano de lo real, la
llevamos, la transformamos, en el plano de lo simbólico o lo imaginario.
El culo es un talismán de la
sexualidad no practicada. El culo es el significante más acabado de nuestra
condición de seres contradictorios. Nos puede “ir como el culo” (es decir
mal) o podemos “tener el culo” de habernos sacado la lotería que será siempre
igual para el culo, pero muy distinto para la significancia que queremos
expresar mediante el mismo término.
El culo es el lugar mediante el cual deponemos lo que no usamos, hasta
antiestéticamente (al menos así lo es por alguna razón occidental) pero que con
la misma gravidez, desde otro contexto (un culo tapado, sea por una calza, una
falda, una zunga, una vedetina) es exaltado en grado sumo, constituido como sanctasanctórum del erotismo como de la
sexualidad.
El culo, en esta condición de tabú-social, ratificó la misma, en la
concelebra película “El último tango en
París” en donde la afamada escena de la joven untada con mantequilla para
ser penetrada analmente, no sólo escandalizo en el momento (los setenta) sino
que cuarenta años después continuó escandalizando dado que de acuerdo a las
confesiones del director como del protagonista, la realidad de la
escenificación incluyó que la actriz no sea consultada para que brinde su
consentimiento (otras versiones indican que no fue tan así, sin embargo la
protagonista luego del film, cayó en un llamativo espiral de
autodestrucción). La película, tuvo el éxito, cultural, artístico y comercial
porque grabó una violación anal.
Nuestra relación morbosa con el culo no acaba allí. La tesis que sustenta
estas líneas es que nos genera tanto atractivo erótico-sensual el culo porque
es la garantía de que luego de su práctica no derivará la misma en la
concepción del ser humano, es decir, culeando
no procreamos y ese es el verdadero encanto de un culo del que decimos,
alardeamos y vociferamos el gozar sexualmente, pero del que nos da culpa, no
nos da pleno gozo o solo nos lo da en un plano imaginario o simbólico pero
nunca real.
Nos alecciona Bruno Mazzoldi
en “La prueba del culo ¿existe una filosofía latinoamericana?”: “Culo, en
efecto, pariente, como collón, de culleus (el saco en que se cosía y ahogaba al
parricida) sugiere del trasero más lo infundibuliforme que lo fundacional”.
Ese saco en donde se ahogaba al
parricida (recordemos que el parricida es el que cambia las reglas de juego
establecidas), la penalidad para el infractor político-cultural, o para el
verdadero filósofo, devino en el culo y más luego en su furibunda como
rizomática polisemia.
El culo es por antonomasia el órgano
filosófico. Así nos va cómo el culo al no darle importancia, dimensión o al
penalizar la filosofía. De culo nos podrá ir, tal como venimos, desconociendo
el origen y la sustancia o la relación intrínseca entre el culo, tan seductor y
popular, con la filosofía, tan selectiva, cuasi vergonzante, o en su doble
condición de totémica y tabú.
Bibliografía
GARCÍA-BARÓ, M., Fenomenología y
hermenéutica. Barcelona, Editorial Salvat, 2015. Pág. 21
Vía| El acabose
democrático, ver bibliografía
Imagen| EFE
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