Atrevidos,
violentos y surrealistas, los personajes creados por David Lynch beben
directamente de estos artistas plásticos
Francis Bacon, Portrait of a man(1935) // Escena protagonizada por el agente Dale Cooper (2017) |
Hablar del genio creativo de David Lynch (Missoula, Montana, 1946) es algo completamente
subjetivo, pues despierta distintos sentimientos dependiendo de la clase de
espectador que se encuentre al otro lado de la pantalla.
Para acercarse a Lynch, en primer lugar hay que tener
presente que nos encontramos ante un cineasta que también es músico, fotógrafo,
pero sobre todo es pintor, y cuya formación e inspiración artística es parte
inseparable de obras como Eraserhead(1977),
Blue Velvet(1986) o la propia Twin
Peaks(1990-1991; 2017). Ferviente admirador de Edward Hopper, René Magritte o Francis Bacon, son muy numerosas las
referencias a éstos y otros artistas las que podemos encontrar en la mayoría de
sus realizaciones. Como el propio Lynch ha llegado a afirmar, sus primeros
pasos los dio como pintor, formándose en el CorcoranSchool
of Art de Washington D.C. mientras finalizaba sus estudios secundarios.
Comienza a dirigir films porque
quiere dotar de movimiento a esos cuadros, como el primer corto que realizó en
1967, que no era otra cosa que uno de sus lienzos provisto de animación: “Siempre
soy pintor. Es necesario tener en cuenta dos cosas: por un lado todo lo que hay
delante de la cámara, y por el otro la forma en que lo filmaremos”.
Es un auténtico apasionado del subconsciente, busca explorarlo y mostrarlo, pero no adentrarse en
descubrir sus claves ni explicar su sentido. He aquí la dicotomía principal del
universo lynchiano presente en cada escena de Twin Peaks, la lucha entre dos mundos, el onírico y el real, ¿quién
es el soñador?; llega un momento en que no sabemos si estamos asistiendo a una
experiencia verdadera o sobrenatural por parte de los personajes.
Francis Bacon, Seated Figure (1961) // Imagen que muestra al agente Dale Cooper sentado en la habitación roja (1990) |
Francis Bacon o el
gusto por lo desagradable
Sin duda, el obsequio más sobresaliente que se nos brinda
con esta serie es poner de manifiesto las influencias
artísticas del propio Lynch, sobre todo de la mano de Hopper y Bacon, y
montar auténticos cuadros vivientes con cada plano de la serie. Pero el
director no se limita a plasmar las obras de estos artistas plásticos del
lienzo a la pantalla, sino que el influjo que tienen sobre él va mucho más
allá. No se puede entender el trabajo de Lynch sin conocer la relación tan
estrecha que guarda con estos maestros a los que tanto admira, las emociones que siente cuando entra en
contacto con sus obras son las mismas que luego nos va a transmitir en cada
plano o secuencia que ruede.
A Bacon lo
catalogará como su “héroe en pintura”:
“Francis Bacon es para mí el más importante, es como mi
héroe en pintura. Hay muchos pintores que me gustan. Pero en cuanto a la sola
emoción de estar delante de un cuadro... Vi la exposición de Bacon en los
sesenta en la galería Marlborough y fue una de las cosas más potentes que he
visto en mi vida. El tema y el estilo estaban unidos, casados, perfectos. Y el
espacio, y lo lento y lo rápido, ¿sabes?, y las texturas, todo”.
El
pintor de origen irlandés Francis Bacon
(1909-1992)se mueve en un estilo figurativo cercano a la Neofiguración, una tendencia de posguerra que retoma al ser humano
como el protagonista fundamental, pero con una imagen distorsionada. Estos
personajes plasmados en el lienzo son un fiel reflejo de la personalidad del
artista, sádica y destructiva. La descomposición y la deformidad caminan libremente por los cuadros de Bacon, figuras que
llegan a remover nuestros más profundos temores. El espectador contempla
hipnotizado y horrorizado el espectáculo que se le ofrece sin poder apartar la
mirada, impotente ante el sufrimiento
del que está siendo partícipe, en un ambiente aparentemente tranquilo y sereno,
quebrado por la angustia que se puede ver en esos rostros y esos cuerpos de
pesadilla. Bacon posee la habilidad de ahondar en las emociones humanas a
través de sus lienzos, y lo consigue gracias a esa naturaleza salvaje, violenta
y primitiva con la que impregna a sus personajes.
Edward Hopper, Automat (1927) // El personaje de Audrey Horne en la icónica cafetería de Twin Peaks (1990) |
La desfiguración y la
oscuridad en los rostros que crea Bacon nos
transmiten las mismas sensaciones que los tenebrosos protagonistas de Twin Peaks, cuerpos que se retuercen y
se agitan, que gritan despavoridos; no es tan importante el significado del
cuadro en sí, o la trama de la serie, sino los sentimientos que son capaces de
ocasionar en el espectador con sus creaciones. Bacon intenta crear una dualidad
entre la belleza y lo desagradable, y esa perversa dicotomía es la que se nos
muestra en los personajes creados por Lynch: todos en apariencia felices y
bondadosos, pero que en realidad son violentos, mezquinos, egoístas y
problemáticos. La eterna batalla entre la
luz y la oscuridad, una oscuridad que va apareciendo poco a poco para
mostrar la verdadera realidad de Twin
Peaks.
Edward Hopper o como
convertirse en voyeur
El
otro gran artista del que se puede observar una profunda influencia en Lynch es
Edward Hopper (1882-1967), pintor
estadounidense enmarcado en el Realismo
Americano de la escuela Ashcan. Hopper es el representante de la vida y la
rutina americana contemporánea por antonomasia; pero aunque plasma escenas
cotidianas, siempre presenta a sus personajes desde el punto de vista del voyeur,
sobre todo en el caso de los personajes femeninos, destilando melancolía y
soledad. Personajes con una evidente tranquilidad, dignos representantes del
“sueño americano”, comportándose casi de manera mecánica; y sin embargo hay
algo extraño en esas escenas, algo acecha tras esa nostalgia. El espectador que se coloca frente a un cuadro de Hopper
sólo goza de una serenidad momentánea, pues cuando sus ojos van recorriendo el
cuadro, comprende que esa añoranza que destilan los protagonistas guarda
secretos inconfesables.
Lynch
nos convierte también en voyeurs en
muchas de sus escenas, las cuales, al igual que los lienzos de Hopper, desprenden
una aparente placidez que anticipa los horrores que están por suceder. En Twin
Peaks se nos presenta el arquetipo perfecto de pueblo idílico
norteamericano: esas casas elegantes y
esas calles con árboles, un pueblo donde todo el mundo se conoce y todos viven
en una visible armonía. Pero en seguida ese mundo perfecto se ve invadido de
diversas maneras, sólo hay que mirar a través de la ventana para descubrir una realidad sucia y sórdida, llena de
misterios e intrigas.
Edward Hopper, Office
at night (1940) // Escena del octavo capítulo de Twin Peaks (2017)
|
La
sensación de aislamiento que nos
produce la obra de Hopper, en realidad pone de manifiesto que algo espeluznante
está a punto de ocurrir. Son escenas que nos inquietan precisamente por la
calma que transmiten, las figuras parecen estar paralizadas por el tiempo,
esperando que suceda algo terrible. De igual manera acontece en el universo Twin Peaks: esos encuadres estáticos, sin movimiento e infinitos a los que Lynch nos
tiene acostumbrados, supuestamente serenos, siempre son la antesala de algo
espantoso. Ambos consiguen que el espectador se encuentre en un estado
constante de desasosiego.
Lynch es un director de una gran potencia visual, y con su
inefableTwin Peaks no deja
indiferente a nadie, te golpea con tanta fuerza que es imposible ignorarlo. Hay
tantas interpretaciones de su universo como individuos se acerquen a conocerlo,
pero lo mejor es dejarse llevar por este genio con alma de pintor, que hace que
la obra de tantos artistas permanezca más viva que nunca hoy en día, estamos
viendo un cuadro en movimiento, es
arte al que no hay que buscarle más motivos.
Bibliografía
CASAS, Q., David
Lynch. Madrid, Cátedra, 2007.
RODLYE, C., Lynch
on Lynch. Londres, Faber & Faber, 1999.
Autora| Begoña Ibáñez Moreno
Vía| Ver bibliografía
Imagen| Elaboración de la autora
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