Así como no elegimos ni el cuerpo, ni el
lugar, ni el tiempo en el que somos arrojados a la existencia, o nacemos,
tampoco elegimos, cuando creemos hacerlo o cuando nos dicen que lo hacemos
El
sorteo elige, la elección aprisiona
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Así como no elegimos ni el cuerpo, ni el lugar, ni el tiempo en el que
somos arrojados a la existencia, o nacemos, tampoco elegimos, cuando creemos
hacerlo o cuando nos dicen que lo hacemos. La cuestión con la elección, como si
fuese un tema sencillo en sí mismo, no es tanto eso mismo que creemos elegir, o
que nos dicen que elegimos, sino todo lo otro que dejamos de hacer o que no
hicimos al estar dedicando tiempo y esfuerzo a la supuesta elección. El ejemplo
es contundente. En vez de estar leyendo estas líneas, usted podría estar
haciendo una inimaginable lista de cosas que deja de hacer al creer que toma
una decisión determinada en un momento dado.
La respuesta automática, estertórea como venal, puede ser el simplismo de
creer que por tanto no deberíamos hacer nada. No está muy lejos de lo que
proponían los cínicos y sus derivados actuales que podrían englobarse en los
que propalan el adagio del “lo que sucede, conviene”. Sin embargo, el proceder,
aquí propuesto, invita a un abordaje desde otra perspectiva. La pretensión a la
posibilidad de elegir, es de alguna manera, irrenunciable. Independientemente
de que podamos o no conseguir tal cometido, el de creer que podemos finalmente
elegir, lo radicalmente imprescindible es que nos movamos hacia ello, es decir
que nos conduzcamos hacia un sentido, sin hesitar. La cuestión pasa entonces,
en definir, en qué momento nos conduciremos a tal lugar en busca de atrapar la
posibilidad de elección, que es ni más ni menos que la traducción final a
nuestra razón última de ser humano; vivir la experiencia plena de la libertad.
El entramado simbólico de este montaje escenográfico en donde creemos que
elegimos, es precisamente en nuestra institucionalidad política, que sí de algo
carece es de capacidad de elección. Por esta razón y en virtud de alardear, de
vituperar la ausencia, para ponerla en términos verbales o semánticos, es que
nos decimos, nos convencemos de habernos dado una suerte de elección
democrática, en donde elegiríamos no sólo a nuestros gobernantes, sino que
además, elegiríamos que tendrán ellos que hacer una vez dentro del gobernante.
Como sabemos, creemos saber o cualquier dato de la realidad lo ungirá como
irrefutable, ninguno de cada uno de nosotros, ha elegido, ni elegirá, ni
podremos hacerlo, a nuestros gobernantes, mucho menos, que tendrían que llegar
a hacer una vez, que ciertos de ellos, lleguen (por vías, razones y motivos
distintos pero que no están asociados directa o excluyentemente con la elección
que nos hacen creer como determinante) al dominio del poder, de la
administración de la cosa pública, en donde, como expresábamos, no han
resuelto, en caso alguno la gravosa desigualdad, injusticia social y daño
progresivo y posiblemente irremontable, del medio ambiente en el cuál
deberíamos seguir viviendo bajo otras condiciones o en otro medio ambiente como
para continuar con nuestra existencia.
A lo que vamos, es que por intermedio de esta interfaz, de este maquinación
representativa, por esta cuestión de fe, en que hemos transformado el engaño
para hacernos tolerable el vivir, vamos camino al acabose en todos sus
términos, en su sentido lato. Ya no nos queda ni tiempo, ni posibilidad de que
sigamos pensando en los términos en los que pensábamos, sin que abandonemos la
perspectiva engañosa de seguir haciendo de cuenta que elegimos algo, cuando en
verdad no lo podemos hacer. Reconocer el límite de lo político, es lo único que
nos posibilitara que sigamos teniendo política, como dimensión o
conceptualización de lo humano.
A esto llamamos “La africanización democrática”. En un primer momento o
estadio, pues, como veremos no debemos salir de tal Africanización, sino simple
y complejamente, resignificarla. El continente en donde más grotescamente (para
un observador, para un habitante de allí sería espeluznantemente) la
configuración de la farsa de la elección se constituye en un ardid, de mal
ropaje, de calidad baja y en grado de miserabilidad, es en África. Sin embargo,
todas las aldeas que aplican el manto ocultador de lo democrático, padecen de
diferentes manifestaciones de este africanismo irredento. País, provincia,
municipio, ciudad, alcaldía, pueblo u organización que se precie de elegir a
sus gobernantes, mediante elecciones, no deja de haber constituido una casta,
en donde o se eternizan en el poder, o lo comparten con familiares, amigos y
facciones ad hoc, con formalismos,
más o formalismos menos, una vez en el gobierno o en el poder, tampoco eligen
nada, simplemente ejecutan ordenes, aprietan botones de un sistema que va en
piloto automático. Si quiera en los tiempos de campaña, de lo electoral, en el
ritual en que han transformado las elecciones, eligen, ni sus discursos, ni sus
ropas, ni sus gestos, ni sus acciones. Todo está definido de ante mano, para
que en forma salvífica, ante tanta imposibilidad de elegir algo, se cree la
farsa de lo electoral, en donde personas que no tienen la posibilidad de hacer
sinapsis neuronal, son perversamente dispuestas a que elijan lo que en verdad
no eligen ni elegirán.
Poner en blanco sobre negro, de allí la necesidad de expresarlo en su
acepción negativa que damos (en verdad que nos es dada desde la occidentalidad)
a la caracterización de la Africanidad pero a la que, desde la
deconstrucción o decolonialidad que pretendemos hacer, volvemos con la idea, de
Africanizarnos en un sentido auténtico, real o digno, para que podamos seguir
teniendo no ya democracia, política, o mundo, sino humanidad.
Todo lo que se observa, en su cruel nitidez, acerca de lo erróneo que
resulta el que nos sigamos conduciendo bajo la lógica del autoengaño de no
reconocer que ciertas cosas no elegimos, se pueden apreciar en África con mayor
claridad, pese a que en todas las aldeas tengamos síntomas que nos hablan de la
misma problemática.
Para volver, para re africanizarnos, o re humanizarnos, debemos partir de
la base de un principio africano, Ubuntu de la lengua Xhosa que dice: “Yo
soy porque nosotros somos”. El tener la noción, clara, concisa y
contundente de nuestra existencia, a partir de una noción de cuerpo, colectiva,
es lo que nos permitirá comprender de la necesidad de que lo indescifrable del
destino, del azar, de la fortuna, tiene que ser el eje rector para que de tanto
en tanto, tengamos representaciones concretas y reales que conduzcan nuestros
destinos políticos, a sabiendas que mediante la vara impredecible del azar,
cualquiera que forme parte de la comunidad, tendrá que estar preparado, forma,
y dispuesto para gobernar, con la contundencia en su mente, en su corazón y en
el espíritu que es en cuanto existe un nosotros que nos hace posible/s.
Imagen| Desmotivaciones
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