Los
catalanistas se ponían las gafas históricas para echar un ojo a su pasado con
la intención de que todo el mundo lo tuviese presente: soy patriota, mi
historia es épica, mis tradiciones son mías y mi lengua, el catalán
En sus orígenes, el
catalanismo no tenía nada que ver con la actual política independentista. Aunque
embridados sin remedio, eran dos temas diferentes, si bien el primero dio pie
para que el segundo hirviese en las mentes políticas de sus principales
adeptos. Nada de levantar una patria propia, al contrario, el catalanismo, que
surgió en el siglo XIX bajo el nombre Renaixença,
pretendía mantener la unificación
española, eso sí, llevando bien a la vista la tradición catalana en la que
la lengua, sobre todo, jugaba un papel esencial.
Es decir, los
catalanistas se ponían las gafas históricas para echar un ojo a su pasado con
la intención de que todo el mundo lo tuviese presente, sobre todo en lo que a romanticismo
se refería: soy patriota, mi historia es
épica, mis tradiciones son mías y mi lengua, el catalán. Memoria histórica,
vamos, pero en el conjunto de España, que allí no se veía la independencia en ninguna
parte.
¿Quién
ha dicho nación?
Fue su propia historia
lo que llevó a la politización del catalanismo cultural: por románticos, somos
diferentes, o sea que lo tenemos todo para ser autónomos desde el punto de
vista político. Ahí sangraban las heridas que los Decretos de Felipe V dejaran
en la piel de Cataluña hasta desaguar en las Bases de Manresa de 1892, una pseudoconstitución utópica para sentar los
pilares politícos del ansiado autogobierno catalán, y que exponían, entre
otros, el monopolio de los cargos públicos para los catalanes, un ejército y una
policía exclusivas, y el idioma catalán y solo el catalán. Aquí, en el
catalanismo político, lo que se pretendía era el autogobierno de la región,
pero también dentro de España. Hernández Sánchez lo resume muy bien:
«Se podía decidir el derecho a decidir soberanamente y libremente el destino de la nación catalana y ser partidario, al mismo tiempo, de un ejercicio de este derecho en una dirección independentista, regionalista o federal. El hecho de afirmar los derechos de Cataluña como nación no comportaba ser partidario de la independencia.»
Adiós,
España
El caso es que ese
catalanismo político derivó en
nacionalismo y después en el independentismo de Macià, que es lo que se
estila hoy.
De base cultural y
justificándose con la historia desde 1714 en adelante, la ideología separatista considera a Cataluña bajo el yugo obligado de
España y asegura que no levantará cabeza hasta que sus caminos se separen.
Hola, España, soy Cataluña y no te toco ni con un palo. Dicen que la cultura
solo podría conservarse emancipándose de España, pero se olvidan de que esta no
empezó con los Decretos de Nueva Planta.
Lo que nadie tuvo en
cuenta en este proceso de separatismo es que esta, la historia, es tan diversa
como las líneas de las manos. Tú tienes la tuya y yo la mía. Tampoco que no se
pueden borrar sus episodios al gusto de cada cual. Con una base común a todos
los poros que nutren un gran cuerpo territorial, precisamente es esa diferencia lo que hace grande a un colectivo.
Si, hablando de España
porque es lo que toca, todos los recovecos pusieran como excusa la exclusividad
histórica para ser descuajados del común, el
resultado sería un puzle de aúpa. Salvando las distancias, ahí están las
Hurdes cacereñas y el castellano churro, sin ir más lejos.
Bibliografía
HERNÁNDEZ SÁNCHEZ, A., Nacionalismo: pasado, presente y futuro.
Cuenca, Universidad de Castilla la Mancha, 2000.
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Vía| Ver bibliografía
Imagen| La Vanguardia
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