El
Rey de los Ladrones se quitaba los zapatos, pasaba como Pedro por su casa,
echaba el cerrojo y parapetaba la puerta para, como dijo en su día, «no ser
molestado por los importunos»
En la foto, un miembro de los Apaches, una tendencia socio-criminal que atemorizó Francia, según algunos, desde comienzos del siglo XX |
Monarca de voleurs, majestad de cacos y emir de
rateros. Ese era Delarne, el Rey de los Ladrones para la prensa francesa de la
época. Pero no trotaba ni gota de sangre real por las venas de este obrero
tranquilo y elegante que pasó casi 14 de
sus 27 años dedicándose al ladronicio por Seine et-Oise, en París. Con
sorna, él mismo se definió de la siguiente manera para los gendarmes que le
echaron el guante en 1904:
«No ha nacido el sol ni un solo día sin que yo haya cometido dos robos, cuando menos: echen ustedes la cuenta».
Delarne era un ladrón
en toda su expresión. Además de pasar desapercibido entre los tendederos de su
barrio, el esposo y padre que acostumbraba a salir de casa silbando con las
manos en los bolsillos puso contra las
cuerdas a toda la policía de París, que no daba a basto para enfrentar los
saqueos que amparaba la luna parisina. Al norte, uno; al sur, otro mejor. Robos
de una hora que desorientaron soberanamente a las autoridades francesas,
seguras, en principio, de que aquello era cosa de bandas. Apaches, quizá. Pero
no, el artífice era uno y solo uno.
El método
Una de las principales
normas que la razón le dicta a un buen caco es la que dice que en el objeto del
deseo ha de reinar la paz, es decir, Delarne necesitaba que en la vivienda a
desvalijar no hubiese ni un alma. Por eso llamaba a la puerta y por eso arreaba con una piedra contra las
persianas, para asegurarse que el hombre de la casa, por ejemplo, no se
ajustaba el corbatín al cuello frente al espejo. Casa vacía, ergo buen plan.
Entonces el Rey de los
Ladrones se quitaba los zapatos, pasaba como Pedro por su casa, echaba el
cerrojo y parapetaba la puerta para, como dijo en su día, «no ser molestado por los importunos». Y comenzaba a trabajarse el
lugar con mucha animosidad.
Cometer un par de robos
al día sin ser capturado requería y requería de mucha habilidad. Así, además de
un físico portentoso y una mente privilegiada, Delarne estaba sobrado de seguridad en él mismo. Para muestra, un
botón.
Mundo
Criminal cuenta que
en una ocasión en la que el ladrón andaba desvalijando la casa de un desdichado
le sorprendió el sonido de la puerta. Delarne se apresuró a recoger su botín
para salir pitando, pero se topó de
bruces con un hombre que no resultó ser dueño de nada: «Señor, ¿quiere
usted un buen bistek?», dijo el mozo de la carnicería. «Vea usted a la
cocinera», respondió Delarne. Y se quedó tan ancho.
Inmediatamente, el
pobre muchacho hizo lo que le habían mandado y salió de la habitación mientras
el Rey, sacudiéndose la confianza que llevaba sobre los hombros, hacía lo mismo
pero en sentido contrario y montado en la bicicleta del mozo. En el
portabultos, el botín que se había
llevado de la casa, además de la carne que el chico tenía que repartir.
Según «Mundo Criminal», este sería el rostro del Rey de los Ladrones |
¿Cuál fue su fallo?
Sin embargo, a pesar de
ser el Rey, Delarne cometió un error de principiante al personarse él mismo
para negociar uno de los títulos de deuda que había sisado en una casa. Así se
ponía fin a la leyenda del Rey de los Ladrones y también a la anchura con la
que vivían sus familiares: «Ocultos hábilmente en troncos de madera encontróse relojes de oro, sortijas, pulseras,
pendientes de brillantes, alfileres de corbata, con las marcas de los más
célebres joyeros», y una pila de monedas de oro que Delarne y los suyos habían
escondido tras el empapelado de una habitación.
En su favor, Mundo Criminal escribe que durante esos
14 años en los que Delarne anduvo como un funámbulo por la ley no se llevó por delante la vida de nadie.
Al parecer, el Rey de los Ladrones siempre tuvo «horror a la sangre». Y, sin
quererlo, la cabeza se llena con las tropelías cruentas de los Apaches citados
al comienzo del artículo. Nada que ver.
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Vía| El Rey de los ladrones, Museo Criminal, Madrid, 1904.
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