A finales del siglo XII surge en la zona central de la Europa Occidental un movimiento que ha sido considerado el primer grupo feminista de la historia
A
finales del siglo XII surge en la zona central de la Europa Occidental un
movimiento que ha sido considerado el primer grupo feminista de la
historia; las beguinas, mujeres cristianas que escogieron vivir su
religiosidad al margen de las estructuras eclesiásticas y de las imposiciones
morales del sistema patriarcal de la Edad Media.
Esta
forma de vida espiritual femenina se extendió rápidamente por toda Europa,
atrayendo el recelo de una institución eclesiástica que, criticada y acusada de
corrupta, es testigo de las transformaciones de una sociedad que crece, se
urbaniza y poco a poco se emancipa. Son tiempos de rebelión y de renovación
espiritual, ejemplificados en los numerosos movimientos laicos que se suceden y
que alzan la voz contra una jerarquía opulenta. Es el caso de los espirituales,
el movimiento de los penitentes, los albigenses o las beguinas. Todos ellos
laicos y laicas que viven su
religiosidad al margen del poder establecido.
Margarita Porete, beguina condenada por herejía y quemada viva el 1310 en la plaza de Grève de París |
En
el caso de las beguinas la rebelión es doble porque como laicas rompen las
reglas marcadas por la autoridad eclesiástica y como mujeres rechazan el papel
secundario y sumiso al que están destinadas. Las beguinas reivindican la libertad del alma y el derecho de todos los fieles a
vivir su espiritualidad plenamente, sin intermediarios. Estas mujeres
establecen vínculos directos con Dios, al que identifican con el Amor, y es a
través de esa relación individual, de esa unión perfecta con la divinidad, que se
sienten legitimadas para erigirse como mediadoras entre Él y la humanidad.
Pero
lo novedoso de este movimiento es la amplia labor práctica que desempeñan estas
mujeres procedentes de distintos grupos sociales. Desde mujeres educadas, de
familias adineradas, hasta pobres y analfabetas, todas ellas dedicadas en
cuerpo y alma a una vida de oración y contemplación, combinada con una intensa actividad social, caritativa e
incluso, apostólica. La beguina se instala, la mayoría de las veces sola, o
en pequeños grupos independientes cerca de las iglesias o los conventos, los
grandes beguinatos, a pesar de ser los más documentados no eran espacios frecuentes.
Los
más desfavorecidos de la sociedad eran su prioridad. Ya las primeras beguinas
se habían caracterizado por vivir en celdas cerca de las leproserías para
cuidar a sus enfermos. La enseñanza a las niñas pobres también era una labor
que las mujeres instruidas desempeñaban. Sin embargo, uno de sus principales
cometidos era el papel de intermediarias en
la muerte. Estas“mulieres sanctae”, que disfrutaban de una importante
autoridad moral entre sus vecinos, no solo se ocupaban de amortajar al difunto,
sino que también rezaban por la salvación de su alma mientras velaban su cuerpo
o ejercían de plañideras.
Estas
labores, encaminadas a facilitar el tránsito al Más Allá, les procuraron, no
solo una importante función social, sino también un medio de subsistencia. Es
numerosa la documentación que muestra los legados testamentarios que estas
mujeres recibían por unas tareas que en el contexto medieval eran muy preciadas.
La muerte debía ser correcta, siguiendo unos criterios destinados a afrontar
con éxito el juicio individual –tratados
como los arsmoriendi lo reflejan- y las beguinas se
postularon para ejercer una labor que incluso las justificaba.
Beguina practicando labores asistenciales |
Algunos
textos y cartas escritas por las
protagonistas son las fuentes utilizadas para
reconstruir sus vidas y sus pensamientos. Ejemplos son las obras
conservadas de Matilde de Magdeburg o de Hadewijch de Amberes. Revelaciones, visiones,
predicaciones e incluso traducciones de los textos sagrados, son la materia
principal que llena sus escritos en
lenguas llamadas vulgares, por lo que se convierten en excelentes manuales
de saber teológico al alcance de los laicos. Aquí, en sus textos, estará la base
de la condena de la iglesia, hasta ese momento, la única gestora de la cultura
sagrada.
Otro
aspecto de las beguinas preocupaba a las jerarquías; el escaso control al que
estaban sometidas.Estas mujeres, que no hacían voto de clausura,ni de pobreza, disfrutaban
de una movilidad poco habitual para la época. La libertad de pensamiento, el
cuestionamiento de la disciplina eclesiástica y, por supuesto, del matrimonio,
eran una clara amenaza para el orden establecido. Un endurecimiento de las
estructuras de la Iglesia y de su legislación
no jugó a su favor. La condena definitiva se produjo en el Concilio de
Viena el 1311. El papa Clemente V declara el movimiento herético y lo condena
bajo pena de excomunión, dando como resultado la progresiva asimilación
institucional del movimiento.
Bibliografía
BOTINAS Y MONTERO, E., CABALEIRO Y MANZANEDO, J. y DURÁN VINYETA, M. A., Les Beguines. Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2002 (ISBN 84-8415-440-8).
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