El
avispado Skósyrev, tunante y amigo de la estafa, salió del Consejo General como
Boris I de Andorra. Ahí es nada
Skósyrev mostró al Síndico su proyecto regio, constitución incluida |
El marzo de 1917 era
febrero en Rusia. Entonces el vaso que retenía la paciencia de la sociedad
estaba a punto de derramarse. La guerra no podía más; la población no quería aguantar
más. Por las vastas estepas del país, muchos de sus caminantes, que llevaban el
cuello demasiado enyugado, miraban con el ceño fruncido a un ejército que estaba a punto de ser el hazmerreir de
Europa. También observaban con desdén a su emperatriz, Alejandra, mientras
parecía hacerle ojitos a Alemania bajo el revoloteo, ya fantasmagórico, del flamante
y falocéntrico Rasputín.
Rusia tenía hambre
desde hacía ya demasiados meses. El 8 de ese mes de marzo, que era el 23 del
febrero ruso, el país fue invadido por sus hombres y sus mujeres que, hastiados
de tanto padecer, reclamaban con fervor el fin de la guerra. Aunque no por las
calles, uno de esos hombres era Borís
Skósyrev —también Boris Skossyreff—,
un carismático soldado del zar que salió de Rusia una vez estalló la
Revolución social de 1917.
A mí, el rey
Esa costumbre
soldadesca de Skósyrev que le acompañó en su exilio a Reino Unido —donde se
cuenta que sirvió en la Armada británica— le abandonó en 1925. El año trajo un
cambio de residencia, esta vez a los Países Bajos. Allí, por cuestiones de
visados, Skósyrev se casó con una bordadora. Pero la cosa no funcionó y tuvo que salir por patas hacia Palma de
Mallorca «huyendo de su arresto por la policía francesa». En la isla, el
gusto por las monedas le animó a ganarse el amorío de una acaudalada americana,
Florence Marmon, con la que partió para Andorra cuando las autoridades
españolas también le invitaron a abandonar el país.
En el pequeño país
norteño, el ruso quiso ver un trono. De este modo y cual Cristóbal Colón,
Skósyrev mostró al Síndico su proyecto regio, constitución incluida. A pesar de
las promesas de buenaventura inversionista y estrellato económico, este no
cuajó, así que el ruso decidió hacer lo mismo con la otra mitad del poder que
dominaba Andorra. Ahí tuvo más suerte. Con Juan de Orleans en el bolsillo, el
Síndico no tuvo más remedio que acudir al Consejo General, de donde el 7 de
julio de 1934, Skósyrev salió como Boris
I de Andorra. Ahí es nada.
Pero España y el obispo
de la Seo no toleraron tal reinado y, 14 días después de su nombramiento, cinco agentes de la Guardia Civil,
cinco, invadieron el país andorrano para encarcelar al rey impostor hasta su
expulsión a Portugal, donde permanecería hasta 1938.
La fama de Borís
Algunos de los delirios
caprichosos de Skósyrev fueron recogidos el 25 de julio de 1934 por los diarios
de la época. En Mundo gráfico se
escribía que Boris «se negó a viajar en tercera, y dijo que se pagaría él mismo
el viaje, para lo cual esperaba recibir fondos», y, en la misma fecha, el
madrileño La Libertad aseguraba que
el «pretendiente al trono de Andorra» había declarado primero sobre la Ley de Vagos y Maleantes ante el juez
de guardia, y, después, ya desde los calabozos del Palacio de Justicia de la
capital, frente a los periodistas. Estos últimos se afanaron en preguntar a
Boris sobre las 200 pesetas que había recibido desde la Seo, a lo que el reo
contestó que eran «para comprar algunos objetos que necesitaba».
Pero como las
desgracias no vienen solas, una vez que obtuvo la libertad en Portugal,
Skósyrev fue enviado desde la Francia de Vichy a un campo de concentración junto con otros tantos republicanos
españoles. Nada más se supo de él, así es que, presumiblemente, la historia
acepta que fue allí donde el ruso que soñó con un cetro perdió para siempre su
vida.
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Imagen| Hemeroteca Digital
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