Entre
los dolores que escapaban del bou Eva exudó el ruido que hacen las balas. Lo
hizo diez veces. Y con el silencio llegó la sorpresa para los franquistas
Muerte de un miliciano durante la Guerra Civil, de Robert Capa |
En el Vigo de
principios del siglo XX sonaba la sirena para anunciar que había llegado la
hora de salir a faenar, y el mar se
punteaba de bous, los barcos gallegos que en su navegar casi rozaban las
costas de Irlanda. Al agua, impresionada, no le quedaba otra que mostrar sus
cartas a los pescadores, que hilvanaban furia con sus redes y también con su
vida.
Pero
en aquel Vigo también tronó la guerra.
Entonces las sirenas dejaron descansar la buenaventura y se emplearon en darle
sonido al miedo. Esos bous que hasta el 36 eran el reflejo amigo de los
compadres loberos del mar, se atascaron en la arena mientras que sus dueños
ponían rumbo a las recelosas montañas con la mirada en avieso y el corazón en
vilo. La República estaba condenada.
El 10 de junio de 1937,
el Avance de Gijón componía en oda
una de sus noticias, una triste deriva
de la Guerra Civil española «de una exactitud rigurosa, comprobada y
confirmada por varios conductores» que terminó con el muelle de Berbés
desaguando la ira del hombre en forma de herida ideológica.
Socialistas,
comunistas y galleguistas
Antes de las tres de la
madrugada del 23 de abril, un bou soltaba lastre y se preparaba para partir a
Francia por la izquierda, que era donde reposaban las convicciones de su
tripulación, socialista, comunista y galleguista. Pero no hubo tiempo de
cambiar de puerto. Un coche y una camioneta se llegaron hasta el barco por la
derecha. Eran franquistas y venían
armados. A esas alturas de la guerra, con los ojos impertérritos por
saciedad de sangre, ninguno de los tripulantes del bou iba a dar su brazo a
torcer, así es que cuando desde el barco se vio derrapar a los nacionales, algunos
de sus miembros intentaron salvar la vida de nuevo:
«Tripulantes del bou saltaron a tierra. Cuatro de ellos se negaron y rodaron por la cubierta acribillados a tiros.»
Otra vez, la muerte. El
Avance cuenta que el resto de la
tripulación se refugió en la bodega del barco, cuya puerta no pudo ser derribada
por los facciosos. Los minutos temblaban. A las órdenes roncas de los guardias
franquistas se devolvieron vítores a
favor de la República y de España. Pero, al igual que los gallegos del mar,
a esas alturas de la guerra el bando nacional tampoco iba a dar su brazo a
torcer.
Después de intentar con
agua tibia que el bou se vaciase de huesos, el coche abandonó el puerto para
regresar a la media hora seguido de «un tanque-aljibe lleno de agua hirviendo»,
y por los respirados se inundó la bodega en la que se resguardaba la
tripulación del bou Eva, que así se llamaba el barco. Al igual que la sirena de Vigo, en el muelle de Berbés el terror tuvo
melodía. Entre los dolores que escapaban de la embarcación exudó el ruido
que hacen las balas. Lo hizo diez veces. Y llegó el silencio:
«Flotando sobre el agua humeante había nueve hombres y una mujer joven de belleza espléndida. Un grito de júbilo se escapó de las gargantas fascistas: ‘¡Ahora sí que no se escapan!’, bramó el jefe.»
Nueve,
no diez
No solo en España la
guerra desata la fiera de la sinrazón. Pensando en el tormento que les
esperaría al caer en manos del enemigo, la tripulación del bou Eva decidió
poner fin a su manera. Al desaguar la bodega, junto a los cadáveres se encontró
una pistola y un par de cargadores a los que le faltaban algunas balas. También
las sienes de los muertos agujereadas por el mismo sitio, el izquierdo, excepto
el último, Ángel Nogueira, que
presentaba una herida en la sien derecha. Fue este quien se encargó de
poner el punto a la vida de sus camaradas, para hacerlo después con la suya. Y que amanezca si va a amanecer.
En abril de 1937 solo
se pudo dar el nombre de cuatro de ellos: Ángel Nogueira, empleado en la casa
de Gándara y Haz, Carmen Miguel Agra, Manuel Rodríguez Castelao y José Lozada
Castelao, sobrinos ambos del famoso dibujante, y maestros. Con el paso del
tiempo, y si bien el suceso no copó las páginas de la Historia como hubiese
gustado a sus generaciones futuras—tampoco en la Transición—, sí se puso nombre
a todos: Manuel Martínez Moroño, José Rodríguez Lorenzo, Fernando Rodríguez
Lorenzo, Luis Álvarez González, Camilo Campos Méndez. Nueve en total y no diez como se pensó en un principio.
Aunque lo sucedido en
las entrañas del bou Eva nunca saldrá a la luz, se sabe también que «foron
delatados, probablemente, por un tripulante», como se dice desde la asociación
que lleva hoy el nombre del barco. Al
final, el bou Eva testificó en la historia. Y lo hizo lamentándose por
haber dado cobijo a un espía, «suplicio de los que aún vagan huidos tratando de
burlar a la muerte», sentenciaba el Avance.
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Imagen| Histgeopa
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