El
mundo se acaba el 12 de agosto, decían. La noticia que saltó a la palestra ese
mes de 1872 no pudo dejar a nadie indiferente
El cometa que iba a poner fin a la vida de 1872 atravesaría sin lástima la órbita de la Tierra |
La vida echaba el
cierre y, al parecer, no había nada que hacer.
Por aquellos días, con el fin escrupulosa e irremediablemente puntual, las cabezas
de casi todos los ciudadanos se estrellaban como moscas contra el cristal de la
ciencia.
Porque volando venía la
amenaza que cerraría para siempre el libro de familia del Mundo. Lo haría desde
arriba «con prodigiosa rapidez, avanzando
en línea recta contra el globo mismo que habitamos y que necesariamente
alcanzará». Malos tiempos corrían entonces para las ilusiones y las
promesas de futuro.
No, señores, los cometas son gaseosos
La calamidad se publicó
por primera vez en Suiza. Emilio Huelín, escéptico ya desde el comienzo, señala
en su Cronicón científico popular que, por interés, poca importancia
tenía que el periódico suizo no diese el nombre del astrónomo que había
predicho tal desventura. Un asteroide y el fin del mundo no necesitan demasiada
publicidad, ni en el siglo XIX ni ahora. Muy al contrario, se sostienen únicamente
por dos pilares, el morbo y el miedo al mismo.
Y se queda en su
terreno. Porque Huelín aprovecha, a lo Salomón, para dar un derechazo a
aquellos colegas de profesión «llenos de inquietud y miedo» cuyas ideas habían
echado el ancla en el añejo científico. No,
señores, los cometas son gaseosos. Tras saberse garante de acarrear con la
última palabra, el ingeniero que puso la ciencia a los pies del burgo se luce
con una impresionante recopilación de los dimes y diretes —con todos los
respetos— que se habían venido haciendo sobre las lluvias de estrellas desde
1799. Nombres como Delauna, Herschel o Humboldt, el de las isobaras, copan
varios pies de página del Cronicón.
Emilio Huelín se luce y la historiografía queda bien saciada.
Una esperanza a la catástrofe
Pero existir, existía. El
cometa que iba a poner fin a la vida de 1872 atravesaría sin lástima la órbita
de la Tierra. Las gentes del momento se llevaron las manos a la cabeza y medio mundo quedó aterrorizado. Por
eso, para calmar los ánimos la ciencia conservadora exigió informes que
aclarasen el asunto.
Mientras, Huelín untaba
de calma el planeta asegurando que nadie iba a perder la vida por ese motivo.
Los cometas, compañeros, no van y vienen en un minuto; tranquilos todos. De
chocar, el asteroide lo habría hecho entonces a los ciento veintiún años y medio, que es lo que tardaba en recorrer su
órbita. El último de aquellos años de camino interestelar fue 1983, y aquí
seguimos, con los pies en la tierra planeando el mañana.
A esta esperanza lógica
de Huelín se unió la certidumbre de la posibilidad. El diario suizo dejaba una
rendija para poder escabullirse del debacle, un trío celestial que salvaría al hombre: se podría dar el caso de
que el meteoro, el más grande jamás visto, se desviase de su órbita por la
atracción inevitable de otro planeta vecino.
Otros diarios de la
época recogieron el estudio de Huelín, punto por punto. Es el caso de La Época, La Igualdad o La Iberia,
por ejemplo. Precisamente fue este hecho lo que hizo que el ingeniero reeditase su primer tomo del Cronicón en 1877.
Emilio Huelín Newman contaba
así aquella predicción que aceleró los
corazones de millones de personas. Quién sabe si alguna se echó la manta a
la cabeza y cambió de rumbo para mejor.
Bibliografía
HUELIN, E., Cronicón científico popular. Madrid,
Administración de la Guirnalda y Episodios Nacionales, 1877.
Autora| Virginia Mota San Máximo
Vía| Ver bibliografía
Imagen| Pinterest
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