La
reactivación de la explotación de las minas de Almadén se produjo en 1554, al
introducirse en América la amalgama del azogue con la plata
Celdas de la Real Cárcel de las Minas de Almadén |
La
reactivación de la explotación de las minas de Almadén se produjo en 1554 al introducirse en América la
amalgama del azogue con la plata. Al no poder abastecerse suficientemente de
mano de obra procedente de la población de Almadén, los Fugger obtuvieron en 1566, licencia para disponer de forzados
condenados por iguales causas y tiempo al remo. Si bien, las condiciones de
trabajo distaron mucho de las que había en galeras. Basta señalar cómo el mismo
Consejo Real tuvo reparos en 1570 para enviar galeotes a Almadén, al tener en
cuenta el “riesgo de la salud y de la
vida con que sirven los reos condenados a la mina de Almadén es de género que
no a todos los que tienen sentencia de galeras parecerá alivio que se les mande
cumplirla sirviendo en aquella mina y fábrica de azogue”, por cuya razón se
determinó que no cabía en “términos de
justicia, alterar a los reos la pena que tienen ejecutoria”, por cuanto
habían “adquirido derecho” y no se
podía consentir se agravara o se conmutara por la minas, considerada como una
pena mayor a la de galeras.
Las
minas de Almadén, hasta su desaparición como pena en 1799 mantuvieron una
presencia constante de gitanos
condenados a ellas. Ya en 1567, una cadena de cinco galeotes procedentes de la
cárcel de Toledo fue entregada en Almadén. En ella vino Diego Gaiferos, uno de los
primeros gitanos de los que conocemos su nombre. Años más tarde, en 1593, Mateo
Alemán, en su visita a este complejo minero, encontró en la mina a solo 14
galeotes, de los cuales tres eran gitanos, siendo Francisco Hernández el que se
hallaba en las peores condiciones, ya que no se le pudo siquiera interrogar por
parecer“estar tonto y fuera de juicio […]
que no respondía a propósito”. Unos síntomas que eran fiel reflejo de
durísimas condiciones de vida y trabajo, así como por el riesgo de quedar
azogados. Y, aunque en las fechas en que Mateo Alemán visitó la mina parecía
haberse relajado bastante el trabajo, Luis
de Malla pudo describir la crueldad y ensañamiento que capataces como Luis
Sánchez ejercían hacia los esclavos y forzados de las minas, exigiéndoles constantes
sobreesfuerzos, especialmente en los tornos de agua, al obligarles a “sacar entre cuatro forzados, 300 zacas de
agua sin cesar”, azotando a aquellos que no lo pudieran ejecutar “a la ley de la bayona con un manojo de
mimbres, hasta que se quebraban los mimbres y les saltaba la sangre”.
Lafaena
más perniciosa fue no obstante, aquella que permitía la inhalación de los
vapores del azogue, haciendo
enfermar mortíferamente a los forzados alterando su sistema nervioso y
produciendo temblores en todo el cuerpo con pérdida de la razón, tal como Mateo
Alemán pudo constatar en el malagueño Francisco Téllez, del que apenas se pudo
extraer información por hallarse “falto
de juicio y temblando todo el cuerpo, pies y manos y cabeza”.
La llegada de gitanos a
las minas estuvo en consonancia con las diferentes etapas represoras que sufrió
este colectivo. En el periodo
comprendido entre 1646 y 1699, por ejemplo, cuatro decenas de gitanos recalaron en ellas, especialmente durante el
último cuarto del siglo XVII, debido a la persecución que sufrieron por
parte de la Santa Hermandad, en su mayor parte acusados de robos de
caballerías, como Juan Maldonado, quien junto a otros tres de su misma etnia
fue preso por la Hermandad de Toledo en 1682, acusado “de diferentes hurtos y
cuatrerías que tiene cometidos en los campos yermos”, un delito que le supuso
una condena de tres años.
Con
motivo de una redada efectuada en Puerto de Santa María en 1745, 37 de los 55
gitanos varones apresados fueron enviados a Almadén, y el resto, repartidos entre los presidios
norteafricanos. Este hecho supuso la
mayor concentración de forzados gitanos de su historia y origen de la
conocida composición flamenca que dice: “los gitanicos del Puerto fueron los
más desgraciaos, que a las minas de azogue se los llevan sentenciaos”.
Cumplidos los cuatro años de condena impuestos, quedaron retenidos tras la gran
redada de 1749, los que no cejaron en sus solicitudes de libertad. En julio de
1763, el superintendente de las minas, atendiendo a “sus “repetidas instancias
[…] sobre gozar de la libertad declarada por resolución
de 16 de junio de ese año”, envió la relación de los gitanos que se hallaban en
ellas. Finalmente, el doce de marzo de
1764, el rey accedió a que “obtengan su libertad los comprendidos en aquella
concesión”, para lo que se dispusieron órdenes a las justicias que quedaran
afectadas para “la fija subsistencia de esta gente en su vecindario y oficio
que cada individuo tuvo anteriormente”.
Bibliografía
MARTÍNEZ
MARTÍNEZ, M., La minoría gitana de la provincia de Almería
durante la crisis del Antiguo Régimen (1750-1811). Almería, 1998.
Autor| Manuel
Martínez Martínez
Vía|
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