Jenofonte, discípulo de Sócrates, conduce e inspira a sus
Diez Mil compatriotas de vuelta a su patria a través de territorio enemigo
Guerreros
griegos masacrando persas en la Batalla de Cunaxa
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Jenofonte
desde tiempos antiguos en un reconocido historiador, pero, si bien fue
discípulo de Sócrates, no se lo tiene tan en cuenta como filósofo. Si bien en
sus obras no se explaya en especulaciones filosóficas, sí es destacable como la
Filosofía misma lo ha acompañado en
todo su recorrido.
Su
encuentro con Sócrates lo relata Diógenes
Laercio II, quien cuenta que cierto día que iba caminando por una
callejuela de Atenas Sócrates atravesó su bastón frente a él frenándolo, y le
pregunta si sabía dónde se compraban comestibles, a lo que Jenofonte le
contesta indicándoselo; en seguida le pregunta si sabía dónde se hacen los
hombres buenos y virtuosos, a lo que Jenofonte contestó que no, entonces el Sabio lo invitó a seguirlo y aprender.
Como años
más tarde escribiera el mismo Jenofonte, hizo realidad en sí la práctica de la Prudencia y la Virtud: “Yo mismo soy un testimonio para ellos, pues veo que lo
mismo que los poemas en verso se olvidan si no se practican, así, también los
discursos instructivos pasan al olvido si no se ejercitan. Cuando se olvidan
discursos didácticos, pasa al olvido también la experiencia que siente el alma cuando desea la prudencia, y si se
olvida aquélla, no es de extrañar que se olvide también la misma prudencia.”
Cuando
es invitado por Próxeno de Beocia a acercarse a Ciro el Joven, le muestra la
carta a Sócrates y le pide consejo
acerca de qué decisión tomar y este lo envía a que consulte con el
oráculo de Delfos. Si bien fue a Delfos no preguntó si le convenía ir a ver a
Ciro, sino cómo debía de hacerlo. Sócrates le reprendió el ardid, pero estuvo
de acuerdo en que hiciera el viaje.
Parte
en el 401 a.C., y ya no volverá más a ver a Sócrates, quien es condenado a
muerte por odios y revanchas políticas en el 399 a.C.
Al
llegar a la corte de Ciro el Joven, quien secretamente estaba organizando una
expedición militar contra su hermano el rey Artajerjes II, inmediatamente entra
en su círculo de mayor confianza, aprestándose a acompañarlo en su viaje y hacer
un registro de lo que esperaba ser un gran triunfo.
Anábasis es un término griego que significa “subida, expedición
hacia el interior”, y eso es probablemente lo que Jenofonte se había dispuesto
a registrar al salir de Sardes, pero los acontecimientos hicieron que el relato
fuese más bien una Catábasis, un viaje desde el interior hacia la costa.
La
Anábasis es el relato de primera
mano de un Jenofonte guerrero y filósofo, relato que años más tarde va a
consultar Alejandro de Macedonia
para realizar su propia epopeya militar.
Al
principio relata las argucias que trama Ciro el Joven para ir juntando su
ejército sin que su hermano sospeche la traición que estaba por venir, y el
viaje que emprenden desde la costa hacia las tierras altas del interior.
A medida que avanzan se le suman más contingentes
de mercenarios griegos y ejércitos locales a sus huestes, llegando los griegos
a ser más de diez mil.
Luego
de un montón de vicisitudes, donde los griegos ya hace un rato que quieren
volverse atrás, por fin llegan a Mesopotamia y se encuentran con Artajerjes,
que ya los estaba esperando. Ambos bandos se enfrentan en Cunaxa, cerca de Babilonia.
Recorrido
de los Diez Mil a través del Imperio Persa
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El
ejército de Artajerjes supera ampliamente al ejército de Ciro, pero los 10.000
hoplitas contratados por este marcan la diferencia. Cuando el Gran Rey lanzó su
ataque definitivo contra ellos, entonaron el peán, el cántico de guerra en
honor a Apolo, y respondieron con fiereza. Los persas huyeron y los griegos
quedaron dueños del campo.
La
estrategia de Ciro era ir directamente sobre Artajerjes II para matarlo y así
quedar solo él para reclamar el trono, aunque es Ciro el que pierde la vida en el
intento.
Tras
la muerte de Ciro su ejército persa huye, pero los griegos siguieron masacrando.
Invencibles
pero en territorio enemigo y ya sin razón para pelear, sin víveres y expuestos
a la ira del Rey, los griegos deciden emprender la vuelta. Entablan
negociaciones con los persas y son traicionados cuando cinco generales y varios
capitanes son degollados en un banquete al que son invitados.
Ahora
la situación de los griegos es peor aún, ya que estaban descabezados y
desorganizados, sumidos en el desánimo y la tristeza, hasta que Jenofonte
decide tomar la palabra. Reunidos todos los soldados en asamblea escucharon atentamente
a Jenofonte: No podían entregar las armas al Gran Rey, como este les exigía,
pues eran ellos quienes habían vencido en la batalla; de hecho Artajerjes no
les atacaba porque sabía que eran militarmente superiores. Por tanto, sólo les
quedaba la opción de buscar por cualquier medio el camino de vuelta a casa.
También les recordó el crimen cometido por los persas contra la hospitalidad y
los juramentos al asesinar a sus generales; por ello, los dioses estarían con
ellos y defenderían su causa. Tras exponer su estrategia, Jenofonte preguntó si
alguien tenía otra mejor y, como todos callaron, continuó: "El que esté
conforme levante la mano", y todos lo hicieron.
Entre
todos eligieron a sus generales, entre ellos Jenofonte, y emprendieron juntos
el camino de vuelta, que fue terrible. Acosados todo el tiempo por la
caballería persa o por tribus locales, debieron subir las estribaciones de Armenia
por no poder cruzar el Tigris. Sin comida, con frío, sedientos y agotados, tras
un viaje de más de 1.500 kilómetros por fin llegan al mar. Aún no termina el
viaje ni las peripecias, aunque ahora siguen viajando unos por tierra y otros
por mar.
Al
final son embarcados a Bizancio, y, como no han logrado conseguir botín para
llevar a sus casas, se disponen a saquear la ciudad, donde sus habitantes ya se dan por
perdidos. Sin embargo son salvados, no por el poder de las armas, sino que a
causa de la Prudencia y Virtud de Jenofonte, quien los frena a
través de las palabras y de la razón. Al final, el grueso del contingente de
hoplitas desocupado es contratado por un rey Tracio, y, tras otra serie de
conflictos y luchas, Jenofonte logra por fin liberarse de la responsabilidad de
comandar a los suyos.
Batalla
entre los Persas y los Diez Mil
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En
lo que sería el testimonio de un desanimado defensor de las murallas:
“Aunque la custodia de los muros era inútil, siendo ya los enemigos dueños de la Ciudad; con todo eso por lo ventajoso del puesto creíamos fácil nuestra defensa, o por lo menos que tardaríamos más en perecer.
En esto, estando aún alborotados los Griegos, veíamos un hombre de cabellos largos, y de semblante hermoso y apacible, que atravesando por medio del ejército reprimía el furor de los soldados: ese era Jenofonte.
Hacían frente los soldados, gritando que siendo él uno cediese a la muchedumbre, y les permitiese ya descansar de tan calamitosa y terrible borrasca. Volved pie atrás, les dice Jenofonte, y consultad sobre ello; pues no es de temer que se nos vaya de las manos esta empresa mientras tomamos alguna resolución.
Avergonzáronse al parecer los soldados de no obedecerle en esto, y Jenofonte poniéndose en medio de ellos les hizo una arenga admirable, como lo acreditó bien el suceso; aunque nosotros no lo pudimos oír claramente.
Veíamos sí que los que poco antes estaban resueltos a saquear la Ciudad compraban los víveres en la plaza tan comedidos y modestos como cualquiera de los bizantinos; y en ninguna parte se oía ya a aquel Marte inicuo y robador. Este espectáculo era buen testimonio de la grande alma de Jenofonte, y de su gran prudencia, sabiduría, y triunfante elocuencia.”
Jenofonte,
aparte de ser un cronista de guerra a escrito otras numerosas obras.
A
poco de volver de Asia compuso su Apología de Sócrates, donde, al ver que otros
escritores han tergiversado lo que sería el espíritu de Sócrates, intenta
contar lo sucedido, lo que le han contado, desde su punto de vista.
Jenofonte,
a la vez que relata los hechos con los que es contemporáneo, con palabras
dulces y amenas, deja todo el tiempo observaciones acerca de lo que sería la
influencia de la divinidad en la
elección de los pasos a seguir. El devenir de su historia muestra, que sus
elecciones, no estuvieron en nada desacertadas.
Autora| Gabriela Pages
Imagen| Wikipedia
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