Quince
días tuvo Vatel para preparar el banquete mortal, incluyendo el quebradero de
asignar dormitorios en Chantilly para los desvaríos sexuales de la corte de
Luis XIV
Luis XIV, el francés
que quiso desposeer al sol de su indiscutible reinado, es uno de los soberanos
más conocidos de la historia. El prototipo del absolutismo europeo, además de
haber cedido el nombre a la Louisiane y de haber levantado el imponente
Versalles, fue un hombre dado a los
placeres mundanos que llevaba el fasto en las venas por necesidad histórica
y genética.
La Fiesta de los Tres Días
Y como el mejor
escenario para que un poderoso despliegue su pompa sanguínea es su madriguera, otro
enorme mandamás, Luis II de Borbón-Condé, se aplicó el cuento. El único
inconveniente era que maravillar a Luis XIV requería un esfuerzo magnánimo, ya
que superar la garra que se reflejaba desde la belleza cósmica de Versalles no
era cosa fácil. Por eso Luis II decidió mostrar su poderío con un cortejo
festero de tres días de duración que llevaría a François Vatel a la cabeza, un maestro de ceremonias pulcramente
perfeccionista que se encargaría de que los destellos de la corte llegasen
hasta la última penumbra de Europa y más allá.
Quince días tuvo Vatel
para preparar todo el sainete, incluyendo el quebradero de asignar dormitorios
en Chantilly atendiendo a los amoríos encubiertos
que existían entre unos y otros invitados, cosa que requería de muchísima
diligencia.
El cocinero debía preparar
un menú diferente para cada uno de los cinco refrigerios que tendrían lugar el
tercer día de la fiesta. Vatel no era un aprendiz, ni mucho menos, así es que
decidió presentar al rey una fabulosa
exposición de pescado que esperaría a ser devorado sobre un «mar de hielo».
Y como acostumbra la perfección, el cocinero de Luis II, por si las moscas,
había encargado género en varios puertos, no fuese a ser, por ejemplo, que una
tormenta arruinase el festín.
Sin honor no hay nada
Pero la Fiesta de los
Tres Días avanzaba y Vatel no veía el pescado en parte ninguna. Aunque los
imprevistos que se habían asomado por el castillo de Chantilly los dos primeros
días del festín fueron salvados con el éxito de un entendido —léase, incluso,
la muerte de un desdichado por los
fuegos de artificio—, no tener pescado para una cena de pescado era ya otro
cantar.
Se sabe que un
perfeccionista no acepta la humillación que supone el vencimiento de sus
expectativas. Vatel, que lo era, viendo ante sí solo unas pocas cajas de
pescado y con la lógica nublada por la
desesperación de fracasar ante los dos Luises, salió de las cocinas con el
rostro encapotado por la vergüenza. Él mismo dijo a uno de los familiares del
príncipe que su honor estaba perdido y que nunca podría superar tal menosprecio:
«Je suis perdu d´honneur, dit-il à un des familiers du prince, voici un affront que je supporterai pas»
Humillado, el cocinero
que para muchos sentó las bases de la cocina moderna, el pulcro genio de los
fogones, subió a sus aposentos, se quitó la corbata —«dégrafe sa cravate»— y se dio muerte atravesándose con una espada.
Mientras tanto, a ras del suelo, Chantilly recibía todo el pescado que Vatel había
encargado para la gran faena de su vida.
Así es que la sobremesa
terminó con uno menos. Sin embargo, sí se colocaron en su sitio las intrigas secundarias que habían llevado a
ambos Luises a festejar en paz y armonía: el XIV necesitaba el apoyo de
Borbón-Condé para enfrentar la más que probable guerra con Holanda, y al
segundo le venía pero que muy bien un empuje económico por parte del Rey Sol.
Bibliografía
GRANADOS,
Alberto. La historia más curiosa. Los
grandes momentos y los personajes que debes conocer. Aguilar, 2010.
CASALI,
Dimitri. Les morts à la con de l´histoire.
Express Roularta, 2013.
Autora| Virginia MotaSan Máximo
Vía| El
Mundo, Ver bibliografía
Imagen| Atelier
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