La
de Fiyi era un ‘arrugado y repugnante espécimen’ momificado que causó repulsión
en muchos visitantes que acudieron al museo de Barnum
A pesar de sus engaños, Barnum estaba dotado de una visión empresarial digna de mención |
Barnum fue uno de esos
populares animadores televisivos que arrastran multitudes por doquier. Se
podría definir como el primer showman
que llenó sus bolsillos a costa de modelar el universo de las variedades a su
antojo con tácticas no demasiado
honrosas. Engaños, fraudes y verdades a medias que chocan con el carácter
filántropo que algunos autores han querido ver en él.
Entre olas, P.T. Barnum
levantó en Estados Unidos el primer acuario de su historia. Lo hizo dentro de
un museo que llevaba su nombre y que en la época, mediados del XIX, se
convirtió en uno de los edificios más visitados del país. Barnum meneó las
paredes de su museo con el morbo de los cebos engañosos, temas palpables cuyo
exotismo y desconocimiento provocaban el
efecto contagioso del millonario, es decir, cientos de personas que
arrastraban consigo cientos de dólares.
A pesar de sus tretas,
Barnum estaba dotado de una visión empresarial digna de mención. Siendo casi un
jubilado y a sabiendas de que las infraestructuras de 1860 pasaban por la vida
con más pena que gloria, el showman se compró un circo y un tren.
Fue esa vista de negocio la que le animó a atar con un buen nudo ambos
conceptos para llevar el espectáculo, «The greatest show on Earth», allá donde
hubiese línea férrea.
Uno de los engañosos panfletos de Barnum, de 1843 |
El mayor de sus engaños
En 1842, Phineas Taylor
Barnum sembró el país con más de 10.000 panfletos que anunciaban la maravilla sin
parangón que poseía, una sirena
capturada en el Pacífico cuya hermosura dejaría la de cualquiera a la altura del perejil.
Haciendo honores a su
reputación, el empresario envió varias cartas a los diarios de la época en las
que aseguraba que «el famoso naturalista inglés doctor Griffin del
—inexistente— Liceo de Historia Natural de Londres» traía consigo la Sirena.
Después de algunos tiras y aflojas magistralmente elaborados, la de Fiyi fue expuesta al público en Broadway. De
ahí, a su museo. Y se puso entonces en marcha el efecto contagioso del millonario
mencionado con anterioridad.
Por cierto que ese
doctor Griffin fue una identidad falsa
de su abogado, astuto como él, que divagó y divagó entre sus supuestos
viajes a tierras homéricas y sus cinematográficos conocimientos evolutivos.
¿Y cómo lucía?
Horrible. La Sirena de Fiyi era medio mono cosido a la cola de un salmón. Boca
abierta, mano izquierda junto al mentón y mano derecha apoyada en el carrillo.
Un «arrugado y repugnante espécimen»
momificado que causó repulsión en muchos visitantes que esperaban encontrarse
con las hermosas criaturas que Barnum había dibujado en su propaganda.
Ilustración del anterior propietario de la Sirena de Fiyi, antes de ser alquilada por Barnum |
Y el bicho desapareció
Como era de esperar,
muchas fueron las versiones para explicar que no se volviese a mencionar ni una sola palabra de la sirena desde 1854.
Desintegración para unos, víctima del incendio del Museo Americano de Barnum
para otros. Entre los últimos, pero con matices, Jan Bondenson.
El estudioso parece
aceptar que fueron las llamas las que consumieron a la sirena, si bien el fuego
responsable se prendió en otro edificio y en otro tiempo. Hubiese sido en 1880
por el incendio del Boston Museum: «Aunque se dice que la sirena fue salvada de
las llamas, esto pudo haber sido un engaño para facilitar la sustitución por
otro espécimen». Y menciona aquí, entre otras, la subasta realizada en 1994 en
la que un ciudadano compró un par de
estos prototipos poco afortunados de sirena para «asquear a sus amigos y
ofender a su esposa». Ahí es nada.
Bibliografía
BONDESON,
J., La Sirena de Fiji y Otros Ensayos
Sobre Historia Natural y No Natural. México, Siglo XXI, 2000.
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Vía| Hoaxes, Ver
bibliografía
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