Las
lágrimas de Johann «Rukeli» Trollman fueron la escusa que encontró el
nacionalsocialismo para repetir el combate, pero esta vez con alguna que otra
condición
Rukeli, alemán y gitano, fue campeón de boxeo en la Alemania de1933 |
Afortunadamente, la antediluviana diatriba de juicios no se materializa ya en el llagar de las acciones desviadas de la raza. Pero en otro tiempo no fue así. El Holocausto nazi terminó con la vida de casi medio millón de gitanos por no ser dignos merecedores de andar sobre la Tierra.
Por mecánica, el
proceso de exterminio del pueblo romaní
siguió un patrón muy parecido al de otras etnias: veto social, veto evolutivo,
veto civil, genocidio. De hecho, al igual que la Kristallnacht judía, por
ejemplo, los gitanos tuvieron su propio pogromo, La semana de la limpieza gitana
en junio de 1936. Incluso su propia noche, la Zigeunernacht o Noche de los
Gitanos, cuando en la oscuridad de Auschwitz fueron asesinadas casi 3.000
personas romaníes.
Y de la misma forma que
ha ocurrido con otros pueblos, además de por ser condición innata del ser
humano, hubo entre los gitanos quien se resistió y levantó los brazos en pro de libertad. Ilustrando, Johann «Rukeli» Trollman
aplastó la injusticia pagando el mayor precio de todos, la muerte o la vida,
como uno prefiera. Esta es la rutina de la genética, el inconformismo, la
conciencia de no resignarse, la empatía con la miseria y con la victoria a
partes iguales.
El
boxeador fiel a sí mismo
Rukeli, alemán y
gitano, fue campeón del país en 1933. Con la contra de los jueces pero con el
público en el bolsillo, seis asaltos le
valieron a Johann para tumbar al titánico Adolf Witt, alemán de pura cepa. Y
el ganador lloró de felicidad.
El boxeador romaní
poseía la distinción que el talento confiere a los más afortunados. Nada tenía
que ver su estilo con el de los demás, algo que no hubiese sido un problema
para él de haber nacido en otra época. Pero estamos en la Alemania
nacionalsocialista, la de la superioridad
de la raza aria o, mejor dicho, la de la inferioridad de todos aquellos que
son diferentes.
El título de campeón le
duró solo seis días. Aquellas lágrimas de dicha fueron la escusa que encontró el
nacionalsocialismo para repetir el combate, esta vez, contra Gustav Eder y con
alguna que otra condición: Rukeli no podría moverse del centro de ring. Y así
lo hizo. Pintado su cuerpo de blanco en un alarde de histrionismo ajeno y
valentía propia, el boxeador gitano permaneció quieto soportando los embates de
su oponente hasta que cayó al suelo desarmado después de cinco asaltos. Johann «Rukeli» Trollman no dio ni un solo
golpe.
El tiempo pasó despacio
hasta que Hitler ordenó la deportación de todos los gitanos. Rukeli aterrizó en
el campo Neuengamme en 1942. Allí
peleaba a cambio de comida.
A estas alturas del
artículo no es muy difícil imaginar qué ocurrió con la vida del boxeador. Esa
rutina de la genética mencionada líneas arriba dio la libertad a Johann
Trollman. Murió en un ring linchado con
la venganza de un palo por demostrar que la superioridad nada tenía que ver
con la raza. Había vencido a uno de los kapos del campo.
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Vía| Irreductible,
Cambio
Político
Imagen| Fight
Land
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