La percepción tiene un importante papel en la memoria, manteniéndose como un recuerdo vivo, dinámico, que puede ser pasado pero estar presente
Fronteras en la piel: lo sensorial y el cuerpo |
Siguiendo
con el artículo anterior, por otra parte, la
percepción tiene un
importante papel en
la memoria, manteniéndose como un
recuerdo vivo, dinámico,
que puede ser
pasado pero estar
presente en nuestras
calles, casas, barrios, latiendo
a través de
sonidos, olores, tactos…
La expresión de
la historia no
sólo a través del
arte, de los
libros y los
testimonios, sino también
a una percepción del espacio y el
tiempo que “susurra” leyendas del
pasado, vivencias, ecos
de otros momentos
fuera del presente
que conforman la identidad
cultural propia, así como una identidad personal que se encuadra en sus
límites y que responde a una serie de experiencias (vividas o no vividas, pues
la importancia de la imaginación en el asunto de la experiencialidad y las
vivencias no suele tenerse en cuenta, ya que también habitamos mundos imaginados, sino podemos considerar
directamente que todos los mundos sean de
por sí imaginados).
Hablar
de ventanas significa reivindicar esta idea del cuerpo contenedor de una mente
a través de la que nos relacionamos con el mundo. Según Merleau-Ponty (autor de
la corriente de a fenomenología), el estudio profundo del cuerpo puede
ayudarnos a desentrañar muchas preguntas acerca de la propia naturaleza humana
sin salir de ella. El cuerpo asiste a la
percepción desde sus entrañas, es parte constante de la misma pues ambos se
reúnen en un acto de percepción carnal a través de la cual somos constituidos
como una continuidad con el mundo. Sin embargo hemos de ser cuidadosos de no
concebir este mundo, como ya he señalado, como un entorno que “está ahí” desde
una perspectiva naturalista. Referir al cuerpo como una continuación del mundo, concretamente en palabras de este mismo
autor “ser cuerpo es ser-del-mundo”, supone replantearnos un debate ampliamente
visitado en la filosofía sobre el carácter de ser humano.
Desde
la filosofía cartesiana se lanza la separación
dicotómica del alma/mente y el cuerpo
como entidades separadas con una esencia separada.
Este polo divide la concepción interna del ser humano, y lo coloca en la
encrucijada de una incorporeidad espiritual y un cuerpo sin espíritu. De hecho
más adelante, en el siglo XIX el cuerpo en sí pasa a concebirse puramente como
una máquina que funciona como si de
engranajes se tratara, esto es debido a todo el conjunto de saberes
médico-científicos que descomponen el cuerpo humano en huesos, órganos,… en
piel como ese elemento frágil y efímero que nos separa de nuestro entorno, que
nos contiene y nos caracteriza al mismo tiempo. Hablar de “ventanas” al mundo nos
está reflejando ya la forma en la que nos
comprendemos como envueltos en el
mundo y con ello nos vemos como separados de él. Por un lado nosotros figurados
como un cuerpo en el espacio, y por
otro el mundo sensorial cargado de estímulos, otros cuerpos, animales, objetos,
luces,…
El
cuerpo en cambio puede plantearse como un “dotador
de sentido”, teniéndolo en cuenta como un todo en el cual el alma no
necesita ser vista de forma extracorpórea se plantea una relación simbiótica y
“eterna” con el medio sensorial, el cuerpo se plantea como un “filtro” de esta forma formamos tan parte del mundo
como éste es parte de nosotros. Es a partir de la percepción cómo dotamos al
mundo de sentido, es decir sentir implica también significar y ello comprende un
bagaje cultural concreto que media nuestra forma de mirar, oler, escuchar,
tocar… Cuando pensamos en nuestros sentidos los vemos como un enfoque hacia
fuera, volviendo a la idea de las “ventanas del mundo”, en cambio nuestros
sentidos no son una proyección sino una continuidad de nosotros mismos en el
tiempo y el espacio.
La
idea de la continuidad sensorial con el mundo supone una ruptura de la piel en
su calidad fronteriza, ésta deja de separarnos del mundo de forma que nos
adentramos en una concepción del cuerpo cambiante, en el sentido de que es a
partir de éste, entendido como la encarnación de nuestra cultura, desde donde
“construimos” el mundo a partir de nuestro pensamiento, nuestros sentidos y
nuestras acciones. De esta forma frente a una misma realidad podemos tener
distintas interpretaciones.
En el contexto
de una reflexión
de la percepción
humana en la
cual se ha
solido considerar al
cuerpo no como un objeto fisiológico sino como un filtro cultural, un
entorno de relación, encontramos el embodiment
de Thomas Csordas. Desde esta
perspectiva el cuerpo se convierte en el principal protagonista en los estudios
culturales pues se le concibe como una encarnación de la cultura. De hecho
incluso la percepción de los otros se vería transformada en tanto que dejarían de
ser objetivizados y
pasarían a ser “otros
yoes” concediéndoles la
condición de “ser
intersubjetivo” en tanto
que interviene en mi
percepción y yo
en la suya. El cuerpo humano es visto como una
expresión misma de una simbiosis entre mundo
y la persona misma, eliminando las barreras entre el cuerpo mismo y las
emociones, los pensamientos, la conciencia y la inconsciencia. De esta forma no
podemos hablar de ventanas pues
nuestros sentidos no son más que la expresión de esta unión entre nosotros y un entorno que es percibido al
mismo tiempo que se construye.
Con
estas ideas se trata de descomponer la idea del yo como un sujeto y un cuerpo, por lo tanto cuestionando las
barreras internas de nuestro ser aprehendidas en nuestra calidad de ser encarnado, de ser pensamientos y
emociones “hechos carne”, tal y como
planteara Michelle Rosaldo con su concepto de pensamientos encarnados o embodied thougths. En la construcción
simbiótica del mundo y del yo se pondría en relación no sólo nuestro bagaje
cultural sino también quiénes somos y cómo nos auto-percibimos. Podemos hablar
por tanto de un mundo encarnado, cada uno de nosotros es una continuidad de un
mundo compartido culturalmente intra e inter-grupalmente.
Replantearnos
por tanto las propias barreras que nos atraviesan y nos constituyen, las cuales
han creado muros que separan la propia concepción del ser humano en las
sociedades occidentales como un discurso hegemónico desde muchos puntos, pues
qué es eso del ser humano y qué es eso del mundo es un aspecto básico que
atraviesa todo discurso ya sea político, académico… Nos relegan un conocimiento
fraguado en siglos y que se ve replanteado ante el cuestionamiento de los
límites de nuestros “apartados”, por un lado las emociones por otro los
pensamientos por otro el cuerpo, todos estos distintos límites van cayendo uno
a uno cuando se busca comprender al sujeto como una totalidad, y finalmente el
telón de la separación de nuestro ser encarnado y el mundo en el que vivimos
termina cayendo ante perspectivas como las señaladas pues
somos-estamos-en-el-mundo, como dijera Merleau Ponty, somos un “yo” que crece
con los otros “yoes”, nos conformamos y conformamos la sociedad al mismo
tiempo, de la misma forma que somos construidos y construimos ese espacio que
entendemos mundo a partir de nuestra percepción.
Para
terminar querría dejar una paradoja conocida:
Si en
un bosque donde no hay ningún ser vivo en kilómetros a la redonda, cae un
árbol, y nadie lo oye. ¿Existe el
ruido de ese árbol más allá de la percepción de su caída?
Bibliografía
CSORDAS, Thomas. Embodiment and Experience: the
existencial ground of culture and self. Cambridge University, Cambridge, 1994.
DESCARTES,
René. Discurso del método; Meditaciones metafísicas. Epasa-Calpe,
Madrid, 1970.
LE
BRÉTON, David. El sabor del mundo: una antropología de los sentidos.
Nueva Visión, Buenos Aires, 2007.
MERLEAU-PONTY,
Maurice. Fenomenología de la percepción. Península,
Barcelona, 1994.
ROSALDO, Michelle. “Toward an anthropology of the self
and feelings” en Shweder, Richard; y LeVine, Robert (eds), Culture theory.
Essays on mind, self and emotion, Cap. 5, Cambridge University Press. Cambridge, 1984.
Autora|
María Bajo
Gutiérrez
Vía|
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Imagen|
María Bajo
Gutiérrez
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