Alucinaciones y falta de sangre que hacían
que a los enfermos se les cayesen ‘las carnes gangrenadas y negras como un
carbón’
El Bosco también pintó el Mal de los ardientes en Las tentaciones de San Antonio |
Ya decía Le Goff que entonces era la epidemia lo que se estilaba,
derivada esta, en casi todas sus modalidades, de una ingestión de alimentos que
eran de todo menos eso. En el caso del Fuego de San Antonio o Mal de los ardientes entres otras
acepciones, el alimento que no estaba apto para su consumo era ese que, según dicen,
no ha de faltar en ninguna mesa: el pan.
Mayormente entre los pobres, la Fiebre de San Antonio o Mal de los
ardientes sobrevenía al consumir pan en mal estado. No es que estuviese duro,
sino que el centeno con el que se había elaborado contenía una microtoxina
denominada cornezuelo o Claviceps
purpurea, un hongo con terribles consecuencias que extendió el mal por toda
Europa Occidental. Bien por no tener más
que comer o bien porque entre cosecha y cosecha algo había que llevarse a la
boca, los infectados por el ergotismo sufrían fuertes alucinaciones derivadas
de las altas fiebres. Eran enfermos
desmembrados, algo que no se dice por decir.
Las
alucinaciones del demonio
Antes que la vida, la fiebre de San Antonio se llevaba consigo las
extremidades de casi todo aquel que la sufría. Entre terribles dolores, la gangrena devoraba manos y pies hasta
que no quedaba otro remedio que cortar. Eso, cuando el miembro no caía por él
mismo sin gota ninguna de sangre. Escribe Villalba que «se les caían las carnes
gangrenadas y negras como un carbón».
Las alucinaciones provocaron que la época considerase el mal de los
ardientes como un fenómeno sobrenatural, salvando las distancias con la idea
que a todos se nos viene a la cabeza al escuchar esa palabra. No es de extrañar,
entonces, que el año mil estuviese repleto de oráculos y predicadores que
pronosticaban desastres y endemoniaban a
los miserables del fuego santo:
«Esta enfermedad no ha sido, sin embargo, descrita por los médicos según
su verdadero origen, no obstante la haya indicado
la Naturaleza según los resultados y la obra de la Medicina, ya que está
perfectamente reconocida su esencia natural».
Tampoco es de extrañar que fuese la conciencia divina la responsable de
su cura. Así, a los enfermos se les aseguraba que una peregrinación a Santiago
de Compostela traería de nuevo la salud a sus cuerpos. Más a mano, los
agustinos de San Antón aseguraban terminar con la Fiebre mediante un toque con sus báculos en los
malhadados. Aunque más que el báculo fuese la dieta que proporcionaban a los
expuestos al fuego sagrado la responsable de su mejoría.
Bibliografía
PARACELSO, Obras completas.
Sevilla, Renacimiento-CSIC, 1992.
CARMONA, Juan Ignacio. Enfermedad y sociedad en los tiempos modernos. Sevilla, Universidad
de Sevilla, 2005.
Autora| Virginia Mota San Máximo
Vía| Ver bibliografía
Imagen| Gomeres
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