El último día de marzo de 1578, a Escobedo
«le dieron de estocadas junto a Santa María, dejándole sin vida»
Juan de Escobedo, valido principal de Don Juan de Austria, el ilegítimo de Carlos V, llevaba ocho meses en la corte de Felipe II. Hasta allí había sido enviado para tratar los asuntos relativos a las «provisiones necesarias» en su corte, y de allí nunca volvió. El último día de marzo de 1578, a Escobedo «le dieron de estocadas junto a Santa María, dejándole sin vida».
En realidad, las estocadas fueron solo una, y muy profesional. Aquella noche, seis hombres siguieron a Escobedo cuando se dirigía a su hospedaje tras pasar un rato largo en casa de la Princesa de Éboli, que estaba viuda. En la oscuridad, uno le dio muerte y todos escaparon hacia Aragón a buscar su recompensa, a pesar de dejar por el camino «dos capas, un arcabuz, un puñal y un ferrarolo».
Los rumores crecieron a cientos, más porque era la cuarta vez que se había intentado asesinar a Escobedo. Tres tentativas anteriores que no llegaron a buen puerto, en las que se aderezó el guiso del secretario con veneno. Curioso es que en la tercera, y a pesar de que como en las anteriores la idea salió de Antonio Pérez, una esclava morisca fue la que cargó con la culpa. Las torturas a las que fue sometida hicieron que confesase que sí, que ella llevaba veneno, pero que no era para Escobedo, sino para su mujer, ya que solía arrear a la trabajadora todo lo que podía y más.
Con el beneplácito de Felipe II
Cuando el intento de asesinato pasó de frustrado a cierto, el rumor más aceptado, quizás por morboso, fue, como no podía ser de otra manera, el que encargaba su muerte a Antonio Pérez, pero siempre con el beneplácito de Felipe II, quien le había confiado la tarea unos meses atrás con toda la libertad del mundo para que Pérez decidiese cómo y cuándo la realizaría. Según la Historia de las alteraciones de Aragón en el reinado de Felipe II, el rey mismo reconoció en su momento «en el papel de su puño, que se leyó a Antonio Pérez pocos días antes de darle tormento».
La implicación y complicidad del Rey está más que demostrada en la recompensa que recibió la recua de asesinos: además de oro para todos, a tres les fue premiado su acto con «una cédula y carta firmada de Su Majestad, de 20 escudos de entretenimiento, con título de alférez en uno de los presidios españoles en Italia».
Así es que el 28 de julio de 1579 Felipe II mandó detener no solo a Pérez, sino también a la Princesa de Éboli. Por cierto que entonces ya «no era extraña la pasión que el Rey había concebido por la Princesa». La detención se lee en los Procesos de Castilla contra Antonio Pérez de Gregorio Marañón.
Como excusa de su mandato de asesinar a Escobedo, Pérez argumentó que ya no hacía sus labores como debía: «Andado en el tiempo se le echó de ver que no solamente no cumplía con el fin para que se le había embiado […] y que se metía en trazas más altas y de mayores inconvenientes». En concreto, algunas visitas a Roma para obtener beneficios. Todo a espaldas, claro está, de Su Majestad.
Pero parece ser que tales visitas fueron incendiadas de forma consciente por Antonio Pérez, prendiendo, ya de paso, la mecha de su acto de asesinato convenciendo al Rey de lo malvado de Escobedo para echarle del trono en beneficio de su hermano. ¿Por qué? Por miedo. Terror de Pérez a que se revelasen sus supuestas prácticas de recibir algún que otro soborno, así como sus amoríos con la Princesa de Éboli.
Bibliografía
Marqués de Pidal, Historia de las alteraciones de Aragón en el reinado de Felipe II. Madrid, 1863.
Autora| Virginia Mota San Máximo
Vía| Ver bibliografía
Imagen| National Geographic
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