Quinientos años de historia, de arte,
de cultura. Ese es el bagaje de la ciudad de Bagdad, a la que en 1257 Hulagu y
Guo Kan decidieron poner fin. Cenizas, escombros y sangre
Hulagu entrando en Bagdad |
Desde que
en el año 761 d. C. Al-Mansur decidió mandar a levantar Bagdad, a los más de cien mil trabajadores de los que disponía,
bajo la tutela de los arquitectos Marsallah y Naubakht, no se ha conocido
ninguna ciudad de unas características similares, con esa superflua planta, con
esos desbordantes canales, y esas murallas que rozaban las manos de Alá. Lector apasionado, estudió y
admiró a Euclides, de ahí, la forma de la ciudad de Bagdad, en su honor.
Ciudad
de planta circular, con muros sobresalientes (en la base estos podrían llegar a
medir unos 44 metros, y en cuanto a altura, podrían haber llegado a alcanzar
unos 30 metros), con cuatro puertas, denominadas como la puerta de Kufa,
Basora, Jurasan y Siria, según la orientación a dichas ciudades. Con el Palacio
de la puerta de oro, desaparecido, la Casa de la Sabiduría, donde se inició ese
largo proceso que se conoció como el Movimiento Traducción del califato abasí,
desaparecida, el cuartel y la mezquita, desaparecidos también. Algunas de las
construcciones que hoy en día sí podemos apreciar, aunque muy restauradas, la
Universidad de Al-Mustansiriya, edificada por el califa Al-Muntansir en 1227 y
la torre-minarete conocida como Suq al-Ghazel, levantada entre los años 901 y 907
d. C. por el califa Muktafi.
Hoy,
10 de febrero, se conmemora el 759 aniversario de la caída de la ciudad de
Bagdad en manos de los generales Hulagu y Guo Kan. Pese a ser una de las
ciudades más admiradas en la época, poseía también importantes defectos, como
nos lo hacían ver los califas en sus textos. Gran centro de control de las rutas comerciales y lugar agraciado con
la abundancia de agua y su sistema de canales,
pero apodada ‘la sauna’ por Harún Al-Rashid en el siglo IX, cuando se estima
que la población rondaría los 700.000 habitantes. Esto motivó el traslado del
palacio a Raqqa por parte del califa, que cuatro años después de su muerte, en
el 813 d. C., vio como sus hijos desataron una guerra civil que desencadenó una
de las primeras destrucciones de la ciudad.
Siglos
después, nada volvería a ser lo que había sido, y no gozaría del esplendor de
antaño. Ya en el siglo X vemos a Bagdad en una seria decadencia, al igual que
el califato abasí. De un califato
que ocupó Irak y parte de Irán sin ceder un ápice ante sus enemigos, se
encontraban ante el panorama desolador
de la pérdida constante de territorios, y las memorias de antaño de un califato
poderoso, ahora manejado, cual marioneta, a manos de los mamelucos y los
caudillos turcos. Así, en 1257, Hulagu junto con Guo Kan, emprendieron el
camino hacia la conquista de Bagdad que, con tiempo, consiguieron. Las crónicas
nos dicen que el califa no se dispuso a defender la ciudad, apenas varias
intentonas de este, inútiles frente a la eficacia del
ejército que les asediaba, que les cortaban los suministros de agua y bienes, y
les hacían prisioneros en su propia jaula. Alá no iba a ser esta vez quien
ayudase a su población. El 10 de febrero se produjo la rendición, que llegaba
tarde, pues no iba a ser aceptada, hasta que el día 13 de febrero, sangre y
piedras cubrieron la planta de la ciudad de Bagdad.
Autor|
Ángel Manuel Ríos Goñi
Imagen|
Wikipedia
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