No había posibilidad de
salir de allí. El barco que les llevaría de regreso a la URSS no iba a volver a
hasta el año siguiente, pero por encima de todo, Rogozov quería vivir
Rogozov «tenía que abrir su propio abdomen para sacar sus intestinos» |
Entonces Rusia era la URSS, un país enfrentado a los Estados Unidos, en
otro tiempo, aliado, en lo que se bautizó como Guerra Fría, el conflicto
silencioso, militarmente hablando, pero vocero en los terrenos político,
económico e ideológico. Las dos potencias, que pretendían crear un mundo a su
imagen y semejanza, estaban también
enfrentadas en la carrera polar. Tanto, que para la intervención, la
expedición necesitaba el beneplácito de Moscú, que ponía mucho cuidado en
evitar cualquier tipo de publicidad negativa, como la derivada de la muerte de
Rogozov.
Hasta la caída de la URSS en 1991, Rusia llevó a cabo 37 expediciones a la Antártida,
levantando bases por todo el desierto helado. Fue en la sexta en la que
participó Leonid Rogozov, un médico cirujano de 27 años que se salvó la vida a
sí mismo.
No había posibilidad de salir de la Antártida
Junto a otras 11 personas, Rogozov integraba el equipo de rusos que
tenían la misión de construir la estación de Novolazarevskaya, hoy aún activa.
Todo parecía ir bien hasta que el médico empezó a
padecer los síntomas típicos de una peritonitis. Era abril de 1961, y era
también despoblación en una zona inhóspita del planeta en la que
la temperatura media anual ronda los diez grados bajo cero. No había posibilidad de salir de la Antártida. El
barco que les llevaría de regreso a la URSS no iba a volver a hasta el año
siguiente, y las condiciones meteorológicas adversas impedían el acercamiento de cualquier avioneta hasta el campamento base.
Rogozov empeoraba. Como médico, sabía que sus síntomas
necesitaban intervención urgente si quería seguir viviendo: «Tenía que abrir su
propio abdomen para sacar sus intestinos. Él no sabía si eso era humanamente posible», contó su hijo
Vladislav en la BBC World Service.
La situación era muy complicada, pero por encima de
todo, Rogozov quería vivir. Entre la disyuntiva, el médico había escrito en su
diario que «no puedo simplemente cruzarme de brazos y darme por vencido», así
es que planeó al detalle su propia operación sin perder de vista ninguna
posibilidad, incluyendo la de desperdiciar la partida. Por eso, por si su
cabeza no soportaba la idea de ser
operado a sí mismo, el ruso dio instrucciones precisas a sus compañeros, que no
lo eran de profesión, sobre cómo debían reanimarlo. Y casi ocurrió.
Y Rogozov durmió
Añadido a la imposibilidad de utilizar anestesia
general se presentaba el hecho de no poder estar frente al cuerpo. Al principio
se pensó en realizar la operación apoyándose
en un espejo, pero la posición invertida de la realidad obligó a Rogozov a
descartar la idea y a trabajar a tientas y sin guantes.
El esfuerzo de ir contra toda objetividad hizo que el
médico estuviese a punto de perder la
consciencia: «Me sentía más y más débil, mi cabeza comenzó a girar. Cada
cuatro o cinco minutos descansaba 20 ó 25 segundos», relató.
Tras casi dos
horas en las que su intestino sufrió daños colaterales —se lo tuvo que
coser después de dañarlo involuntariamente—, Rogozov durmió.
Y la URSS sacó
pecho ante la hazaña de su compatriota, que fue comparado innumerables
veces con Yuri Gagarin, el hombre que saltó al espacio exterior por primera
vez.
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Vía| BBC
News, en
español
Imagen| BBC News
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