Saraceno, el hombre que hace arte con telas de araña

La primera colección mundial de telas de araña surge de la cooperación entre dos especies de arácnidos diferentes. Es el arte del aire

A veces esa hibridación arquitectónica no funciona, otras, termina en arte
La creatividad innata tiene que ir obligatoriamente unida a una formación continua. Tomás Saraceno, el artista de la suspensión por excelencia, posee, además de la primera, una curiosidad mental propia de aquellos que transforman sus facultades en algo extraordinario, en este caso, en un arte que libera al convencionalismo de cadenas y bigornias. Es el arte del aire.

Como no podía ser de otra forma, por ser el misterio que más vértigo produce, Saraceno concibió su proyecto más sorprendente a partir del Millennium Simulation Project, una puesta en escena de medios y cerebros de toda índole que en 2001 pretendió avanzar un poco más en el conocimiento del origen y evolución del Universo: «Tratamos de observar también el universo que existe dentro de una tela de araña», decía el artista en una entrevista concedida al Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, MARCO, con motivo de su exposición Ciento Sesenta y Tres Mil Años Luz.


El arte de dos especies de arañas diferentes

Y es que para Tomás Saraceno, crítico también con la devastación que el ser humano hace de su propio lugar de vida, las telas de araña son «una manera de representar gráficamente el Universo, porque es muy poca materia distribuida en un gran espacio». Por eso de sus manos ha salido la primera colección a nivel mundial de estos entramados, aún viva.

Fue la atracción y la fascinación por los colores y la geometría de estas «superlindas» tridimensionales lo que llevó a Saraceno a interesarse por su construcción: «Quise saber cómo pueden diferentes especies construir telas de araña que normalmente no existen en la Naturaleza».


Y se fue al Salar de Uyuni, en Bolivia, la superficie más plana del planeta que refleja el Universo entero en el horizonte hasta que este parece desaparecer, para experimentar en sus carnes el efecto de la vibración. Allí estuvo tres semanas trabajando con numerosos aracnólogos, universidades y museos, con la finalidad de definir si quizás las arañas, además de utilizar su tela como reclamo sexual y como medio para alimentarse, pudiesen hacer de ella un juego o tejerla con fines musicales.

Saraceno acostumbra trabajar con dos especies de arácnidos diferentes para comprobar cuál es el grado de adaptación y cooperación entre ambas, construyendo, por ejemplo, una su tela sobre la de la otra. A veces esa hibridación arquitectónica no funciona, otras, termina en arte.


El siguiente paso, vivir en las nubes

Además de las telas, el artista también ha puesto en cuestión la relatividad mediante diferentes objetos colgados «en el cielo raso que un futuro van a volar», como él mismo dice, y a través de redes con tensiones de cuerdas negras de diferentes grosores, que transmiten cómo las dimensiones de aquello que vemos pueden ser engañosas. ¿Por qué? Porque estos volúmenes geométricos que construye con las cuerdas, aunque de grandes dimensiones, podrían corresponderse con un minúsculo átomo, por ejemplo, o una explosión cósmica.


Saraceno, en boca del curador de Ciento Sesenta y Tres Mil Años Luz, realizó «la era geológica del aire», una utopía artística que reprocha al ser humano haber «devastado a tal grado el planeta, que muy probablemente el siguiente paso sea irnos, vivir en las nubes o, a lo mejor, irnos a otro lugar».

Imágenes| Tomas Saraceno

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